ENTREVISTA
al comenzar un año imprevisible
Hay dos hechos que llaman
hoy poderosamente mi atención en vistas al futuro por el que
preguntas: 1) La lucha contra los desahucios y 2) la indignación
de los ciudadanos contra los políticos que “okupan” las
instituciones públicas.
La plataforma ciudadana
de STOP DESHAUCIOS es una prueba de lo que podermos hacer los
ciudadanos y un motivo para la esperanza: los bancos se ven
obligados a negociar y ceder, no por gusto sino por su propio
interés, ante la presión de meros ciudadanos que reivindican para
todos el derecho humano a una vivienda.
En cambio la indignación
ciudadana contra los políticos corruptos no ha conseguido todavía
desalojarlos de las instituciones públicas que “okupan”. El
pueblo soberano está en la calle, indignado; pero en la calle. Y
los “okupas” siguen dentro de las instituciones. El pueblo
soberano debería saber que no todos los políticos son corruptos. Y
los que tienen algún poder en los partidos políticos deberían
demostrar que no lo son limpiando la propia casa. Como hace
Francisco, que está limpiando la Iglesia de pederastas y de clérigos
corruptos que ofician sin escrúpulos en beneficio propio.
Las perspectivas de la
razón no son buenas. Con lo sencillo que sería acabar con la
corrupción si las cúpulas de los paridos no encubrieran a los
corruptos. Y si el pueblo soberano transformara su indignación en
acción política responsable. Necesitamos más demócratas en todas
partes si queremos más democracia, no solo en los partidos políticos
sino también en las organizaciones sociales.
Si cada uno
va a lo suyo, no llegaremos a ningún sitio que valga la pena. El
problema de fondo es por tanto el individualismo exacerbado y la
afirmación de la propia identidad individual o colectiva contra los
que no son como nosotros. En esta lucha competimos contra los otros
para ganar, y no tenemos tiempo para convivir, conversar,
fraternizar y compartirlo todo: el trabajo y el sufrimiento, el gozo
y la esperanza, el camino y el destino, el pan de cada día y el
vino para celebrarlo. Y así crecen las desigualdades: se ensancha
el abismo entre los más ricos -cada vez menos en número- y los más
pobres que son cada vez más numerosos . Pero la igualdad, que es
necesaria, no es suficiente y solo es buena salvando las
diferencias en la unión que las reúne y las comprende a todas y
a todos. Desde el respeto, la estima y la deferencia que merecen
todas las personas: un montón de individuos iguales, como granos de
trigo amontonados, no es ningún modelo atractivo para los seres
humanos.
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