martes, 19 de mayo de 2015

REFLEXIÓN PREVIA



¿Mi voto en un pozo?



Como todos los viejos camino más despacio, me inclino hacia la tierra de donde vengo, cuido los amigos que me quedan y conservo mis recuerdos que también se pierden. Presumo -es decir, opino- que los niños de la Guerra, la generación que la padeció y no la hizo, hizo en España la Transición en buena parte y antes la reconciliación entre vecinos. Estoy convencido de que aquella amarga experiencia fue una vacuna contra todas las guerras. Heredamos las consecuencias de una guerra con sus desastres: el desamparo, el hambre, la miseria, los piojos... y aprendimos lo que vale un peine y lo bueno que sabe un higo con una almendra o un puñado de olivas con un corrusco al salir de la escuela. Las niñas jugaban a las tabas: passa tu, passa tu tamè, que si no passes te degollaré, cantaban mientras hacían pasar la taba con la mano derecha por debajo del arco que formaban con el índice y el pulgar de la izquierda. Y los niños jugábamos primero a la guerra con cañas y luego dejamos las espadas de juguete y nos fuimos juntos a pescar con cañas de verdad. Recuerdo que cultivé con otro compañero el mismo rosal en el patio de la misma escuela. Y cuando regresó del exilio – lo llevaron a Francia después que su padre huyera con su familia antes de entrar los fascistas- aprendimos ambos del mismo maestro. Y aunque era falangista, el maestro, los dos terminamos siendo socialistas clandestinos primero y después como ciudadanos libres. Si estuviera empadronado en mi pueblo hoy seguramente lo tendría más claro al ir a votar.



En mi pueblo se habla catalán y allí dicen “cadellet” a lo que en aragonés “cadillo” y en castellano “cachorro”. Vivía con nosotros de pupilo un hermano de mi madre que era viudo. Mi tío nos contaba una anécdota que siempre los hermanos hemos recordado. Cuando una perra paría más de la cuenta, se deshacían los dueños de los cadillos no deseados. Los metían en un saco y los echaban a un pozo. Hoy esto parece una crueldad. Aunque nada tiene que ver con el infaticidio practicado antiguamente por los atenienses, resulta incomprensible para quienes defienden hoy incluso el derecho a la vida de las mascotas. Pero era normal cuando mi tío era un niño. Fue entonces -contaba- cuando él y su cuadrilla recibieron el encargo de deshacerse de un “cadellet”. Lo cogieron en brazos, se lo llevaron a un huerto y rodeando los seis un mismo pozo se lo pasaron de uno al otro sin que ninguno se atreviera a echarlo salvo el último que sí lo hizo.



Para San Isidro aproximadamente llegan las cerezas puntualmente. Y yo me llevo al huerto a los amigos. Este año coincide la rutina de la naturaleza, que vuelve, con las elecciones convocadas que nos comprometen. Somos un grupo que participamos activamente en la Transición, casi todos jubilados. Compartimos muchos recuerdos y bastantes ilusiones que ya no madurarán. Vivimos en un mundo nuevo y en una situación sumamente compleja. Supongo que todos iremos a votar, el problema es para cada uno de nosotros saber  qué debe hacer en conciencia. Los partidos han envejecido con nosotros y algunos jóvenes más que nosotros. Cuando nos tocó hacer lo que hicimos,nos sentimos motivados como jóvenes emprendedores. No necesitábamos códigos éticos, sabíamos y queríamos hacer lo que debíamos hacer en general: nada de utilizar la moral como recurso, como instrumento al alcance de la mano, nada de acordarse de Santa Bárbara porque truena y cuando truena. La moral es muy señora y un fin en sí misma. En los primeros gobiernos democráticos teníamos la moral alta -quiero decir la fuerza moral, el ánimo, el coraje- y los principios claros y limpios: sin estrenar en ese campo. Pero lo que teníamos que hacer eran leyes buenas -políticamente buenas, no solo justas sino viables- y para eso nos faltaba experiencia. Aún así me atrevería a decir que la transición a la democracia fue un éxito de los demócratas, que los había, y no solo de unos pocos líderes sino de muchos ciudadanos bregados en las bases. Aquello fue una demanda exigida y otorgada porque no había otro remedio: el éxodo de un pueblo que quería libertad. Pero lo que sucedió después, más pronto que tarde, fue que los partidistas ocuparon los partidos y echaron de las instituciones a los demócratas de buena voluntad.



Hay que reconocer que la situación local es hoy muy distinta y una variante de la situación mundial. No hay fronteras impermeables, problemas aislados, poderes absolutos, ni soluciones simples. La política se ha convertido en un problema muy serio en el que o se rompe la baraja y eso es el fin, o se salvan las reglas y eso solo es el principio. La democracia se salva con más democracia. Por eso iré a votar y no seré yo quien eche mi voto en un pozo. Os lo aseguró. Pero tampoco el único a quien no le tiemble el pulso si hay que echar a los corruptos. No se trata de animales políticos ni de perros, sino de servidores fieles. Y hay que elegir a los mejores, a los honestos. No a los supervivientes. Que de cadetes o cadillos están llenas las instituciones.







José Bada

15-5-2015




































































































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