martes, 4 de agosto de 2015

LOS ORDENADORES QUE NO PIENSAN

LA BANALIDAD  DEL MAL 


Lo que está mal  siempre   está mal. Pero, cuando se sabe, es peor para quien lo hace a sabiendas   y menor para la sociedad que lo reconoce y persigue. En cambio es nada   en sentido moral para el individuo que lo hace sin saber  lo que hace, y  muy grave para la sociedad  que lo da por sabido  sin reparar en ello. El mal instalado como un clima o régimen que todos   aguantan  como se aguanta el mal tiempo, ya se sabe, es sencillamente normal.  Lo que no quita  para que sea gravísimo  para la sociedad  entera y   afecte a todos los ciudadanos sin excepción, como una pedregada.


 No porque todos seamos moralmente malos en conciencia, sino  porque en eso y por eso  -bajo tal clima- nos  volvemos como las bestias sin moral  alguna ni dignidad  humana que la sustente.  Hacer el mal  a conciencia nos hace malos y culpables; hacerlo sin pensar en ello en una sociedad desmoralizada, no nos hace peores ni mejores que los otros ciudadanos “normales” que tampoco piensan.
                Decía Pascal que el “pensamiento es el principio de la moral” Y mi madre le pedía a Dios que al menos le conservara la cabeza hasta el fin de sus días. A su manera Genoveva quería decir lo mismo que dijo el filósofo: que nada desmoraliza tanto como perder la cabeza o dejar de pensar en todo y en todos. Y si lo dijo Blas, punto redondo. No seré yo quien se lo discuta, y  menos quien le quite la razón  a la madre que le dio la vida. Añadiré, no obstante, una aclaración que me parece necesaria  para comprender lo que quisieron decir.  Y es que nada   hay tan desmoralizador  en todos los sentidos como dejar de pensar ya sea  porque no se quiere o no se puede. No solo   perdemos con ello la fuerza moral, el coraje  para hacer lo que debemos, sino que  apagada  la  luz de la razón práctica no distinguimos  ya entre  el bien y el mal  y ni siquiera sabemos lo que debemos hacer.

¿Pero qué es pensar?, se dirá. ¿Y acaso no piensan los robots? Porque  eso es lo que se afirma ,  y hasta se anuncia con optimismo que pronto habrá  máquinas asesinas  “inteligentes” para matar   al  enemigo .Si  al menos  aprendiéramos     a  resolver  así los conflictos  sin derramar  sangre  humana y reduciendo solo  a chatarra  al ejército enemigo... Pero no se preocupen, no  caerá  esa  breva.  La ciencia humana no da para tanto y la sabiduría es aún muy escasa para  intentar al  menos  disminuir los desastres de las   guerras  convencionales. Es cierto que suprimir el servicio militar obligatorio   y sustituir  un ejército nacional   por otro profesional  integrado por militares de carrera y soldados de oficio,    marca   sin duda una tendencia  que acabará  desplazando a los mercenarios    con robots que no hacen preguntas, son  más eficientes para el caso, no sufren, no tienen miedo y  sin saber lo que hacen  forman un ejército de tal naturaleza  que  para sí lo quieren  ya las naciones más adelantadas y los poderes ocultos de la economía mundial  que  no tiene patria  aunque sí intereses que defender.

 Ahora bien, no hay que olvidar  nunca que aunque  maten las máquinas  los asesinos  son quienes las  hacen y utilizan.  Por otra parte, es necesario advertir que los hombres  tenemos otras maneras igual de “limpias”  y otros instrumentos   no menos eficaces para vencer, dominar y hasta matar  a nuestros  enemigos, y que la humanidad no  está dispuesta  ni de lejos a renunciar a la violencia utilizando todos los medios. Por ejemplo, podemos  matar de hambre  a  millones  de personas  tirando a la basura  un tercio de los alimentos que se producen. ¿Somos conscientes de que el mercado  es un campo de batalla  en el que hay también asesinos  sin escrúpulos  y víctimas inocentes?  ¿Qué culpa tienen los niños para morir de hambre?  Y los que tiran los alimentos,  ¿no tienen ninguna?

No olvidemos tampoco que  si los robots calculan pero no piensan, en una  sociedad desmoralizada  la mayoría  de los individuos “normales”  apenas piensan.  Pero  si no  se les emplea más no es por eso, sino porque calculan  peor que las máquinas  inteligentes. La tendencia en alza de la “inteligencia artificial”  corre pareja  con la tendencia  a la baja del pensamiento humano. Lo que coincide con la desmoralización  creciente de la sociedad  y la proliferación de  una violencia gratuita - sin motivos, causas  o razones que la expliquen-  o del ”mal banal”  que  denunciara  y atribuyera Hannah Arendt a una falta de pensamiento.

Pensar es  pensar en todo y en todos. Es pensar en lo que importa después de todo: en el sentido  y en los fines; es juzgar sin perder el juicio- el tiempo y la vida entera-  sin  preocuparse de lo que siempre está bien y discernirlo del mal para comenzar.  Es pensar en uno mismo y en los otros con la razón práctica, queriendo para los otros lo que uno quiere para sí mismo. No es  contar con  qué se cuenta  y procesar la información sobre  los medios para alcanzar un objetivo dado pero no pensado. Que eso es calcular. Y para eso están, los ordenadores que no piensan. Y los ordenadores animales que tampoco.

3-8-2015

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