UN MAL ROLLO
Plantado por mi mano tengo un huerto en Zaragoza y un puñado de
amigos que son cada vez menos como los árboles que envejecen y yo
tengo más años. Por estas fechas la naturaleza cumple sin
conocimiento y la esperanza madura salvo raras excepciones.
Llegadas las cerezas, me llevo al huerto a los amigos. Soy el más
viejo y el único que conoció y padeció la guerra civil.
Tenía
seis años cuando comenzó lo que no tenía que haber pasado y 9
cuando las víctimas de acá y de allá – ninguna ganó esa guerra
y todas perdieron su vida- ya estaban enterradas. Vino después lo
que tampoco tenía que haber llegado: la victoria aplastante y la
dictadura de Franco que murió en la cama. Lo que queda de él
está en el Valle de los Caídos, para que se hiciera su voluntad
contra la nuestra. Hasta que los niños de la guerra y los hijos
del futuro, prenda o anticipo de mejor ventura, pusieron la
esperanza a trabajar y nació la democracia que ha venido a menos
en los últimas décadas.
Jubilados ya pero no
jubilosos, lamentamos en el huerto la situación a la que hemos
llegado. Constatamos la crisis: el paro y la incertidumbre de los
hijos y los nietos, la ocupación de los partidos y de las
instituciones por la casta o como se llame, el cinismo de los
políticos corruptos e imputados, el silencio de los corruptores
que son la madre del cordero, la complicidad de los electores, la
ambigüedad del socialismo realmente (in-) existente, el miedo al
cambio de los pocos que están bien y el temor de los que temen lo
peor aunque estén mal. ¿Qué ha sucedido? ¿qué hemos hecho? Sin
duda hemos cometido errores, por supuesto. Pero os juro por mi padre
que no todos los políticos son iguales, ¡ya basta de extender la
infamia sobre todos! No tengo entre mis amigos a ninguna “madre
superiora”, sé de donde vienen y a donde quisieron llegar. Lo
que hicieron y lo que no pudieron hacer.
El mundo ha cambiado y
ha llegado al cabo de la calle. No a la plaza del pueblo sino más
bien- es decir, mucho peor- a la plaza del mercado mundial donde
campa el dinero por sus respetos o se esconde en paraísos fiscales.
En el contexto de esa situación - de la que no saldremos si no
salimos juntos para comenzar la historia universal de la humanidad-
y ampliando el horizonte que abarca nuestra piel de toro, vemos a
la vieja Europa que envejece y se encoge, que traiciona su mejor
tradición y detiene a los refugiados sin refugio ante sus
murallas como los habitantes de Jericó al pueblo que buscaba la
tierra prometida. Sin comprender que ya no hay fronteras
impermeables para la desesperación de muchísimos, la ambición de
unos pocos - el 1 % de la población mundial- y el fanatismo
suicida y asesino que mata en nombre de Dios cuando éste no pide
ni necesita que nadie lo defienda.
Tenemos miedo al futuro
incierto y preferimos el pájaro en mano a ciento volando en
libertad. Tenemos el corazón encerrado como el puño y no abierto
como la mano tendida, endurecido como una piedra, sin entrañas o
estreñido. Que no canta y enjaulado. Desmoralizado, sin coraje. Y
padecemos de una enfermedad que nos encierra en el agujero de
nuestros propios intereses donde todo se pudre. Enredados y enredando
en un mundo abierto físicamente, huimos de la responsabilidad
aquí y andamos embalados por ahí sin estar para nadie. Como
proyectiles o balas perdidas en cualquier caso. No estamos para
historias, ni siquiera para historias particulares de salvación
sino para sacar de esta vida lo que se pueda y se acabó. Incluso
los nacionalistas son egoístas, cómplices antes que patriotas.
La historia se consume como cualquier producto y se vende. No se
siembra ni se hace, se cuenta y se cobra.
Y sin embargo o
precisamente porque nos reúne lo que nos separa, crecen los rebaños
y seguidores. Y gritamos en la plaza como gruñen los cerdos en la
granja, por el pienso. Que así es el malestar de la gente: sin
compasión ni solidaridad, donde cada individuo se queja porque le
duele. Pero a la caña se la lleva el viento; es decir, al hombre
cuando solo come sin pensar en los demás.
Decía Pascal, el de la
caña, que “el pensamiento es el principio de la moral”. También
decía que “el corazón tiene sus razones que la razón no
entiende” porque es más fría. Y yo pienso con mi cabeza que el
problema hoy es el reparto. No la producción ni el trabajo, sino
la convivencia y el ocio. Que el colmo de la miseria es que los
pobres quieran ser como los ricos que no tienen corazón. Y que los
valores siguen siendo libertad, igualdad y fraternidad. Siendo la
tercera la perfección. O el buen rollo. Y lo contrario, un mal
rollo.
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