LOS MONJES
ROTURADORES
El
monasterio de Rueda es un monasterio cisterciense; es decir, de la
Orden del Cister – o de Cíteaux, en francés- por el nombre del
lugar donde se instaló la comunidad reformada de los “monjes
blancos”, llamados así popularmente en oposición a los
benedictinos cluniacenses -de Cluny, el lugar de la primera reforma
benedictina - o “monjes negros” que se habían apartado de la
buena “observancia” de la la Regla de San Benito como cabía
esperar. San Bernardo de Claraval (1090-1153)
fue el más destacado promotor de dicha reforma cisterciense y llegó
a fundar en vida nada menos que 68 monasterios, de ahí que se
llamaran “bernardos” también a los monjes que aceptaron su
reforma. En 1664 Armand Bouthillier fundó la Orden de la Trapa o
la Orden Cisterciense de Estricta Observancia, llamada así
para distinguir a los trapenses de los bernardos o monjes
benedictinos de Común Observancia.
Por
cierto, en 1796 una comunidad de trapenses expulsados de Francia
por la Revolución Francesa se estableció en un monasterio
abandonado en los confines del término de Maella que limitan con
los de Favara, que es mi pueblo. Estos monjes de la Trapa de Santa
Susana desarrollaron una actividad agrícola pionera en la región
e introdujeron el cultivo de la patata. El 20 de Marzo de 1837
abandonaron el monasterio por imperativo legal de la desamortización
de Mendizabal. Entre ellos un pariente mío llamado Joan Bada que
dio nombre a la casa de mis abuelos en Vilalba dels Arcs (en la Terra
Alta de Tarragona) de donde había salido y a donde regresaría para
vivir en ella acompañado de los suyos hasta acabar sus días.
Todavía hoy se la conoce allí como “Casa del Pare Joan”. Pero
no es de mi familia de lo que quiero hablar, sino de los trapenses y
esto de paso hasta llegar a Rueda como me pide mi sobrina que vive
en Sástago . Lo que no haré sin referirme en general a los “monjes
roturadores” como se llamó también a los cistercienses,
bernardos o monjes blancos. Lo que recuerdo - y viene a cuento de lo
que escribo respondiendo con mucho gusto a lo que esperan los
amigos de Rueda - es el nombre de otra casa de mi pueblo:“Casa del
Pataquer” ¿Por qué se la llama así? Muy sencillo. Porque hace
tiempo, cuando la trapa de Maella estaba habitada por los trapenses,
el Pataquer de mal nombre fue un buen colaborador suyo en la
promoción de la patata en mi pueblo. ¿Se imaginan que sería de
nosotros sin patatas? Pues eso.
El
cristianismo fue en su origen un movimiento espiritual que vino de
Oriente y se extendió por toda Europa hasta Finisterre. Pero se
extendió sobre todo por las ciudades,por las urbes, sin llegar a los
pueblos: es decir, a los pagos y a los paganos. La propagación del
Evangelio vino después, cuando la Iglesia de Roma - la urbe - se
organizó en diócesis y provincias ocupando el espacio – todo el
orbe conocido - a la par y semejanza del Imperio Romano. Fue
entonces cuando comenzó en las parroquias la evangelización de
todos los europeos desde la sede episcopal o arzobispal de la
metrópolis.
Este proceso y progreso de civilización cristiana duró
prácticamente toda la Edad Media hasta comenzar en la Moderna la
evangelización de América. En él jugaron un papel importante
los benedictinos. No en vano se honra a San Benito como Patrón de
Europa. Es en ese contexto donde se sitúa y comprende la
considerable labor de los cistercienses que se ganaron por ello el
honroso titulo de “roturadores”. El asentamiento de los
cistercienses en el campo y en comarcas poco pobladas rebasó el
espacio habitado para poblar la tierra. Para “roturar” y
desarrollar la cultura humana cultivando la tierra: a pagos y
paganos. No se puede ni se debe ignorar la importancia decisiva de
los cistercienses en esa empresa de colonización.
El
monasterio de Rueda no es una excepción. Fundado en 1153 – aunque
las obras del inmueble medieval comenzaron en el año 1202 y
concluyeron dos siglos más tarde- la comunidad cisterciense
contribuyó poderosamente desde el principio en la colonización
de su entorno. Llegando a influir directamente en el asentamiento
de la población, en su economía y en la forma de vida de muchos
aragoneses. Auspiciada por reyes y señores feudales , esta empresa
de los cistercienses en Rueda y desde Rueda se llevó a cabo con el
aprovechamiento de tierras yermas para el cultivo de cereales, de
viñedos y de olivos, así como para el pastoreo y la actividad
ganadera. Los monjes de Rueda administraban su patrimonio – una
extensión de tierra que algunos autores estiman en 150 kilómetros
cuadrados- como unidades de producción y distribución. Con
frecuencia los labradores arrendatarios obtenían tierra de los
monasterios cistercienses de acuerdo con un régimen de “treudos”;
es decir, pagando un canon con derecho a su cultivo a perpetuidad
generalmente. El lema “ora et labora” de los benedictinos
comprende junto a los rezos: la devoción, otras obligaciones y
trabajos en el campo y en el escritorio. Con la reja a veces y ,
otras, con la pluma. Y donde no llegaba su esfuerzo en el cultivo de
la tierra, llegaba su consejo a los paganos que la cultivaban y
pagaban por ello a cambio de la influencia de los monasterios
cistercienses que a todos beneficiaba
Hoy día los pueblos se despueblan, no solo porque pierdan
habitantes ya sea porque no nacen niños o se van los jóvenes a las
ciudades. Se despueblan también los viejos que se quedan; es decir,
pierden su forma de vida. Se sientan en el sofá delante del
televisor y duermen la siesta con el aparato enchufado como si les
cantara nana . Y los padres llevan a los hijos a la escuela en
coche,o los abuelos a los nietos. La gente apenas se ve en la calle,
y la calle no es lugar para quedare. Ni para barrerlo, ni para
sentarse a tomar la fresca con los vecinos. Se vive como en las
ciudades. Y para eso, mejor en las ciudades. No solo se van los que
pueden, todos los que pueden aunque puedan trabajar o trabajen en
los pueblos. Curas, maestros, médicos y practicantes, veterinarios y
funcionarios, por no hablar de los pastores que tienen el rebaño en
el pueblo y vienen de fuera un día sí y otro también de no
tenerlo estabulado. Aparte de algunos conventos de clausura que no
son de este mundo, los frailes y los monjes no viven en los pueblos
y los monasterios vacíos son hoy patrimonio nacional y un reclamo
turístico en el mejor de los casos. En un mundo que se desliza
sobre el asfalto y donde el que no corre vuela, no se pisa la
tierra y menos aún se cultiva con las manos. Las plantas de los pies
no tienen raíces, pero se camina con un pie en tierra y otro en el
aire. Eso nos hace humanos, y lo demás nos convierte en objetos no
identificados que vuelan disparados como balas o embalados. Sin
pegarse a la tierra como los caracoles, pero como ellos encerrados y
disparados como balas perdidas. Pero así no vamos a ninguna parte.
Ni siquiera nos encontramos perdidos. Nos perdemos sin enterarnos en
las nubes, enredando y enredados en la red de nuestro egoísmo que
hoy llaman “yoísmo” los pijos por decir algo que no suene tan
mal.
José
Bada
15
de Mayo de 2018
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