EL “YOISMO”, UNA
EXCRECENCIA
Somos animales que
hablamos y nos entendemos hablando si queremos convivir como
personas. Y menos que animales cuando no queremos comportarnos
como personas. Que propiamente humano es conversar entre
nosotros y convivir con los otros, respetando la lengua que es de
todos los hablantes y la constitución que es de todos y para todos
los ciudadanos. Porque si cada cual habla como quiere no podemos
entendernos, ni convivir si cada quien pretende su real gana. La
lengua es como la constitución y la constitución como la lengua.
Saltarse las reglas del orden constituido hablando y haciendo lo que
nos dé la real gana es volver a la selva.
Cuando la razón se
vuelve loca y caprichosa la voluntad - cuando las personas están
como cabras y cada quien va a lo suyo - no debería extrañarnos
que un cabrito - o , peor , un majadero – trate a los demás
como ganado y profese el egoísmo puro y duro en beneficio
propio sin contemplaciones. Por supuesto que en ese clima social
puede haber excepciones que confirmen la regla, faltaría más; pero
me temo que un buen pastor que dé la vida por sus ovejas exista
solo en los evangelios, y a ese lo crucificaron. Mientras que en en
el mundo real en el que nos ha tocado vivir , en el que nos movemos
y somos, casi todos los pastores -que sepamos- suelen ser
ganaderos que viven de las cabras, de las ovejas, de las reses o como
se llamen los “animales” que engordan para llevar después al
matadero.
Una marca de hierbas y
tisanas me ha sorprendido en la pantalla, ya saben: en la plaza
virtual o mercado dentro de casa que es la TV, provocando mi
atención dormida con un escándalo publicitario morrocotudo.
Tumbado en el sofá me despierto, me restriego los ojos y me
pregunto si habré acusado bien el golpe que no me hace ninguna
gracia. Compruebo que sí, pues insiste, y el palabro principal del
eslogan ha sido en efecto: “Yoismo” (!) Que suena peor que
“autoestima” y mejor que “egoísmo”: pero cuyo contenido no
es la liebre que podríamos necesitar acaso para sentirse uno a
gusto consigo mismo, sino el gato de toda la vida que nos quieren
vender bajo una palabra exótica que suena mejor aunque huela tan
mal como el execrable “egoísmo” que conocemos y reconoce la
Academia de la Lengua. La diferencia etimológica es
insignificante, es la que va del “ego” latino al “yo”
castellano. Pero lo que quieren decir los que abusan de nuestra
lengua en este caso no es una infamia para ellos sino una loa que
quieren cantar y una exaltación de lo mismo con otro nombre: una
emergencia que surge contra el personalismo y el diálogo entre
personas que nos humaniza. Una excrecencia, vamos.
Pero no es de ese
engaño publicitario, de esa anécdota, de lo que quería hablar
sino de la categoría - o catadura, podría decirse también- que
subyace a los hechos en general y en este caso a tal noticia.
El así llamado “yoismo” no es más que el individualismo a tope
donde cae el yo mismo por su propio peso: un agujero sin salida,
una tumba. Mientras que lo contrario, el colectivismo moderno, es
el todo donde se pierde el individuo como uno de tantos en la masa
común. Solo el personalismo se refiere a la persona como alguien
para otro y a la inversa. Porque no hay yo sin tú. Y en el
encuentro ninguno de los dos es cualquier otro. No es ante un objeto
ni manejando objetos donde actuamos como personas, donde nos
encontramos. Nos conocemos y reconocemos frente a frente, mirando
a los ojos, en el abrazo, en el respeto mutuo, en la conversación
y en la convivencia. “El hecho fundamental de la existencia humana
– dice M. Buber- es el hombre con el hombre. Lo que singulariza al
mundo humano es, por encima de todo, que en él ocurre entre ser y
ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la
naturaleza”
José Bada
11-1-2018
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