lunes, 1 de enero de 2018

LA PALABRA CABAL


LOS HOMBRES SE ENTIENDEN HABLANDO...


          Pero dos no se entienden si uno no quiere. El diálogo es la palabra cabal: ni tuya ni mía, ni siquiera suya. El diálogo no se tiene ni retiene: va siendo. Es discurso que se abre como un río entre las partes y un camino que va a casa: a la Verdad que todo lo comprende y nadie abarca. El sentido consentido que se siente al caminar, la verdad en camino paso a paso compartida por los compañeros, la verdad que se hace migas - esa verdad fragmentada- es la verdad humana. Un anticipo de la Verdad que se busca , como el pan tierno de cada día: recuerdo y acuerdo, sustento e intento, concordia y coraje, vianda, paciencia que resiste y esperanza que no rebla.


        Dialogar es conversar y convivir, hablarse como personas. Nunca luchar con palabras para ganar en la polémica y llevarse el gato al agua. Que eso es negociar en todo caso, y si solo es eso – aunque sea mejor que llegar a las manos y utilizar la boca para morder- apenas difiere de la barbarie y se acerca al instinto de los animales por no decir algo peor. Pues estos luchan por la supervivencia de su especie y nunca entre ellos si no es  también por su especie. El hombre, en cambio, no es uno de tantos individuos de la misma especie. Siendo único como persona, puede serlo para los otros libremente y solo así - desde la responsabilidad- contribuir al bien de la humanidad personalmente. Lo que implica, a la vez, la posibilidad de caer por debajo del instinto animal y encerrarse como una bala perdida dentro de la piel de un egoísmo radical contra los otros.
        La verdad en camino que no se comparte se resiente y se endurece como una piedra: se convierte en su contrario, en un escándalo como se llama a la piedra de tropezar. Dialogar es abrir la boca para hablar con el corazón, para dar la palabra y escucharla. Que no basta con oírla como quien oye llover. Ni tragarla, por supuesto. Que la la palabra se recibe con el corazón aunque entre por los oídos. Y de la abundancia del corazón habla la boca, cordialmente.

Nunca se acaba el diálogo entre compañeros hasta llegar a casa, esa es la verdad. Pero el diálogo no comienza si no se reconocen las condiciones que lo hacen posible y se aceptan por todos sus participantes. A partir de ese acuerdo formal entre personas el diálogo se llena de contenido material de acuerdo en acuerdo, escuchando y hablando sobre lo que se trata con voluntad de entenderse aquí y ahora en un mundo abierto a la Verdad de todos y para todos. Después de la metafísica nos queda la pragmática trascendental: el reconocimiento y aceptación expresa de las condiciones del diálogo consabidas en la práctica humana de la conversación y la buena convivencia. Me refiero al sentido consentido y compartido en la búsqueda de la Verdad que no es propiedad de nadie sino muy señora. Libre como el Amor que es donde está la Gracia, Su Graciosa Majestad, Dios, el Señor o como quiera digamos para invocar al Misterio que está por encima de todo nombre. ¿Es eso la fe? Puede, en todo caso la fe que responde: “trascendental” como diría un teólogo o “filosófica” como dijo K. Jaspers. Sin la que cualquier otra “categorial” o simbólica , confesada y confesional, carecería de fundamento cuando podría ser de lo contrario la gracia que colma el vaso. O el aliento que inspira la Verdad que nos pone en camino y el Amor de los amores que nos solicita. Solo si Dios nos ama primero podemos amarle nosotros y amarnos los unos a los otros. Ese es el camino, compañero, y lo demás un desvarío. Eso creo.

Somos políticos , según Aristóteles, por la palabra que nos hace humanos. Por la razón que es palabra y pensamiento, por el diálogo que es la palabra cabal. Pero el diálogo de Sócrates, el hijo de la comadrona, fue ya desplazado por la retórica que enseñaron los sofistas para hacer carrera en la democracia ateniense; y la retórica por la propaganda de la fe hasta que llegó la ilustración en la escuela y se hizo propaganda de las ideologías y de los partidos políticos. Llegados hoy al cabo de la calle: a la plaza del mercado, la publicidad sin escrúpulos ni fronteras es la consecuencia última de este proceso. Y el lenguaje la herramienta para hacer con palabras lo que se pretende: más de lo mismo. Reducido el valor al precio, el diálogo a la negociación, la ciencia a lo que funciona, la verdad a la posverdad, el argumento cede hoy al instrumento: a la estrategia. Ya no nos entendemos hablando porque no queremos, porque cada uno quiere lo que quiere aunque quiera solo tener más de lo mismo: acaparar, ganar, llevarse el gato al agua.

Por mi parte, pensando lo que sucede aquí y ahora, más allá y más acá de mi tierra que es la franja aragonesa de habla catalana, solo puedo decir que lo siento y acompaño en el sentimiento a los que padecen una situación perversa que no comprendo. Deseo a mis lectores: ¡Bon Nadal! Y para que me entiendan todos un: ¡Próspero Año Nuevo!


José Bada

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