domingo, 17 de abril de 2016

ESTA ES LA CUESTIÓN


SOLEDAD


Dicen que estar solo perjudica a la salud y que la soledad es una enfermedad; qué digo una enfermedad, es incluso una epidemia según dicen los expertos. He leído que en varios estudios se afirma que de cuatro personas una se siente sola y que la soledad aumenta las probabilidades de mortalidad en un 26 % , aproximadamente como la obesidad. 

 Me entero también que en la comunidad científica hay consenso respecto a que esa patología afecta por igual a hombres y mujeres y que el riesgo de padecerla es mayor entre adolescentes y octogenarios; es decir, entre los nietos enredados o conectados - adictos al móvil e instalados en Internet donde quiera pongan su cuerpo- y los abuelos desolados, abandonados y tirados en cualquier rincón como muebles o trastos viejos. Y de que, según afirman los entendidos, la soledad puede convertirse en una enfermedad crónica atribuida a causas genéticas, aunque sin descartar otras medioambientales o circunstancias sociales que la precipitan y son difíciles de controlar. Me pregunto si no será precisamente una de esas circunstancias nefastas que causan la soledad la manera científica de tratarla y , por supuesto, la manera no científica pero igualmente objetiva de observar y tratar a las personas como si fueran cosas. No soy quien para hablar como experto sobre una enfermedad que padecen los seres humanos, ni pretendo hacerlo aquí y ahora sobre una epidemia que afecta al cuerpo social. Solo quiero cruzar la mirada de un hombre viejo que duda, vacilante y poco firme – enfermo, del latín in-firmus - que pregunta y escucha -eso pretendo- con otros que también caminan y me confortan sean médicos o no.



En castellano se llama “practicante” a un auxiliar sanitario o experto en cirugía menor, mientras que en Alemania es frecuente referirse al médico o doctor -como decimos nosotros- con el nombre de “Praktiker”. Me encanta ese uso lingüístico que discrimina a favor del médico de cabecera, práctico por antonomasia y con experiencia en el trato de los enfermos, frente a los investigadores de enfermedades en el laboratorio. La dimensión humana y la formación humanista de los médicos profesionales que cuidan y curan a los enfermos, merece una consideración especial y un gran respeto a las buenas personas que - sin menoscabo de la admiración y el aprecio que sienten por el saber hacer de los técnicos y los artefactos que producen como buenos profesionales - atribuyen solo a quienes practican de oficio un trato y prestan una atención, un cuidado y un servicio muy personal a sus clientes. Desde este punto de vista y queriendo honrar la memoria de esos médicos que nos cuidan , me permito contarles a propósito de la soledad de la que venimos hablando algo personal y muy gratificante que me sucedió hace unos días.



Serían poco más de las nueve y media de la mañana del día ocho de abril del año en curso cuando iba por la calle de San Pablo -por cierto, de hacerme una radiografía - caminando lentamente, arrastrando los pies y con la cabeza baja sin mirar al suelo...., pensando sin saber en qué, sería en todo y en nada, en la vida -supongo- , cuando de pronto una mujer joven se detiene y me dice: “Señor, lleva suelto el cordón del zapato; si se lo pisa puede caerse, ¿se lo ato” ? Y me caí ...del caballo. Alcé la cabeza y vi el cielo abierto, fue una gracia muy graciosa. Le hubiera dado un beso. Le sonreí y le dije: "Muchas gracias, señora". Me sonrió, me até el zapato y llegué a casa rebosando de alegría como niño con zapatos nuevos y la esperanza renovada. Encuentros como éste ayudan a caminar a un viejo.



Que sirva la anécdota, eso es lo que quiero, no tanto para criticar una forma de vida que nos saca del mundo de la vida, nos abduce y nos lanza como ovnis post-modernos al ciberespacio - donde tenemos más contactos o seguidores a cambio de los pocos amigos que perdemos aquí donde dejamos el cuerpo como tara o residuo del pasado, como obstáculo o piedra de escándalo que se opone en el camino y se aparta con el pie cuando el objeto es el otro- sino para volver al buen camino con los pies en tierra y el corazón abierto, no menos que los ojos y los oídos, al compañero que se aproxima o mejor al que nosotros nos aproximamos para atarle, por ejemplo, el cordón de los zapatos. Si la causa principal que nos pone enfermos de soledad: la circunstancia social fuera de control, es la forma de vida pos-moderna que nos aísla por sistema y encapsula como una bala a cada uno en su egoísmo, de poco nos servirían la manipulación genética y los fármacos para curarnos los unos a los otros. Pero la única medicina, que no se fabrica ni se vende, que es renovable y sostenible, podría abundar como el sol que sale para todos gratuitamente. ¿Lo adivinan ? Pues eso. Hay que elegir entre querer y no querer....a los otros.


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