LA
PESCADILLA QUE SE MUERDE LA COLA
Se dice que
“de gustos no hay nada escrito” No es cierto. Es además una
contradicción en los propios términos. No menor que afirmar uno que
no sabe nada, siendo así que sabe al menos que nada sabe. Lo que
no es moco de pavo sino el colmo de la sabiduría humana como
pensaba Sócrates.
De los
gustos no solo se ha escrito lo que yo acabo de escribir sino
bastante más de lo que se lee. Se ha dicho por desgracia más de lo
que se escucha y, por supuesto, menos de lo que traga la gente sin
pensar en lo que oye. Pero no es de eso de lo que quería hablar,
de lo que se dice o escribe sobre el gusto y de lo que da que
pensar, sino del disgusto o del mal gusto de la gente en el consumo
de otra clase de pienso: ya sea éste para el cuerpo que engorda
sin conocimiento, para el alma que adelgaza sin saberlo hasta
desaparecer o para el espíritu que se evapora al respirar un
ambiente contaminado que lo está matando. El consumismo, esa droga,
es lo que me lleva a pensar sobre la pescadilla que se muerde la
cola. La que guisaba mi madre y a mi tanto me gustaba, la que me
gusta todavía hasta chuparme los dedos cuando la como.
Pero no
teman , que no voy a meterme con la manía gastronómica que está
hoy en ascenso. No en particular , aunque también ya que del gusto
se trata y de sabores; es decir, de sabiduría incluso. Aunque la
filosofía - perdona, amigo el inciso y la advertencia- está de
vacaciones o, mejor, en paro. No menos que la historia y las
humanidades, aquella se consume – en el teatro del mundo en que
vivimos hay más figurantes y público sentado que ciudadanos
activos- y no se hace y las humanidades apenas se cultivan hoy en la
huerta de Zaragoza de donde acabo de llegar y a donde voy de vez en
cuando a pelar cebollas por no llorar. Así que hablaré del consumo
en general. Ya sea del besugo al horno o del ternasco de Aragón,
de pescadilla de ración o sardinas de Santurce que también son muy
sabrosas, y de otros gustos o disgustos que nos proporciona lo que no
entra por la boca: lo que nos venden y nos llega a lo más hondo, a
las entrañas, por otros conductos sin pasar por la cabeza y el
corazón que tiene también sus razones que olvidamos.
El sentido
común , sin la sensatez del hombre en su punto -y de la mujer,
claro- no hace de suyo a personas cabales. No las hace de buen
gusto como quería Gracián, nuestro paisano. Y es entonces, cuando
menos se piensa y porque no se piensa, que salta el placer o el
agrado por casualidad en un momento dado. Y con frecuencia, por
necesidad, cuando sale el tiro por la culata y mata al consumidor
o lo consume.
La
pescadilla que se muerde la cola la tomo aquí en sentido figurado,
que es así como da qué pensar y aún para escribir aunque no le dé
a uno para comer. Así entendida, la pescadilla que se muerde la cola
es un círculo vicioso en sana lógica en el que el principio y el
fin son intercambiables. Es como el huevo y la gallina. El problema
en la práctica es saber que es lo que hay y quien es el amo, no qué
fue lo primero y lo que vino después. Pescadilla o gallina, ese
círculo, aplicado al sistema o sociedad de consumo en la que
vivimos, es para unos – los que todo lo venden- un buen rollo y
hasta un círculo virtuoso. Lo que no quita que sea para la
mayoría de los consumidores un placebo a veces, un círculo vicioso
muchas y con frecuencia un mal rollo.
Lo que
quiero decir con esa metáfora es sencillamente que comemos o
consumimos lo que nos venden, que es lo que producen para vender; o
a la inversa que viene a ser lo mismo: que se vende y se produce lo
que más se consume. Los que venden crean el gusto y lo satisfacen
con lo que producen a mayor beneficio, mientras que los clientes
solo se sienten satisfechos si consumen más de lo que todos
quieren consumir. La oferta y la demanda son la cabeza y la cola
del sistema. Lo de menos es por donde comienza sino como se
acaba...., o acabamos: la mayoría, la clientela, en una dependencia
estructural y la minoría en una ambición estúpida sin
fronteras.
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