OTRA VEZ EN CAMPAÑA
Cojo un taxis en la plaza de Europa para ir al centro de la
ciudad, subo y me abrocho el cinturón como está mandado [Por
cierto, me pregunto si no es posible equipar a los taxis con
cinturones menos incómodos para el cliente y más fáciles de
abrochar o si fueron también homologados por la autoridad
competente que ordenó su uso] y llego a la plaza Paraíso en cinco
minutos en los que mantengo una interesante conversación con el
taxista a propósito de la campaña electoral que no cesa y nos
persigue: “¿Quién es ese?”, le pregunto. “No lo sé ni me
interesa, es un político, ha entrado por la emisora que acabo de
conectar”. Y nos liamos a hablar sobre la corrupción que apesta,
los partidos que prometen, las elecciones que se acercan y las
dudas de la gente. “Porque a los partidos de siempre ya los
conocemos por desgracia -me dice- y a los nuevos, pues qué quiere
que le diga, yo pienso que no tienen experiencia, no conozco aún
sus programas y no creo que puedan hacer de verdad lo que prometen”
Una campaña electoral
es como todas las campañas comerciales, solo que los partidos venden
promesas a cambio de votos. Los candidatos compiten entre sí con
otros representantes para llevarse el gato al agua y el agua a su
molino, es decir, la mayor parte de la clientela a su partido.
Antes de acceder y para acceder como diputados o representantes en el
parlamento, de sentarse en los escaños o en los sillones del
gobierno, han de actuar como representantes comerciales y moverse
mucho en la campaña. Algunos pocos menos conocidos serán la
percha y la cara, el escaparate y la presencia del partido o de
la marca que se quiere vender. Otros, si no la mayoría, no venderán
solo artículos de la casa y entrarán en el paquete de la oferta
como los malos actores que se venden a sí mismos aprovechando el
papel que representan en el escenario. De todos modos,sea la primera
o la segunda intención la predominante: vender el programa del
partido o venderse el personaje, que no el papel, en una campaña
todos los representantes son comerciales.
Y como el tiempo es oro
o su equivalente en votos hay que aprovecharlo, no para dar
explicaciones ni hacer debates sino para hacer negocio: dejando la
letra pequeña en los papeles y la grande en las paredes y en los
titulares, o fijando sobre todo una buena imagen en las vallas y
en las pantallas. Lo que importa no es convencer sino vencer o
ganar y, por tanto, persuadir o seducir a los clientes, derrotar a
la competencia y hacer caja. Y para eso hay que estar y llegar a
todas partes, como en la guerra, ocupando el territorio. Escuchar,
deliberar, dialogar, participar, pensar....., eso hay que dejarlo a
un lado cuando se está en campaña y se supone que los militantes y
los candidatos para entonces ya lo tienen todo pensado. En cuanto a
los clientes , los electores, ¿acaso no tienen bastante con un día
de reflexión? Pues eso.
Además, si la gente no
puede entenderlo todo ¿ por qué se critica que se desentienda de
lo que no puede entender? De hecho pasamos de muchas cosas que nos
conciernen y dependemos cada vez más de expertos en la materia.
Todos los profesionales defienden el ámbito de su competencia
contra los intrusos, alegando incluso que lo hacen pensando en sus
clientes, y no les falta razón por ejemplo cuando se trata de la
atención sanitaria. Y si eso es lo que hacemos cuando nos va en
ello la salud o la educación de los hijos, ¿por qué ha de
extrañarnos que la gente se desentienda de la política? ¿Y por qué
se critica a los políticos que se hacen cargo de lo que
se desentienden los
ciudadanos? Y por último ¿no será ese comportamiento de la
gente comprensible y funcional para el gobierno en sociedades
complejas? Quizás, más de uno lo piensa.
No obstante hay razones
en favor de una democracia deliberativa en la que participen más
los ciudadanos. Y no hay ninguna que yo sepa que justifique la
conducta habitual de los políticos que solo se acuerdan de los
ciudadanos cuando les piden el voto en las campañas a fondo perdido.
O cuando desde el gobierno les llaman a participar, ellos que sirven
al pueblo soberano, en vez de escucharles que es lo que deberían
hacer todos los días. Me resulta tan extraño, por no decir absurdo,
como lo sería que la chacha pidiera a la señora participar en las
tareas domésticas. Lo que tienen que hacer los políticos es
preguntar al pueblo y, por supuesto, responder a todas las preguntas
de los ciudadanos. ¡Basta ya! En vez de hacer encuestas, los que
gobiernan tienen que responder a los ciudadanos que preguntan.
Mientras solo les pidan el voto y el aplauso, crecerá la
desconfianza de los ciudadanos en sus representantes. Termino este
artículo cuando el Ebro, que ha sacado pecho, ha a vuelto a su
cauce. Y con el deseo de que la riada de las elecciones no se lleve
la poca esperanza que nos queda.
José Bada
17-3-2015
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