viernes, 13 de febrero de 2015

EL PRINCIPIO DE RESPONSABILIDAD





PODEMOS, CLARO



Ese no es el tema. Poder, lo que se dice poder, hay que ver lo que podemos. Nunca tuvimos tanto poder sobre tantas cosas, sobre la naturaleza entera y sobre nosotros mismos. Podemos llegar hoy a la Luna y más allá, prolongar la vida, cambiar de sexo y producir niños a la carta. Podemos , si queremos, acabar con el hambre en el mundo. Vivir en paz y dejar vivir, perder peso que es más sano y crecer en sabiduría y en virtud que es más ecológico. Y hasta podemos, si queremos , no hacer nada y dejar que todo siga igual aunque no por los siglos de los siglos. Porque somos mortales y todo tiene un límite. Y hasta la naturaleza se acaba y la misma historia, más pronto que tarde, si consumimos aquella y no hacemos ésta responsablemente para mejorarla. Por tanto, ese no es el tema.


 Ni tampoco querer, sino querer lo que debemos. Aunque bien pensado ese es ya el problema y no el tema de un artículo, de un libro entero ni de todas las tertulias en las que se habla de todo y sobre todos sin que haya en ello nada personal. El tema de este artículo es la responsabilidad en la que se piensa poco. Se trata solo de eso. Pero asumir la responsabilidad y querer lo que se debe, eso es harina de otro costal en la que pensamos sí , como no puede ser menos, pero sin entrar en el saco y meter las manos en ella. Lo que no significa , por otra parte, que nos aliviemos del problema hablando sobre ese tema.


Las cosas no piensan, están. Las plantas vegetan sin enterarse. Y los animales viven y se mueven sin pararse a pensar. ¿Qué es la naturaleza sin el pensamiento? ¿Una palabra que nadie escucha, un texto que nadie lee? Todo lo que es da que pensar, y lo que más da que pensar es precisamente que nosotros -que podemos- “todavía no hemos llegado a pensar en lo más digno de ser pensado” (Heidegger). La verdad del ser, el ser como verdad que se presenta y la presencia de su ausencia en un mundo que no lo piensa - el ser ahí desatendido- reclama hoy más que nunca su atención y su cuidado. El hombre es “el pastor del ser” (de nuevo, Heidegger) aquí - en el mundo, claro- del ser en su totalidad que se encomienda a nuestro cuidado. Si todo lo que es debe ser atendido -es decir, lo que se ofrece delante de nosotros - con mayor razón deberíamos pensar los unos en los otros y atendernos: cada uno según su poder debería cuidarse de sí mismo, de la casa que habitamos -de este mundo - y de todos sus habitantes, sin olvidar a las víctimas que fueron – hay una justicia pendiente y “hemos sido esperados sobre la tierra” para que se cumpla , como decía W. Benjamin- ni a los que han de venir todavía mientras haya esperanza en ciernes a verificar.



Atender, escuchar, pensar, tratar de entender y cuidar lo que nace, es el camino de la vida y de la historia. Es emplear el tiempo, y lo contrario perderlo. Despistarse, salir de ese camino, es igual que andar por camino trillado: dar vueltas como el trillo, no es salir sino enrollarse.



En este mundo mundial, tan complejo, en el que la técnica ha puesto la naturaleza en nuestras manos, se necesita una ética de la responsabilidad y del cuidado que ponga a salvo al cuidador y a su rebaño. No basta con saber hacer, hay que pensar lo que se hace. Ni vale la máxima de “hacer justicia aunque el mundo se hunda”, sino hacer precisamente lo que hay que hacer para que el mundo no se hunda y sea posible más humanidad y más justicia. No hablamos de una ética al servicio de la mera supervivencia sino de la responsabilidad que nos hace humanos.



La responsabilidad y la libertad se dan la mano en ese camino para gobernar un poder descomunal. Ni la responsabilidad existe donde no hay libertad ni a la inversa. El prototipo de la responsabilidad es la de los padres que han de cuidar de sus hijos hasta que puedan valerse. Y a gran escala la de los políticos que gobiernan a los pueblos que no engendraron y que les seguirán. Unos y otros han de actuar desde la libertad y para la libertad. Solo la naturaleza puede dominarse y aún ésta con reservas, pero los hijos nacen para comenzar y comienzan como personas adultas. Y los ciudadanos no son súbditos sino soberanos, eso es lo que creen y lo que deben ser. Necesitamos padres responsables que confíen menos en la escuela y los programas, y ciudadanos responsables que confíen menos en los gobernantes. Esto último, la desconfianza, ya la tenemos. Pero en España nos falta aún la alternativa: más responsabilidad en los electores y en los elegidos. Por último, no hay que dejase llevar: ni tierase al monte como las cabras,que eso es cabreo; ni a las “chuches” como los niños, que es un capricho.





José Bada

9-2-2015


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