MEMORIA COLECTIVA
A
finales de año me reuní en San Carlos con antiguos compañeros de
curso en Alcorisa, éramos entonces allí aproximadamente un centenar
de alumnos y al terminar la carrera en Zaragoza menos de la mitad.
Hoy quedamos apenas unos veinte de los que nos juntamos quince sin
contar las viudas de los fallecidos. Nacidos en un mundo pegado a
la tierra nos hemos convertido a los 85 años en testigos de una
historia que
viene, si no del Neolítico - de la azada o del arado
romano- sí de algo muy antiguo y parecido a la Edad Media, que ha
pasado de puntillas por la Modernidad y del antiguo régimen a la
democracia sin sobresaltos para recalar en otro mundo mundial al que
llamamos pos-moderno por decir algo. El cambio ha sido rápido y
enorme. ¿ Hemos llegado al fin de la historia? Probablemente sí,
si nos referimos a cualquier historia particular o nacional - aunque
colee aquí y allá como lagartija después de muerta -, y al fin de
la historia de la humanidad me temo si no comienza por fin como
historia universal desde la situación ha la que hemos llegado. Pues
estamos ya al cabo de la calle, de todas las calles: en la plaza,
parados y revueltos tumultuosamente sin orden ni concierto como
mercancía en el mercado. Y más que al eterno retorno donde todo
vuelve para comenzar de nuevo -por no hablar de la revolución donde
todo comienza-, al revoltijo donde todo acaba y se vende. No es que
no haya clases, diferencias y fronteras. Lo que pasa es que la
lucha de clases continúa con otros medios y los ricos ganan, las
diferencias no se respetan ni se salvan, y las fronteras más que
físicas son virtuales y resultan incluso más infranqueables. La
situación es tal como la del Sol en los solsticios de invierno.
Estamos indecisos en un instante que parece una eternidad, sin el
pasado que fue y solo es ya artículo de consumo – de figurantes
actores y participantes pasivos- ni futuro que llevarse a la boca o
proyecto a coger con las dos manos y con toda determinación. Y
sin embargo estamos emplazados, y el tiempo se agota. Los problemas
no esperan por mucho que los tratemos como temas y circulen por ahí
en las redes sin parar ni reparar en ellos. Que “ya vendrá el
verano”, se dice. ¿Y si el verano no viene? El cambio climático
“no está en la nube” y “mal será que nos coja”, como creen
los viejos y los que no lo son tanto que “van a su bola”.
A
nuestra edad nos queda poco por hacer y bastante de qué hablar.
Predicadores todos en algún tiempo y profesores algunos, cañas
cascadas hoy, no estamos ya para trabajos forzados. Sin oficio ni
perrito que nos ladre, sin obligaciones, desde la distancia en que
vivimos de todos los negocios, desde el ocio que disfrutamos y la
libertad que nos tomamos, podemos sin embargo nada más y nada
menos que recordar, traer al corazón y a la cabeza: reflexionar, y
aprovechar el tiempo que nos queda. Aplaudir incluso como
espectadores o patalear si viene al caso. No con la pretensión de
cambiar nada -¡qué ilusión!-, que sería de producirse un efecto
colateral en el entorno. Sino solo de confesar y confesarnos que
hemos vivido mucho y de perdonar y perdonarnos los errores que sin
duda hemos cometido. En eso estaba cuando estaba pensando en mis
compañeros y en otro que no lo es - no conocido personalmente pero
sí de la misma generación- autor de un libro que estaba leyendo:
“Tumulto”. Estimulado por H. M. Enzensberger, el que es, que
dialoga con el que fue y relata “como farsa lo que vivió como
tragedia”, y acordándome de Pascal que dijo “que toda nuestra
dignidad consiste en el pensamiento”, propuse a mis compañeros
seguir pensando. Y les pedí, solo por eso: desde la jubilación,
que cada uno recordara lo que nunca podrá olvidar mientras viva
y lo comparta como se comparte el pan. A nuestra edad no estamos
para emprender nada y lo mejor que podemos hacer, como nadie, es
recordar. Si la memoria sirve al menos para evitar en el futuro
errores cometidos, miel sobre hojuelas; y si no sirve para nada
porque nadie escucha, que Dios o el Diablo lo demande. Pero aunque no
se publique esa “memoria coral” - lo que es más que
probable,no está el horno para rollos en un mercado donde todos
gritan - un proyecto como este no ha de quedar necesariamente en
agua de borrajas o papel mojado. Puede ser agua bendita para
nosotros y como echar una charrada a la vida que nos queda. Si no
para dar caña o dar que hablar sí al menos para pensar y hablar con
vosotros, contad conmigo.
Un jubilado.
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