Lo que no
entiendo
Mi ignorancia crece más
deprisa que mis conocimientos. A mis años hay muchas cosas que
desconozco, más de las que quisiera conocer mejor, más de las que
puedo conocer todavía y menos de las que ya no me interesan en
absoluto. El cálculo no es mi fuerte: ni las ciencias propiamente
dichas como las matemáticas, la física, la técnica en general, y
la economía que lo pretende son santos de mi devoción. Y en nuevas
tecnologías me dan los niños sopa con onda.
Mi sobrino nieto me ha
regalado estas navidades el libro de Thomas Piquetty: EL capital
del siglo XXI. Según Paul
Krugman, Premio Nobel de Economía en el año 2008, se trataría “del
mejor libro de economía del año 2013 , y quizás de la década”.
Lo estoy leyendo poco a poco y dudo que lo termine: me falta
tiempo, a mi edad es lo que pasa, y puede que me pase como a
tantos otros que presumen de haberlo leído. Reconozco, no obstante,
que de entrada – estoy en la página cincuenta y son cerca de
setecientas - me atrae el autor por lo que se propone: investigar
la distribución de la riqueza y el crecimiento de la desigualdad en
los tres últimos siglos en vistas a las lecciones que pueden
extraerse para el XXI; por lo que escribe: “La disciplina
económica aún no ha abandonado su pasión infantil por las
matemáticas y las especulaciones puramente teóricas, y a menudo muy
ideológicas, en detrimento de la investigación histórica y de la
reconciliación con las demás ciencias sociales”; y , sobre todo,
por lo que ha hecho recientemente: rechazar la Legión de Honor,
argumentando que no corresponde al Gobierno conceder honores en vez
de “centrarse en resucitar el crecimiento económico en Francia y
en Europa entera”.
Pero hoy por hoy es muy probable que hasta el libro de Piketty
duerma pronto en silencio en mi biblioteca hasta que otro mejor
dotado lo despierte. En aquellas materias en las que se
promueve actualmente la excelencia de los alumnos a mayor gloria
y progreso del sistema económico y social establecido, en los
conocimientos técnicos y en las ciencias que cuentan hoy y se
cotizan, me confieso humildemente un vulgar analfabeto por no decir
un infiel de la escuela científica, gratuita y obligatoria. O
quizás mejor un hereje sin escolarizar no obstante haber pasado
por ella.
A mis años casi no
entiendo nada y eso es lo peor, que apenas sé que no sé nada. Y
lo mejor, si es cierto que la sabiduría no pasa de ser una docta
ignorancia. A mis años me queda la pregunta, y la mantengo. No acabo
de entender a los filósofos que no la mantienen porque no esperan
respuesta y menos a teólogos dogmáticos que pretendan tener la
respuesta en propiedad. Me refiero a la pregunta por todo y no por
partes, que son muchas y nos distraen, sino por el sentido de la vida
y de la historia que llevamos. A la pregunta que somos, aunque no
queramos. En la que nos entendemos incluso cuando nos mal-entendemos
para desentendemos de ella y de nosotros mismos: la pregunta
reprimida aunque nunca suprimida, no escuchada pero no acallada, la
que grita en el desierto... Esa es la que procuro mantener
abierta... [O eso es lo que pienso y lo que quiero, lo que quisiera
querer quizás y lo que pienso que debería querer de todos modos. Y
que Dios – o como quiera se llame el misterio que nos pone en
cuestión - ayude mi incredulidad ] Esa pregunta no es retórica,
ni se deja caer como tal sin esperar respuesta. Sino práctica,
como el camino que se abre y halla sentido al andar poco a poco en
dirección a la respuesta. Es la que responde a lo que viene y
sabe en cierto modo, pues lo busca. Y a la vez no lo sabe todavía
y, por eso mismo, pregunta. Es la pregunta abierta que nos abre a un
mundo abierto...
Esa pregunta, a la
que sostiene la esperanza con los pies en tierra y ñass manos en el
tajo, no está a la espera sin hacer nada. Ni vive como tal de las
consecuencias del pasado o de las expectativas que son las
consecuencias “racionales” del presente. No depende del cálculo,
la estrategia o la técnica. No es un producto, es más bien el
comienzo y la apertura. No es un tema sobre la vida y la historia,
que eso es asunto de tertulianos. Es el problema mismo, la vida
misma y la historia misma en donde nos jugamos todo lo que vale la
pena. La historia no es una ciencia exacta, ni una descripción
objetiva de los hechos: es ante todo un compromiso en el que se
empeña nos jubamos la libertad humana responsablemente. Y en modo
alguno una novela o representación de figurantes para entretener a
un pueblo que no la hace. Y eso es sobre todo lo que no entiendo:
que no la hagamos. Como si todo fuera fatalmente como es.
José Bada
10-1-2015
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