jueves, 7 de abril de 2016

AFICIONES Y DEVOCIONES



SALVAR LAS DIFERENCIAS




El Barça es más que un club de fútbol. Y el Real Madrid, faltaría más. Cuando se entrevista a un político de acá y de allá, el portavoz del interés general concluye preguntando al entrevistado si es del Madrid o del Barça. Para un presidente en funciones que escapa a un control parlamentario eso es la guinda que colma el vaso, ¡y la paciencia para algunos oyentes ! Pero dejemos la anécdota en su contexto y volvamos a la categoría.



 Me pregunto si no será esa costumbre una licencia que disuelve los problemas en simples temas para entretener al público. Puede que sea una frivolidad intolerable de los periodistas. Pero sospecho que en algún caso podría tratarse de un humor inteligente que pone en evidencia a un personaje irresponsable. Como costumbre me disgusta. Tampoco me atrae el fútbol, lo confieso. Nunca he lucido una camiseta ni compartido esa afición con otros hinchas, soy lo que se dice un profano en la materia; es decir, un lego - o laico no practicante- y hasta un pagano que paga los platos rotos como cualquier contribuyente sin comerlo ni beberlo. No obstante, desde mi indiferencia o ignorancia, respeto por igual a los del Madrid y a los del Barça - no en vano soy de la Franja – y no me disgusta en absoluto el entusiasmo y la distracción de los aficionados, y hasta me explico y comprendo una política de “panem et circeneses” por ese orden siempre que paguen el fútbol los aficionados.



Viendo las cosas objetivamente no advierto la diferencia entre tocar el bombo y asistir a las procesiones de Semana Santa o darle a la pelota y seguir paso a paso la liga con la pasión de un aficionado. Pero hay que reconocer que la fe no consiste en tocar el bombo y se equivocan quienes lo piensan. Teresa de Calcuta no es la excepción de la regla, hay otros muchos ejemplos; ni la regla proclamada al menos: el Evangelio, tiene que ver con esa “devoción”. Conozco a más de uno que no se avergüenza de ser cristiano pero no toca el bombo. No es que sea mejor por eso, sencillamente no va ni se siente obligado. Y sin embargo, si llegara a ser alcalde, no me extrañaría que fuera y supiera estar como debe y donde debe. Lo cortés no quita lo valiente, ni la asistencia oficial a un acto popular aunque sea religioso reduce la distancia debida de la autoridad pública frente a la devoción privada. También conozco a otros cristianos libres y responsables, que sirven a los pobres como San Lorenzo, y no ponen la cruz en su declaración de Hacienda donde piden los obispos. No se extrañen, una fe libre y responsable no es lo que se piensa. Como tampoco un humanismo libre y solidario, ateo pero responsable. Eso es lo que da que pensar.


 
Lo extraño es que algunos consientan la afición de tocar el bombo si en eso se queda la devoción y no quieran ver ni en pintura la fe cristiana. A propósito del protocolo recientemente aprobado por el Ayuntamiento de Huesca para regular la asistencia oficial a los actos religiosos, he oído decir a un tertuliano :”No todos los que van a la procesión de San Lorenzo son creyentes”. Por tanto, “la presencia del Ayuntamiento en la procesión no contradice la aconfesionalidad del Estado en actos que no son propiamente religiosos”. El argumento no se sostiene sin la pretensión de aliviar la carga de gobernar amortiguando la vitalidad social, arrasando las diferencias, desvirtuando las conciencias y vaciando los símbolos de contenido. Como si los bombos de Semana Santa no fueran más que ruido para espantar el silencio, como pedrada a las palomas. Lo que a mi juicio puede ser cierto, pero no por ello deseable.



El Estado es y debe ser no confesional precisamente porque la sociedad es plural, no para que deje de serlo. Una sociedad así es como una plaza abierta a todos y a todo, frecuentada y bien abastecida, en modo alguno vacía u ocupada por un solo señor representado por un ejército, iglesia o monopolio. Un alcalde que se precie ha de bajar a la plaza, no ha de estar siempre en su despacho. En consecuencia, representando a todos, ha de estar no obstante en alguna parte con los pies en tierra. Lo que no significa compartir la devoción de esa parte, sino estar a la vez en todo y con todos. No necesita ninguna excusa para eso, ni pretender que todos sean como cualquiera: una réplica de Nicanor con su tambor, o de Messi con su balón. Una ciudad no es un ejército, ni un soldado el ciudadano. Ni gobernar es mandar, cuando el pueblo es soberano. El respeto a las diferencias, no quiere decir poner a todos de rodillas. Ni de uniforme. La pluralidad es un problema real y el conflicto parte de la solución. No el mestizaje que acaba con las diferencias, sino la tolerancia y el diálogo que las respetan.




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