SALVAR LAS DIFERENCIAS
El Barça es más que
un club de fútbol. Y el Real Madrid, faltaría más. Cuando se
entrevista a un político de acá y de allá, el portavoz del
interés general concluye preguntando al entrevistado si es del
Madrid o del Barça. Para un presidente en funciones que escapa a un
control parlamentario eso es la guinda que colma el vaso, ¡y la
paciencia para algunos oyentes ! Pero dejemos la anécdota en su
contexto y volvamos a la categoría.
Me pregunto si no será esa
costumbre una licencia que disuelve los problemas en simples temas
para entretener al público. Puede que sea una frivolidad intolerable
de los periodistas. Pero sospecho que en algún caso podría
tratarse de un humor inteligente que pone en evidencia a un
personaje irresponsable. Como costumbre me disgusta. Tampoco me atrae
el fútbol, lo confieso. Nunca he lucido una camiseta ni compartido
esa afición con otros hinchas, soy lo que se dice un profano en la
materia; es decir, un lego - o laico no practicante- y hasta un
pagano que paga los platos rotos como cualquier contribuyente sin
comerlo ni beberlo. No obstante, desde mi indiferencia o
ignorancia, respeto por igual a los del Madrid y a los del Barça
- no en vano soy de la Franja – y no me disgusta en absoluto el
entusiasmo y la distracción de los aficionados, y hasta me explico
y comprendo una política de “panem et circeneses” por ese
orden siempre que paguen el fútbol los aficionados.
Viendo las cosas
objetivamente no advierto la diferencia entre tocar el bombo y
asistir a las procesiones de Semana Santa o darle a la pelota y
seguir paso a paso la liga con la pasión de un aficionado. Pero hay
que reconocer que la fe no consiste en tocar el bombo y se equivocan
quienes lo piensan. Teresa de Calcuta no es la excepción de la
regla, hay otros muchos ejemplos; ni la regla proclamada al menos:
el Evangelio, tiene que ver con esa “devoción”. Conozco a más
de uno que no se avergüenza de ser cristiano pero no toca el bombo.
No es que sea mejor por eso, sencillamente no va ni se siente
obligado. Y sin embargo, si llegara a ser alcalde, no me extrañaría
que fuera y supiera estar como debe y donde debe. Lo cortés no
quita lo valiente, ni la asistencia oficial a un acto popular aunque
sea religioso reduce la distancia debida de la autoridad pública
frente a la devoción privada. También conozco a otros cristianos
libres y responsables, que sirven a los pobres como San Lorenzo, y no
ponen la cruz en su declaración de Hacienda donde piden los
obispos. No se extrañen, una fe libre y responsable no es lo que se
piensa. Como tampoco un humanismo libre y solidario, ateo pero
responsable. Eso es lo que da que pensar.
Lo extraño es que
algunos consientan la afición de tocar el bombo si en eso se queda
la devoción y no quieran ver ni en pintura la fe cristiana. A
propósito del protocolo recientemente aprobado por el Ayuntamiento
de Huesca para regular la asistencia oficial a los actos religiosos,
he oído decir a un tertuliano :”No todos los que van a la
procesión de San Lorenzo son creyentes”. Por tanto, “la
presencia del Ayuntamiento en la procesión no contradice la
aconfesionalidad del Estado en actos que no son propiamente
religiosos”. El argumento no se sostiene sin la pretensión de
aliviar la carga de gobernar amortiguando la vitalidad social,
arrasando las diferencias, desvirtuando las conciencias y vaciando
los símbolos de contenido. Como si los bombos de Semana Santa no
fueran más que ruido para espantar el silencio, como pedrada a las
palomas. Lo que a mi juicio puede ser cierto, pero no por ello
deseable.
El Estado es y debe ser
no confesional precisamente porque la sociedad es plural, no para
que deje de serlo. Una sociedad así es como una plaza abierta a
todos y a todo, frecuentada y bien abastecida, en modo alguno vacía
u ocupada por un solo señor representado por un ejército, iglesia
o monopolio. Un alcalde que se precie ha de bajar a la plaza, no ha
de estar siempre en su despacho. En consecuencia, representando a
todos, ha de estar no obstante en alguna parte con los pies en
tierra. Lo que no significa compartir la devoción de esa parte,
sino estar a la vez en todo y con todos. No necesita ninguna excusa
para eso, ni pretender que todos sean como cualquiera: una réplica
de Nicanor con su tambor, o de Messi con su balón. Una ciudad no es
un ejército, ni un soldado el ciudadano. Ni gobernar es mandar,
cuando el pueblo es soberano. El respeto a las diferencias, no quiere
decir poner a todos de rodillas. Ni de uniforme. La pluralidad es
un problema real y el conflicto parte de la solución. No el
mestizaje que acaba con las diferencias, sino la tolerancia y el
diálogo que las respetan.
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