SABER
ESTAR
Lo
menos que cabe esperar de un representante del Estado es que sepa
estar en sociedad. Pero la sociedad realmente existente en
democracia, sin ser obviamente confesional es no obstante plural y
pluralista más o menos; es decir, está compuesta de partes y
partidos, iglesias o sectas, aficiones o facciones que confiesan o
profesan creencias, convicciones y opiniones distintas que
conviven mal que bien dentro de un orden representado y defendido
por un Estado que se declara no confesional. El problema es
entonces la presencia real de los representantes del Estado en
una sociedad plural.
Porque la sociedad nunca ha sido confesional en sentido estricto, a
no ser que se entienda por tal la parte que cuenta en sociedad:
los notables; como cuando se dice, por ejemplo, que “todo el
Zaragoza” estuvo en la fiesta, ya se trate de la coronación del
príncipe, la visita del monarca o la entrada del obispo
cabalgando en mula blanca para tomar posesión de la sede
episcopal como se hacía en el antiguo régimen. O cuando se habla
hoy de la “sociedad civil” refiriéndose de hecho a la
“burguesía” de la que hablaba Marx y no al pueblo soberano.
Y aún en esa hipótesis, hay que afirmar que ni los aristócratas
ni los burgueses que en España han sido compartieron nunca todos
las mismas creencias religiosas y los mismos prejuicios ideológicos.
Pero menos si cabe el pueblo soberano, dividido por esto y aquello,
ya sea el entusiasmo deportivo, el fervor religioso, el fanatismo
ideológico,las modas y lo que es peor: por la elección de los
enemigos y de los frentes de lucha en favor de la democracia.
Si
algo comparten los ciudadanos en una sociedad plural como la nuestra
no es, por desgracia, la defensa del pluralismo, del diálogo y de la
tolerancia, de las reglas y el juego que debería unirnos, sino la
defensa de las partes pero cada uno la suya y con los suyos contra
los otros. Por eso precisamente, porque eso es lo que hay y ese es el
estado de cosas en la sociedad real, se requiere la presencia del
Estado aconfesional y de sus representantes en todas partes. No
para estar entre los fieles o presidir su asamblea, que para eso
están los jerarcas, presidentes y anfitriones particulares de
cada organización, sino donde les pertenece: en los bancos
reservados para ver y ser vistos, para que se vea el Estado que
representan. Para acercarse así a la realidad con empatía
tratando de comprender una de sus partes, y guardando la distancia
debida para hacer respetar lo que representan: la plaza donde nadie
es desplazado. No para comulgar o participar como los fieles en una
devoción privada sino para dar a entender que hay más: el orden
que a todos abarca. Sin que esto signifique aguar la fiesta a los
fieles o dejarse bautizar por ellos.
La
presencia de lo universal en lo particular, del todo en las partes
que lo integran, libera del sectarismo a lo privado y de la
abstracción idealista y estéril al orden que todo lo contempla sin
estar en nada y con nadie. Para que se entienda mejor: esto es lo que saca al alcalde de su despacho
y lo hace bajar a la calle, no para perderse en la plaza del Pilar o
en la Ofrenda de Flores a la Virgen sino para que se vea y vean
todos lo que representa.
Claro
que un representante del Estado no puede estar en todas partes. No
hay cuerpo que lo resista ni falta que hace. Por eso una persona
pública ha de administrar su tiempo y su dinero -que son nuestros
al fin y al cabo - de acuerdo con el protocolo. Sin excusar su
presencia allí donde más ciudadanos se reúnen, ya sea un
encuentro deportivo, un acto cultural , folclórico o simplemente
religioso. Lo importante es que sepa estar en todas partes como debe
estar, en su lugar, y cumplir el papel que le corresponde. Tratar
por igual la Fiesta del Cordero en Zaragoza como la del Pilar es
una estupidez que nada tiene que ver con un Estado no confesional y
muy poco con un ateísmo inteligente. Todas las fiestas patronales
son fiestas de santos patronos, ¿qué sentido tiene reunirse
casi todos los ciudadanos bajo su nombre y no ir a la procesión ni
siquiera un concejal en representación del alcalde ?
No
puedo acabar este artículo sin advertir que lo escribo hasta la
última línea inspirado por la prudencia política que no tengo para
mi como persona privada, y en absoluto como cristiano. Yo mismo no
voy a ninguna procesión desde hace medio siglo. Pero si fuera
alcalde puede que fuera. ¡Y al fútbol si me apuran! La
diferencia no es tanta como parece. Confieso que no participo de la
afición ni de la devoción de la mayoría. Como simple ciudadano
pienso, hago y digo lo que quiero, aunque sea a veces “políticamente
incorrecto”. No pongo la cruz para la Iglesia en mi declaración.
Y me molesta que parte de mi dinero se dedique al fomento de otras
aficiones privadas sin consultarme. Pero comprendo a los políticos
que van a todas partes sabiendo estar en su sitio para salvar las
diferencias. Y no pierden el tiempo sin ir al grano que nos duele: la
intolerancia.
11-8-2015
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