PENSADILLAS
DE UN POBRE DIABLO
(Publicado en El Periódico de Aragón)
Dado
que somos unos pobres diablos, necesitamos la fuerza de la ley que
nos obligue a comportarnos como unos angelitos. La ley no nos hace
buenos, ni lo pretende ni puede hacerlo. Pero la ley puede establecer
un orden en el que todos podamos vivir en paz hasta cierto punto y
buscar la paz con Dios - o la conciencia - y la felicidad
personal incluso sin morir ni matar a nadie en el intento.
De eso
se ocupa la política en el mejor de los casos: de establecer y
mantener un estado de derecho, no una comunidad moral o comunión de
los santos sino una comunidad legal de pobres diablos que se
comporten como angelitos si son inteligentes.
El clima de
corrupción irrespirable de este país es un problema de la
sociedad civil que no van a resolver los predicadores de oficio ni
los políticos de turno que hemos elegido. Acordarse solo de Santa
Bárbara cuando truena o de la ética - ¡esa santa !- es como pedir
perdón sin propósito de enmienda ni penitencia que satisfaga. Es
dejar las cosas como están, sin cambiar nada: ni el pasado que es
imposible, ni las consecuencias del pasado que siguen, ni el
futuro previsible que está al caer. Es igual que pedir a la Santa
o a Dios una gracia barata, una gracia que no tiene ninguna. Porque
es pretender poner la moral a servir. Pero la moral propiamente
dicha, compañeros, es muy digna y muy señora: un fin en sí
misma y nunca un medio al servicio de otros fines. Decir a los
demás que sean buenos de verdad es una ocurrencia de quienes se
pasan de listos por si cuela y funciona: para que llueva sobre
justos y pecadores, y ellos puedan irse de rositas después de todo.
Claro que hace falta
moral en una sociedad desmoralizada en todos los sentidos:
desvirtuada y sin altura de miras,sin máximas morales ni fuerza para
cumplirlas. Pero no se es bueno por conveniencia ni se produce la
bondad en los otros a pedir de boca. Si no hay conversión: cambio
de mentalidad y de forma de vida - "metanoía", y no
solo "penitencia" como la entiende un niño del catecismo-
confesarse en público y conceder perdón a granel a quien lo pida
hundirá más al culpable en su miseria y desmoralizará más a la
sociedad. Tampoco sirven de nada los códigos deontológicos, fáciles
de escribir y aceptar a voto pronto y difíciles de cumplir. Y si
de eso se trata, de que se cumplan, para eso ya están las leyes.
Hagamos leyes que puedan ser aceptadas y , sobre todo, hagamos
cumplir las que tenemos. Elijamos a quienes sepan hacerlas aunque
sean unos pobres diablos, pero no tanto que no quieran hacerlas
eficientes cuando crean que no les conviene. No les pidamos que
renuncien a sus intereses particulares, y comprobemos antes si son
capaces de entender que no van a ganar nada a largo plazo si no
ganamos todos.
No todo lo que es
moral ha de ser legal, ni a la inversa. Pero hay una ética pública
y mínima en la que se funda un estado de derecho y sin la cual es
insostenible un orden habitable para seres humanos. Los hombres se
entienden hablando y lo contrario es la barbarie, la brutalidad y el
dominio de los más fuertes sin mediar palabra. Por tanto entrar
en razón es el comienzo y, para ello, hay que suponer y admitir al
menos las condiciones de posibilidad de un diálogo orientado al
entendimiento. Confundir el parlamento con el mercado y los supuestos
innegociables de la razón práctica humana con la racionalidad
instrumental de las partes en defensa de intereses particulares, es
utilizar la palabra como arma, la conversación como estrategia y
el espacio público como campo de batalla. ¿Hay nada más absurdo
que una sociedad de mercado en la que todo se negocia y nada se
discute? ¿Que un parlamento en el que todo vale menos que los
votos y estos más que la deliberación? ¿Que un espacio público en
el que todo se vende, se compra y se prostituye si es preciso como
las meretrices del templo donde no hay más dios que el dinero?
No quiero decir ahora
lo contrario de lo que dije: que el problema de la corrupción es
político, solo añado que nos compromete en conciencia a todos los
ciudadanos en ese campo. Si no podemos hacer que todos sean
personas de buena voluntad, la apelación a una ética mínima y
publica no supone que uno lo sea o que pretenda con eso inaugurar
la misión imposible de convertir a todo el mundo. Solo es una
advertencia a los ciudadanos electores en general y una consideración
que me hago para ser al menos responsable e inteligente como pobre
diablo. Desde este punto de vista entiendo que debo asumir en
conciencia el deber moral de elegir únicamente a los candidatos
que merezcan ser respetados por su conducta "objetivamente"
ejemplar.
José Bada
6-9-2014
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