DESDE LA
FRANJA
Cataluña
no es el tema, es el problema que nos duele más acá y más allá
de la Franja. Y parte de la solución. El catalán es mi lengua
materna, la de mi madre que era aragonesa y hablaba catalán y de mi
padre que era catalán y se casó en Fabara del Matarraña.
Allí
nací y me crié en una fonda, y ésta fue para mi el
observatorio privilegiado para conocer el mundo. De esa fonda queda
solo un mosaico de San Cristóbal, una pila de abrevar las
caballerías y los pesebres con flores en el patio trasero donde
estuvo la cuadra. Pero los recuerdos para mí están sembrados por
doquier en el lugar donde yace en silencio mi madre -sin mi padre,
que fusilaron en Caspe - y casi todos mis antepasados.
De Morella
llegaban a esa fonda los tratantes río abajo con reatas de mulas
que fiaban a los labradores y cobraban para San Miguel ; de Xerta
las naranjas, que cambiaban los arrieros a peso por peso con trapos
y alpargatas viejas; de Miravet los cántaros y botijos que traían
los traficantes cargando sus burros, mientras llegaban en tren los
viajantes -que no viajeros- procedentes de Reus. En contrapartida
se compraba en Fabara la almendra cascada y las olivas enteras
para venderlas en Tarragona y en Barcelona respectivamente. De
Zaragoza en cambio llegaban los curas, los maestros y los
funcionarios; también los comediantes, éstos con derecho a cocina,
y de Caspe venía el recaudador de la contribución y el
fotógrafo para las fiestas. Pero un día llegaron milicianos
catalanes que hicieron su revolución a punta de pistola: el
régimen establecido se incautó de la propiedad privada, acuñó
moneda, dispuso de la vida de las personas y gobernó en el pueblo
como si de una república independiente – la suya – se tratara.
Fue entonces cuando un miliciano de la FAI le dio un culatazo a San
Cristóbal diciendo : “¡Esta ideología se ha de acabar!” Y
cuando, al preguntale a mi madre qué era una ideología, me
despachó diciendo que San Cristobal. El mosaico, que ilustraba el
lavabo donde se lavaban las manos los huéspedes antes de comer, se
trasladó al patio trasero de la nueva casa. A juzgar por la
huella que puede verse hoy todavía del golpe recibido, el santo
es un mutilado de la guerra. Pero no es de eso de lo que quiero
hablar a propósito de San Cristobal, sino de la oportunidad de la
Franja en el día de hoy para evitar lo que considero un desastre.
Pienso que
sería bueno utilizar la mediación de la Franja para salvar las
diferencías que las hay entre ambos lados. Batea, tan cerca para
los de mi pueblo, está tan lejos de Barcelona como Fabara desde
Zaragoza. Estar al margen no es necesariamente estar marginado, ni
estar en frente es estar enfrentado. De hecho las diferencias se
salvan en relación y el desgarro se cose por las costuras. Pero
he aquí que, despreciando lo que nos une -hay mucho hilo para hacer
un bordado- y marginando a la Franja se hace con ella un descosido.
Si no me creen, pregunten a sus alcaldes. Y escúchenlos, por
favor.
He contado
otras veces lo que me pasó en Jaraba. Cansado de la impertinencia
de unas mujeres de La Almunia, les pregunté si era verdad lo que se
contaba de Santa Pantaria que ayudaba a los de su pueblo a pasar el
Jalón pero no a los de Ricla. Me dijeron que sí, y les conté
enseguida lo que se dice de San Cristóbal en el Matarraña: que
ayuda a todos a pasar el río sin discriminar a nadie. Y dejaron de
hablar mal de los catalanes. La “ideología” que sobrevive en
la Franja es por cierto bastante más cercana a la utopía
anarquista de la Federación Ibérica de lo que creía aquel
miliciano que seguramente ha muerto y de lo que piensan hoy los
secesionistas de la CUP y los radicales allegados que atacan a
los turistas.
Conocí
hace poco a un portugués que vive en Bruselas donde ejerce de
intérprete de la Unión Europea. Vino a visitar a mi amigo Andrés
Ortiz, su maestro filósofo de Tardienta, y comimos juntos con
otros compañeros compartiendo en Zaragoza mesa y conversación -
pan y ternasco de Aragón- durante unas horas inolvidables. Se
llama Rui Branco, habla cinco idiomas y es sin duda brillante y
experimentado. Rui piensa que el problema de Cataluña se ventila en
Europa, y lamenta que la península ibérica no hubiera entrado unida
ya en la UE. Es parecido a lo que defiende José-Ramón Lasuen - un
aragonés ilustre que es catedrático emérito de Economía y
presidente en Aragón del Club de Roma – en un artículo reciente
publicado con el título de “Europa, España y Cataluña”.
Comparto con ambos la opinión de que urge hacer valer en Europa la
importancia del Sur si queremos abrirnos todos como europeos al
mundo mundial. Ese es el camino para el futuro: un nosotros cada vez
más amplio. Considero que la secesión nacionalista donde la haya,
no va a ninguna parte. Que la identidad que se construye solo
contra los otros es un hoyo bajo una losa: una tumba. O una casa sin
puerta, que es lo mismo. Y que la Europa latina es la puerta de
Europa.
José Bada
11-8-2017
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