SOLITARIOS SOLIDARIOS
Hoy
martes, como todos los martes, me he reunido con mis amigos para
arreglar el mundo, es un decir, pues a mis años los viejos tenemos
muchas ganas de hablar - ese es el tema - y menos ganas o, mejor,
pocas fuerzas para actuar. Y ese es nuestro problema. Diríase que
decimos a los más jóvenes: “¡Ahí queda eso!”, y eso es todo
el mundo.
Hoy
martes, uno de los compañeros me ha traído un recorte de La
Vanguardia con una entrevista de Victor M. Amela a un nonagenario
superviviente del campo de depuración fascista instalado en el marco
incomparable del que fuera antes convento de San Marcos en León:
residencia de la Orden de Santiago a la par que hospital de
peregrinos y, ahora mismo, parador turístico y hotel de cinco
estrellas. El entrevistado se declara católico y catalanista, pero
no olvida al capellán del campo de depuración que les decía al
darles el chusco cotidiano: “Este pan es un don de Dios que
vosotros no merecéis, ¡perros sarnosos catalanes!” El capellán
era el que sería arzobispo de Zaragoza y consejero del Reino, ya
saben. Y el que se declara católico y catalanista, Francesc Riera,
una anciano que se mueve con andador por una residencia de Sabadell.
Hace
cuatro días que llegué de León, donde visité el parador sin saber
nada de los presos. Hoy al volver de la tertulia, hallo sobre la mesa
de mi despacho dos libros abiertos: uno de F. Sabater y otro K.
Jaspers, el primero sobre La vida eterna -ese
es el título- y otro de K. Jaspers titulado La fe
filosófica ante la revelación. Publicados
el año 2007 y 1962 respectivamente. Muchas cosas cambiaron después
de Franco en España y sobre todo con la transición a la democracia,
y no menos en Europa y en el mundo entero después de la segunda
guerra mundial en las últimas décadas. Muchas para bien, todo hay
que decirlo. Y recordarlo, sin olvidar a las víctimas que se
quedaron en el camino. Que no es bueno dejar el muerto al hoyo y el
vivo al bollo, sino empanada que no aprovecha ni tan siquiera a quien
la come solo a dos carrillos. Y otras malas - o no tan buenas- que
nos han llevado al cabo de la calle, a una situación mundial de la
que no saldremos si no nos desplazamos juntos. Si no salimos de la
plaza del mercado y de la competencia donde todos gritan y se hacen
sitio a codazos a la plaza de la concordia y de la convivencia donde
todos caben y se entienden hablando. Si no nos abrimos los unos a los
otros para comenzar la historia nunca vista: la de la humanidad que
nos hace humanos.
Y
para eso hace falta fe, no fanatismo. Una fe laica que nos saque del
agujero sin chantajes, una moral autónoma como piensa y quiere un
filósofo ateo; filosófica acaso como profesa Jaspers que se abre a
un horizonte inabarcable, o quizás , incluso, cristiana siempre que
no pretenda tener la Verdad en propiedad como moneda en el bolsillo.
Esa fe como apertura que se abre hacia todos los otros, hacia
nosotros sin excluir a nadie, en el camino, peregrina, tiene sentido
paso a paso y hace posible la salida en cualquier situación. Es la
que nos saca de la retórica y la nostalgia, de la cháchara inútil,
de la insistencia en lo mismo a la real existencia de la vida en
encuentro con otros
. No creo en la fe y , por tanto, en cualquier fe. Que eso es
miedo y morir antes de tiempo, o caer en la tumba sin dar el primer
paso. La fe es ante todo fe en alguien, confianza, y solo después en
lo que nos dice o promete una persona que nos inspire confianza: un
buen testigo. La renuncia a esa fe no es razonable. En todo caso
sería meramente racional o estratégica, cuando uno quiere solo lo
mejor para sí mismo pese a quien pese; es decir, lo que cree que es
mejor para él aunque se equivoque. Porque creer todos creemos, hasta
los que no creen en nada y en nadie; pero solo los solitarios
solidarios son creyentes de buena fe. Esa fe es libre y responsable,
no dispone de los otros ni se impone a los otros. Es una opción muy
personal, pero se celebra con otros y se comparte.
En
una situación histórica en la que se caen las fronteras físicas de
los Estados o son permeables, no es posible a largo plazo la vida en
nuestro mundo si son sustituidas por otras culturales, ideológicas,
religiosas o mentales que pasan por el interior de los individuos y
aumentan la hostilidad y la desconfianza frente a los otros. En este
sentido los “nacionalismos” secesionistas o sectarios y los “
ísmos” de cualquier tipo son un anacronismo y un peligro,
pertenecen al pasado, son la patria de todos los prejuicios y la
selva del egoísmo donde la barbarie de la fuerza bruta sustituye el
cultivo de la palabra cabal que se comparte: el diálogo. Que no solo
de pan vive el hombre.
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