lunes, 18 de enero de 2016

PUBLICADO HOY




                                                 MEMORIA COLECTIVA







A finales de año me reuní en San Carlos con antiguos compañeros de curso en Alcorisa, éramos entonces allí aproximadamente un centenar de alumnos y al terminar la carrera en Zaragoza menos de la mitad. Hoy quedamos apenas unos veinte de los que nos juntamos quince sin contar las viudas de los fallecidos. Nacidos en un mundo pegado a la tierra nos hemos convertido a los 85 años en testigos de una historia  que

 viene, si no del Neolítico - de la azada o del arado romano- sí de algo muy antiguo y parecido a la Edad Media, que ha pasado de puntillas por la Modernidad y del antiguo régimen a la democracia sin sobresaltos para recalar en otro mundo mundial al que llamamos pos-moderno por decir algo. El cambio ha sido rápido y enorme. ¿ Hemos llegado al fin de la historia? Probablemente sí, si nos referimos a cualquier historia particular o nacional - aunque colee aquí y allá como lagartija después de muerta -, y al fin de la historia de la humanidad me temo si no comienza por fin como historia universal desde la situación ha la que hemos llegado. Pues estamos ya al cabo de la calle, de todas las calles: en la plaza, parados y revueltos tumultuosamente sin orden ni concierto como mercancía en el mercado. Y más que al eterno retorno donde todo vuelve para comenzar de nuevo -por no hablar de la revolución donde todo comienza-, al revoltijo donde todo acaba y se vende. No es que no haya clases, diferencias y fronteras. Lo que pasa es que la lucha de clases continúa con otros medios y los ricos ganan, las diferencias no se respetan ni se salvan, y las fronteras más que físicas son virtuales y resultan incluso más infranqueables. La situación es tal como la del Sol en los solsticios de invierno. Estamos indecisos en un instante que parece una eternidad, sin el pasado que fue y solo es ya artículo de consumo – de figurantes actores y participantes pasivos- ni futuro que llevarse a la boca o proyecto a coger con las dos manos y con toda determinación. Y sin embargo estamos emplazados, y el tiempo se agota. Los problemas no esperan por mucho que los tratemos como temas y circulen por ahí en las redes sin parar ni reparar en ellos. Que “ya vendrá el verano”, se dice. ¿Y si el verano no viene? El cambio climático “no está en la nube” y “mal será que nos coja”, como creen los viejos y los que no lo son tanto que “van a su bola”.



A nuestra edad nos queda poco por hacer y bastante de qué hablar. Predicadores todos en algún tiempo y profesores algunos, cañas cascadas hoy, no estamos ya para trabajos forzados. Sin oficio ni perrito que nos ladre, sin obligaciones, desde la distancia en que vivimos de todos los negocios, desde el ocio que disfrutamos y la libertad que nos tomamos, podemos sin embargo nada más y nada menos que recordar, traer al corazón y a la cabeza: reflexionar, y aprovechar el tiempo que nos queda. Aplaudir incluso como espectadores o patalear si viene al caso. No con la pretensión de cambiar nada -¡qué ilusión!-, que sería de producirse un efecto colateral en el entorno. Sino solo de confesar y confesarnos que hemos vivido mucho y de perdonar y perdonarnos los errores que sin duda hemos cometido. En eso estaba cuando estaba pensando en mis compañeros y en otro que no lo es - no conocido personalmente pero sí de la misma generación- autor de un libro que estaba leyendo: “Tumulto”. Estimulado por H. M. Enzensberger, el que es, que dialoga con el que fue y relata “como farsa lo que vivió como tragedia”, y acordándome de Pascal que dijo “que toda nuestra dignidad consiste en el pensamiento”, propuse a mis compañeros seguir pensando. Y les pedí, solo por eso: desde la jubilación, que cada uno recordara lo que nunca podrá olvidar mientras viva y lo comparta como se comparte el pan. A nuestra edad no estamos para emprender nada y lo mejor que podemos hacer, como nadie, es recordar. Si la memoria sirve al menos para evitar en el futuro errores cometidos, miel sobre hojuelas; y si no sirve para nada porque nadie escucha, que Dios o el Diablo lo demande. Pero aunque no se publique esa “memoria coral” - lo que es más que probable,no está el horno para rollos en un mercado donde todos gritan - un proyecto como este no ha de quedar necesariamente en agua de borrajas o papel mojado. Puede ser agua bendita para nosotros y como echar una charrada a la vida que nos queda. Si no para dar caña o dar que hablar sí al menos para pensar y hablar con vosotros, contad conmigo.

 Un jubilado.




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