lunes, 17 de agosto de 2015

UNA CUESTIÓN DE PROTOCOLO


SABER ESTAR





Lo menos que cabe esperar de un representante del Estado es que sepa estar en sociedad. Pero la sociedad realmente existente en democracia, sin ser obviamente confesional es no obstante plural y pluralista más o menos; es decir, está compuesta de partes y partidos, iglesias o sectas, aficiones o facciones que confiesan o profesan creencias, convicciones y opiniones distintas que conviven mal que bien dentro de un orden representado y defendido por un Estado que se declara no confesional. El problema es entonces la presencia real de los representantes del Estado en una sociedad plural.





Porque la sociedad nunca ha sido confesional en sentido estricto, a no ser que se entienda por tal la parte que cuenta en sociedad: los notables; como cuando se dice, por ejemplo, que “todo el Zaragoza” estuvo en la fiesta, ya se trate de la coronación del príncipe, la visita del monarca o la entrada del obispo cabalgando en mula blanca para tomar posesión de la sede episcopal como se hacía en el antiguo régimen. O cuando se habla hoy de la “sociedad civil” refiriéndose de hecho a la “burguesía” de la que hablaba Marx y no al pueblo soberano. Y aún en esa hipótesis, hay que afirmar que ni los aristócratas ni los burgueses que en España han sido compartieron nunca todos las mismas creencias religiosas y los mismos prejuicios ideológicos. Pero menos si cabe el pueblo soberano, dividido por esto y aquello, ya sea el entusiasmo deportivo, el fervor religioso, el fanatismo ideológico,las modas y lo que es peor: por la elección de los enemigos y de los frentes de lucha en favor de la democracia.



Si algo comparten los ciudadanos en una sociedad plural como la nuestra no es, por desgracia, la defensa del pluralismo, del diálogo y de la tolerancia, de las reglas y el juego que debería unirnos, sino la defensa de las partes pero cada uno la suya y con los suyos contra los otros. Por eso precisamente, porque eso es lo que hay y ese es el estado de cosas en la sociedad real, se requiere la presencia del Estado aconfesional y de sus representantes en todas partes. No para estar entre los fieles o presidir su asamblea, que para eso están los jerarcas, presidentes y anfitriones particulares de cada organización, sino donde les pertenece: en los bancos reservados para ver y ser vistos, para que se vea el Estado que representan. Para acercarse así a la realidad con empatía tratando de comprender una de sus partes, y guardando la distancia debida para hacer respetar lo que representan: la plaza donde nadie es desplazado. No para comulgar o participar como los fieles en una devoción privada sino para dar a entender que hay más: el orden que a todos abarca. Sin que esto signifique aguar la fiesta a los fieles o dejarse bautizar por ellos.



La presencia de lo universal en lo particular, del todo en las partes que lo integran, libera del sectarismo a lo privado y de la abstracción idealista y estéril al orden que todo lo contempla sin estar en nada y con nadie. Para que se entienda mejor:  esto es lo que saca al alcalde de su despacho y lo hace bajar a la calle, no para perderse en la plaza del Pilar o en la Ofrenda de Flores a la Virgen sino para que se vea y vean todos lo que representa.



Claro que un representante del Estado no puede estar en todas partes. No hay cuerpo que lo resista ni falta que hace. Por eso una persona pública ha de administrar su tiempo y su dinero -que son nuestros al fin y al cabo - de acuerdo con el protocolo. Sin excusar su presencia allí donde más ciudadanos se reúnen, ya sea un encuentro deportivo, un acto cultural , folclórico o simplemente religioso. Lo importante es que sepa estar en todas partes como debe estar, en su lugar, y cumplir el papel que le corresponde. Tratar por igual la Fiesta del Cordero en Zaragoza como la del Pilar es una estupidez que nada tiene que ver con un Estado no confesional y muy poco con un ateísmo inteligente. Todas las fiestas patronales son fiestas de santos patronos, ¿qué sentido tiene reunirse casi todos los ciudadanos bajo su nombre y no ir a la procesión ni siquiera un concejal  en representación del alcalde ? 



No puedo acabar este artículo sin advertir que lo escribo hasta la última línea inspirado por la prudencia política que no tengo para mi como persona privada, y en absoluto como cristiano. Yo mismo no voy a ninguna procesión desde hace medio siglo. Pero si fuera alcalde puede que fuera. ¡Y al fútbol si me apuran! La diferencia no es tanta como parece. Confieso que no participo de la afición ni de la devoción de la mayoría. Como simple ciudadano pienso, hago y digo lo que quiero, aunque sea a veces “políticamente incorrecto”. No pongo la cruz para la Iglesia en mi declaración. Y me molesta que parte de mi dinero se dedique al fomento de otras aficiones privadas sin consultarme. Pero comprendo a los políticos que van a todas partes sabiendo estar en su sitio para salvar las diferencias. Y no pierden el tiempo sin ir al grano que nos duele: la intolerancia.




11-8-2015












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