martes, 15 de agosto de 2017

HACIA LA PUERTA DE EUROPA


DESDE LA FRANJA



Cataluña no es el tema, es el problema que nos duele más acá y más allá de la Franja. Y parte de la solución. El catalán es mi lengua materna, la de mi madre que era aragonesa y hablaba catalán y de mi padre que era catalán y se casó en Fabara del Matarraña. 



   Allí nací y me crié en una fonda, y ésta fue para mi el observatorio privilegiado para conocer el mundo. De esa fonda queda solo un mosaico de San Cristóbal, una pila de abrevar las caballerías y los pesebres con flores en el patio trasero donde estuvo la cuadra. Pero los recuerdos para mí están sembrados por doquier en el lugar donde yace en silencio mi madre -sin mi padre, que fusilaron en Caspe - y casi todos mis antepasados.



De Morella llegaban a esa fonda los tratantes río abajo con reatas de mulas que fiaban a los labradores y cobraban para San Miguel ; de Xerta las naranjas, que cambiaban los arrieros a peso por peso con trapos y alpargatas viejas; de Miravet los cántaros y botijos que traían los traficantes cargando sus burros, mientras llegaban en tren los viajantes -que no viajeros- procedentes de Reus. En contrapartida se compraba en Fabara la almendra cascada y las olivas enteras para venderlas en Tarragona y en Barcelona respectivamente. De Zaragoza en cambio llegaban los curas, los maestros y los funcionarios; también los comediantes, éstos con derecho a cocina, y de Caspe venía el recaudador de la contribución y el fotógrafo para las fiestas. Pero un día llegaron milicianos catalanes que hicieron su revolución a punta de pistola: el régimen establecido se incautó de la propiedad privada, acuñó moneda, dispuso de la vida de las personas y gobernó en el pueblo como si de una república independiente – la suya – se tratara. Fue entonces cuando un miliciano de la FAI le dio un culatazo a San Cristóbal diciendo : “¡Esta ideología se ha de acabar!” Y cuando, al preguntale a mi madre qué era una ideología, me despachó diciendo que San Cristobal. El mosaico, que ilustraba el lavabo donde se lavaban las manos los huéspedes antes de comer, se trasladó al patio trasero de la nueva casa. A juzgar por la huella que puede verse hoy todavía del golpe recibido, el santo es un mutilado de la guerra. Pero no es de eso de lo que quiero hablar a propósito de San Cristobal, sino de la oportunidad de la Franja en el día de hoy para evitar lo que considero un desastre.



Pienso que sería bueno utilizar la mediación de la Franja para salvar las diferencías que las hay entre ambos lados. Batea, tan cerca para los de mi pueblo, está tan lejos de Barcelona como Fabara desde Zaragoza. Estar al margen no es necesariamente estar marginado, ni estar en frente es estar enfrentado. De hecho las diferencias se salvan en relación y el desgarro se cose por las costuras. Pero he aquí que, despreciando lo que nos une -hay mucho hilo para hacer un bordado- y marginando a la Franja se hace con ella un descosido. Si no me creen, pregunten a sus alcaldes. Y escúchenlos, por favor.



He contado otras veces lo que me pasó en Jaraba. Cansado de la impertinencia de unas mujeres de La Almunia, les pregunté si era verdad lo que se contaba de Santa Pantaria que ayudaba a los de su pueblo a pasar el Jalón pero no a los de Ricla. Me dijeron que sí, y les conté enseguida lo que se dice de San Cristóbal en el Matarraña: que ayuda a todos a pasar el río sin discriminar a nadie. Y dejaron de hablar mal de los catalanes. La “ideología” que sobrevive en la Franja es por cierto bastante más cercana a la utopía anarquista de la Federación Ibérica de lo que creía aquel miliciano que seguramente ha muerto y de lo que piensan hoy los secesionistas de la CUP y los radicales allegados que atacan a los turistas.



Conocí hace poco a un portugués que vive en Bruselas donde ejerce de intérprete de la Unión Europea. Vino a visitar a mi amigo Andrés Ortiz, su maestro filósofo de Tardienta, y comimos juntos con otros compañeros compartiendo en Zaragoza mesa y conversación - pan y ternasco de Aragón- durante unas horas inolvidables. Se llama Rui Branco, habla cinco idiomas y es sin duda brillante y experimentado. Rui piensa que el problema de Cataluña se ventila en Europa, y lamenta que la península ibérica no hubiera entrado unida ya en la UE. Es parecido a lo que defiende José-Ramón Lasuen - un aragonés ilustre que es catedrático emérito de Economía y presidente en Aragón del Club de Roma – en un artículo reciente publicado con el título de “Europa, España y Cataluña”. Comparto con ambos la opinión de que urge hacer valer en Europa la importancia del Sur si queremos abrirnos todos como europeos al mundo mundial. Ese es el camino para el futuro: un nosotros cada vez más amplio. Considero que la secesión nacionalista donde la haya, no va a ninguna parte. Que la identidad que se construye solo contra los otros es un hoyo bajo una losa: una tumba. O una casa sin puerta, que es lo mismo. Y que la Europa latina es la puerta de Europa.



José Bada

11-8-2017









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