LA BANALIDAD DEL
MAL
Lo que está mal
siempre está mal. Pero, cuando
se sabe, es peor para quien lo hace a sabiendas y menor
para la sociedad que lo reconoce y persigue. En cambio es nada en sentido moral para el individuo que lo
hace sin saber lo que hace, y muy grave para la sociedad que lo da por sabido sin reparar en ello. El mal instalado como un
clima o régimen que todos aguantan
como se aguanta el mal tiempo, ya se sabe, es sencillamente normal. Lo que no quita para que sea gravísimo para la sociedad entera y
afecte a todos los ciudadanos sin excepción, como una pedregada.
No
porque todos seamos moralmente malos en conciencia, sino porque en eso y por eso -bajo tal clima- nos volvemos como las bestias sin moral alguna ni dignidad humana que la sustente. Hacer el mal a conciencia nos hace malos y culpables;
hacerlo sin pensar en ello en una sociedad desmoralizada, no nos hace peores ni
mejores que los otros ciudadanos “normales” que tampoco piensan.
Decía
Pascal que el “pensamiento es el principio de la moral” Y mi madre le pedía a
Dios que al menos le conservara la cabeza hasta el fin de sus días. A su manera
Genoveva quería decir lo mismo que dijo el filósofo: que nada desmoraliza tanto
como perder la cabeza o dejar de pensar en todo y en todos. Y si lo dijo Blas,
punto redondo. No seré yo quien se lo discuta, y menos quien le quite la razón a la madre que le dio la vida. Añadiré, no
obstante, una aclaración que me parece necesaria para comprender lo que quisieron decir. Y es que nada hay tan desmoralizador en todos los sentidos como dejar de pensar ya
sea porque no se quiere o no se puede.
No solo perdemos con ello la fuerza
moral, el coraje para hacer lo que
debemos, sino que apagada la luz
de la razón práctica no distinguimos ya
entre el bien y el mal y ni siquiera sabemos lo que debemos hacer.
¿Pero qué es pensar?, se dirá. ¿Y acaso no piensan los
robots? Porque eso es lo que se afirma , y hasta se anuncia con optimismo que pronto
habrá máquinas asesinas “inteligentes” para matar al enemigo
.Si al menos aprendiéramos a
resolver así los conflictos sin derramar
sangre humana y reduciendo solo a chatarra
al ejército enemigo... Pero no se preocupen, no caerá
esa breva. La ciencia humana no da para tanto y la
sabiduría es aún muy escasa para intentar
al menos
disminuir los desastres de las
guerras convencionales. Es cierto
que suprimir el servicio militar obligatorio
y sustituir un ejército nacional por otro profesional integrado por militares de carrera y soldados
de oficio, marca
sin duda una tendencia que
acabará desplazando a los mercenarios con
robots que no hacen preguntas, son más
eficientes para el caso, no sufren, no tienen miedo y sin saber lo que hacen forman un ejército de tal naturaleza que
para sí lo quieren ya las
naciones más adelantadas y los poderes ocultos de la economía mundial que no
tiene patria aunque sí intereses que
defender.
Ahora bien, no hay que olvidar nunca que aunque maten las máquinas los asesinos
son quienes las hacen y utilizan.
Por otra parte, es necesario advertir
que los hombres tenemos otras maneras igual
de “limpias” y otros instrumentos no
menos eficaces para vencer, dominar y hasta matar a nuestros
enemigos, y que la humanidad no
está dispuesta ni de lejos a
renunciar a la violencia utilizando todos los medios. Por ejemplo, podemos matar de hambre a
millones de personas tirando a la basura un tercio de los alimentos que se producen.
¿Somos conscientes de que el mercado es un
campo de batalla en el que hay también
asesinos sin escrúpulos y víctimas inocentes? ¿Qué culpa tienen los niños para morir de
hambre? Y los que tiran los alimentos, ¿no tienen ninguna?
No olvidemos tampoco que si los robots calculan pero no piensan, en
una sociedad desmoralizada la mayoría
de los individuos “normales” apenas
piensan. Pero si no
se les emplea más no es por eso, sino porque calculan peor que las máquinas inteligentes. La tendencia en alza de la
“inteligencia artificial” corre
pareja con la tendencia a la baja del pensamiento humano. Lo que
coincide con la desmoralización
creciente de la sociedad y la
proliferación de una violencia gratuita
- sin motivos, causas o razones que la
expliquen- o del ”mal banal” que denunciara
y atribuyera Hannah Arendt a una falta de pensamiento.
Pensar es pensar en todo y en todos. Es pensar en lo
que importa después de todo: en el sentido
y en los fines; es juzgar sin perder el juicio- el tiempo y la vida
entera- sin preocuparse de lo que siempre está bien y
discernirlo del mal para comenzar. Es
pensar en uno mismo y en los otros con la razón práctica, queriendo para los
otros lo que uno quiere para sí mismo. No es contar con
qué se cuenta y procesar la
información sobre los medios para
alcanzar un objetivo dado pero no pensado. Que eso es calcular. Y para eso
están, los ordenadores que no piensan. Y los ordenadores animales que tampoco.
3-8-2015
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