¿Mi
voto en un pozo?
Como todos los viejos
camino más despacio, me inclino hacia la tierra de donde vengo,
cuido los amigos que me quedan y conservo mis recuerdos que también
se pierden. Presumo -es decir, opino- que los niños de la Guerra,
la generación que la padeció y no la hizo, hizo en España la
Transición en buena parte y antes la reconciliación entre vecinos.
Estoy convencido de que aquella amarga experiencia fue una vacuna
contra todas las guerras. Heredamos las consecuencias de una
guerra con sus desastres: el desamparo, el hambre, la miseria, los
piojos... y aprendimos lo que vale un peine y lo bueno que sabe un
higo con una almendra o un puñado de olivas con un corrusco al
salir de la escuela. Las niñas jugaban a las tabas: passa tu,
passa tu tamè, que si no passes te degollaré,
cantaban mientras
hacían pasar la taba con la mano derecha por debajo del arco que
formaban con el índice y el pulgar de la izquierda. Y los niños
jugábamos primero a la guerra con cañas y luego dejamos las
espadas de juguete y nos fuimos juntos a pescar con cañas de verdad.
Recuerdo que cultivé con otro compañero el mismo rosal en el patio
de la misma escuela. Y cuando regresó del exilio – lo llevaron a
Francia después que su padre huyera con su familia antes de entrar
los fascistas- aprendimos ambos del mismo maestro. Y aunque era
falangista, el maestro, los dos terminamos siendo socialistas
clandestinos primero y después como ciudadanos libres. Si
estuviera empadronado en mi pueblo hoy seguramente lo tendría más
claro al ir a votar.
En mi pueblo se habla
catalán y allí dicen “cadellet” a lo que en aragonés
“cadillo” y en castellano “cachorro”. Vivía con nosotros de
pupilo un hermano de mi madre que era viudo. Mi tío nos contaba
una anécdota que siempre los hermanos hemos recordado. Cuando una
perra paría más de la cuenta, se deshacían los dueños de los
cadillos no deseados. Los metían en un saco y los echaban a un pozo.
Hoy esto parece una crueldad. Aunque nada tiene que ver con el
infaticidio practicado antiguamente por los atenienses, resulta
incomprensible para quienes defienden hoy incluso el derecho a la
vida de las mascotas. Pero era normal cuando mi tío era un niño.
Fue entonces -contaba- cuando él y su cuadrilla recibieron el
encargo de deshacerse de un “cadellet”. Lo cogieron en brazos, se
lo llevaron a un huerto y rodeando los seis un mismo pozo se lo
pasaron de uno al otro sin que ninguno se atreviera a echarlo salvo
el último que sí lo hizo.
Para San Isidro
aproximadamente llegan las cerezas puntualmente. Y yo me llevo al
huerto a los amigos. Este año coincide la rutina de la naturaleza,
que vuelve, con las elecciones convocadas que nos comprometen. Somos
un grupo que participamos activamente en la Transición, casi
todos jubilados. Compartimos muchos recuerdos y bastantes ilusiones
que ya no madurarán. Vivimos en un mundo nuevo y en una situación
sumamente compleja. Supongo que todos iremos a votar, el problema
es para cada uno de nosotros saber qué debe hacer en
conciencia. Los partidos han envejecido con nosotros y algunos
jóvenes más que nosotros. Cuando nos tocó hacer lo que hicimos,nos
sentimos motivados como jóvenes emprendedores. No necesitábamos
códigos éticos, sabíamos y queríamos hacer lo que debíamos hacer
en general: nada de utilizar la moral como recurso, como instrumento
al alcance de la mano, nada de acordarse de Santa Bárbara porque
truena y cuando truena. La moral es muy señora y un fin en sí
misma. En los primeros gobiernos democráticos teníamos la moral
alta -quiero decir la fuerza moral, el ánimo, el coraje- y los
principios claros y limpios: sin estrenar en ese campo. Pero lo que
teníamos que hacer eran leyes buenas -políticamente buenas, no solo
justas sino viables- y para eso nos faltaba experiencia. Aún así
me atrevería a decir que la transición a la democracia fue un
éxito de los demócratas, que los había, y no solo de unos pocos
líderes sino de muchos ciudadanos bregados en las bases. Aquello
fue una demanda exigida y otorgada porque no había otro remedio:
el éxodo de un pueblo que quería libertad. Pero lo que sucedió
después, más pronto que tarde, fue que los partidistas ocuparon los
partidos y echaron de las instituciones a los demócratas de buena
voluntad.
Hay que reconocer que
la situación local es hoy muy distinta y una variante de la
situación mundial. No hay fronteras impermeables, problemas
aislados, poderes absolutos, ni soluciones simples. La política
se ha convertido en un problema muy serio en el que o se rompe la
baraja y eso es el fin, o se salvan las reglas y eso solo es el
principio. La democracia se salva con más democracia. Por eso iré
a votar y no seré yo quien eche mi voto en un pozo. Os lo aseguró.
Pero tampoco el único a quien no le tiemble el pulso si hay que echar
a los corruptos. No se trata de animales políticos ni de perros,
sino de servidores fieles. Y hay que elegir a los mejores, a los
honestos. No a los supervivientes. Que de cadetes o cadillos están
llenas las instituciones.
José Bada
15-5-2015
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