martes, 14 de noviembre de 2017

CON MUCHO GUSTO


HABLEMOS DE LA HUERTA


El pasado viernes día 10 de Noviembre leí en este mismo Periódico de Aragón que más de 400 expertos profesionales en nutrición están debatiendo en Zaragoza sobre la alimentación para la salud en un Congreso organizado por la Academia Española de Nutrición y Dietética, el Consejo General de Dietistas-Nutricionistas de España y su correspondiente Consejo regional aragonés afincado en Zaragoza. Que les vaya bonito es todo lo que para ellos como para mi deseo.



 Y que sirva de provecho a todos los vecinos de esta ciudad en la que últimamente proliferan “eventos” de la misma especie con desigual calidad y fortuna  sin que ninguno influya mejorando  el gusto y la cultura de una población que vive sobre el asfalto de espaldas a su su huerta, de lo poco que queda de ella y de lo mucho que queda por hacer para cubrir la enorme distancia que separa las buenas palabras de las promesas pendientes, el trecho que va del dicho al hecho, del mal gusto de los consumidores de acá - que comen como los camellos de allá: lo que se produce a miles de kilómetros- al buen gusto que tendrían por ejemplo si probaran a comer a pedir de boca las delicias de la huerta de de Peñaflor sin ir más lejos. De terminar el Congreso con buen provecho, como deseo, sería miel sobre hojuelas o crespillos de Barbastro y lo celebraría con mucho gusto. De lo contrario, quedaría en agua de borrajas y lo lamentaría personalmente.











Por cierto, el pasado domingo día 5, asistí a una comida campera alternativa a lo que se dice un “simposio” hablando en castellano, seguida de una conversación de ida y vuelta entre consumidores y hortelanos; es decir, entre comensales todos y compañeros. El propósito era promover la venta de cercanía y el consumo directo, sin intermediarios. Lo que implica de una parte saber lo que se quiere consumir y , de otra, cultivar lo que quieren  de verdad los consumidores y echan en falta en el mercado convencional. De la tierra, que siempre cumple si se la cuida, solo se espera que dé “cada cosa a su tiempo y los nabos en Adviento” como dice el refrán. Fue un éxito moral, un primer paso. Aunque habrá que dar muchos en esa dirección. Se terminó pidiendo  a los asistentes que participaran en la redacción de un recetario de productos ecológicos aragoneses. Y se quedó en repetir la experiencia que les supo a poco a los  asistentes.

Por ventura tenemos ya la Ley 7/ 2017, de 28 de junio, de Venta Local de Productos Agroalimentarios en Aragón. Inspirada en la normativa de la Unión Europea que regula la cadena alimentaria en diversos ámbitos , entre los que destaca el desarrollo rural.  Porque el  mundo rural no es el que fue,  se despuebla y está en peligro de desaparecer. Lo que sería una catástrofe humanitaria. En todas partes y no solo en Aragón los pueblos se despueblan aunque no pierdan habitantes: dejan de ser lo que fueron  imitando  la vida que se lleva en  las ciudades. Y con ellos  desaparece  el mundo rural como forma de vida, su  cultura: la  primera después de las cavernas y de la caza. El primer cultivo fue el de la tierra, acompañado de la cría de animales. Vino después la civilización y , con ella, el desarraigo en las ciudades y por fin – ya sobre el asfalto- el mundo mundial a toda marcha, desbandado después y por el aire: ya no estamos donde tenemos el cuerpo, andamos por ahí perdidos como el papel moneda o el dinero apátrida que nos pierde. Enredando y enredados,embalados como balas, tropezando, sin reparar en nada y en nadie, como proyectiles virtualmente homicidas, encerrados, duros como piedras, lejos del buen camino y de la  tierra que se abre y nos acoge. Deshumanizados. Con muchos contactos y demasiados roces , apenas con amigos y compañeros. Descarriados y despegados de la tierra nos deshumanizamos literalmente, dejamos de cultivar el humus que somos y el huerto que nos ha tocado en suerte: lo concreto, la vida que llevamos y la convivencia que compartimos. Dejamos de comer  pan como antes  sin echar en falta el pan tierno de cada día, recién cocido, el del horno de pan cocer con leña del lugar, no el que se hace y se vende en cantidades industriales todavía.  Y que se traga, como casi todo lo que nos venden. Es de mal gusto, y no sabe en absoluto como el pan de casa que se come   y la compañía que lo  acompaña. Bien pensado lo que se come por ahí ni siquiera sirve para saciar el hambre del mundo, aunque sea la causa de la obesidad mórbida que padecemos aquí hasta reventar. ¡Es de muy mal gusto!.

Deseo con toda mi alma , no llevar al huerto a mis lectores, sino que los zaragozanos  se reconcilie con su huerta y comamos  juntos ,compañeros, de lo que es capaz de criar en abundancia y regalarnos esta tierra que tenemos olvidada.  De lo contrario todo lo que digamos será papel mojado. Sin excluir una buena ley de Aragón sobre la venta local de productos agrarios. Que aquí sabemos también que obras son amores, que llueve sobre mojado y las palabras se las lleva el cierzo.

José Bada 10-11-2017

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