lunes, 22 de febrero de 2016

EL CAMINO...

ES EL DIÁLOGO


Lo primero que hago por la mañana al sentarme frente a la pantalla de mi ordenador es leer y despachar el correo. Hoy acabo de unirme a los firmantes de un Manifest pel reconeixement i el desenvolupament de la pluralitat lingüística d'Espanya que me ha llegado desde Valencia

para defender las marginadas como es el caso de mi lengua materna que aquí, en Aragón, "no tiene nombre" y en Valencia llaman "valencià". Porque lo otro --ya saben-- ni siquiera allí suena bien a algunos oídos y aquí sigue siendo nefando para muchos. El manifiesto se publica a propósito del Día Internacional de la Lengua Materna que se celebró ayer. Pero no teman, que no voy a entrar al trapo en esta ocasión ni hacer una bandera de lo que es sin duda mucho más que un pañuelo. En esa arena luché de oficio como consejero en el Gobierno de Santiago Marraco y, años más tarde, siendo presidente del Consejo Superior de las Lenguas de Aragón disuelto de hecho sin guardar las formas bajo la presidencia de Luisa Fernanda Rudi. Ya basta. Hoy no faltan maestros más jóvenes y expertos para tal faena y considero que, a mi edad, debo emplear el poco tiempo que me queda lidiando toros de más envergadura.
Así que hablaré del diálogo entre las personas. No del contencioso entre las lenguas o del diálogo de las lenguas, porque eso es el tema y lo primero el problema. Porque hablando nos entendemos las personas, y si nos pasamos de palabras a los gritos y de ahí a los golpes estamos perdidos y nos mataremos sin ir a ninguna parte. El diálogo es el camino. Porque es la palabra cabal y la lengua en estado vivo: el verbo, que la lengua está muerta si no se habla.
Que "el hombre es un animal racional" es una mala traducción de lo que dijo Aristóteles: que "es el animal que habla" o que tiene "logos"; es decir, palabra y pensamiento inseparablemente. Lo que llamamos en castellano "razón" viene del latín, es el logos griego que perdió en el cambio su referencia a la palabra. Tener capacidad de hablar y de pensar, de dialogar --o de enraonar como decimos aún en catalán-- distingue a los hombres de los animales. Aristóteles decía que el hombre es por eso un animal político. Y los griegos de su tiempo creían que los bárbaros eran como los pájaros de la selva que emitían sonidos, un bara-bara o bla-bla-bla, y les llamaron por eso bárbaros. Porque no hablaban.

Hablar una lengua y hablar en una lengua no es lo mismo. La lengua existe cuando se habla. y cuando se la escucha, claro; no es posible lo uno sin lo otro, advirtiendo que leer es lo mismo para el caso que escuchar. Una lengua dice más de lo que dice en esa lengua quien la usa, aunque a veces le faltan palabras a quien habla para decir lo que quiere. Una lengua viva es una tradición viva. Como el río que nos lleva y del que no podemos salir a ninguna orilla, y a la vez como el camino que llevamos y hacemos al andar con un pie en tierra y otro en el aire. Una lengua viva vive en el diálogo entre personas que se encuentran en el camino vengan de donde vengan con su pasado, con su mochila, con sus reservas, con su cultura, con sus intereses y no obstante con la voluntad de entenderse, de convivir y de compartir el bocadillo. El diálogo en el que viven todas las lenguas y sin el que todas estarían muertas, depende de la capacidad humana de pensar y de hablar en cualquier situación: de comunicarnos hablando entre nosotros, entre todos nosotros para entendernos. Esta capacidad natural, que puede cultivarse y crecer con la educación, puede también perderse hasta llegar a la barbarie. En cuyo caso, obviamente, vemos su carencia en los otros y raramente en nosotros mismos: "Contigo no se puede hablar", decimos.
Esa dificultad la causa el no tener de entrada una lengua en común, pero aún así se puede hallar el modo de entenderse y avanzar en el diálogo comprendiendo al otro y aprender poco a poco el dominio de una misma lengua. Más difícil, por no decir imposible, es superar la incapacidad de dialogar --y eso es hablar propiamente-- cuando no no se quiere escuchar. Hablar en la misma lengua como quien dice, sin escuchar, por más que se digan las palabras no dicen nada las personas. Eso es apenas recitar lo que se dice por decir algo, pero no es hablar. Y hasta la tradición sigue muerta por más que se recite lo que la lengua dice sin que nadie la escuche. Solo en el diálogo asciende el hombre a la dignidad humana. Ese es el camino de la vida y la convivencia, y lo contrario la barbarie y la guerra.

¿Nos estamos quedando sordos? Cuando aumentan los contactos y apenas hay sitios donde poder hablar, debería preocuparnos la situación mundial.

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