lunes, 6 de octubre de 2014

¡TODOS A LA PLAZA!

¿Qué debemos hacer?


Ahora mismo me pregunto qué debo hacer y si tiene sentido hacer lo que hago al escribir este artículo, salir a comprar el pan como todos los días, asistir a la presentación en público de un candidato para el ayuntamiento de Zaragoza en las primarias socialistas o volver a la cama para seguir durmiendo. No tengo trabajo ni obligaciones profesionales: ¿Qué debo hacer? Obviamente, lo que pueda y quiera como cualquier jubilado. Y nunca lo que no debo: no robar ni matar o lo que prohíbe la moral, ya se sabe, y el que no lo sepa ya es hora que se haga la pregunta. ¿A qué espera?



"Qué debo hacer" es la pregunta que se hizo Kant como hombre y la que nadie puede dejar de hacer si lo que quiere es hacer de verdad su vida humanamente. Vivir sin pensar, hacer lo que nos salga de la real gana o lo que nos digan, responder a los estímulos del medio o del entorno inmediatamente o a la oferta que se ofrece, es dejarse llevar o moverse como animales: no como personas autónomas, sino como autómatas incapaces de decir no. Kant - ahí tengo su libro, a mis espaldas- nos dice a todos y cada uno : "Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que sea una ley universal". Vale. Pero con ese imperativo categórico no nos saca de apuros. No nos dice precisamente qué debemos hacer aquí y ahora sino cómo debemos actuar en general; es decir, su máxima -meramente formal- es un cántaro sin agua que no satisface la sed de la demanda: ¿Qué debemos hacer? Y no digamos ya si la demanda es personal.
Lo que dice la máxima de Kant es justamente lo contrario de lo que dice una máxima existencial: "Haz lo que tú solo puedes hacer y nadie puede hacer en tu lugar"; es decir, "existe" en la situación en la que estás metido y responde al reto que te sale al paso, haz lo que debe ser y nunca será si tú no lo haces, saca de ti lo mejor que tengas y demuestra que estás a la altura de las circunstancias. No defraudes a quien te necesita y tú solo puedes ayudar.

Ahora bien, si lo que queremos es convivir en paz dentro de un orden -dentro de un mundo - y entrar juntos en la historia con los pies en tierra; si queremos afrontar los retos de nuestra época y si ese es el problema: construir un mundo habitable para todos y ocupar el vació de una ética formal ilustrada sin invadir el espacio privado y respetando el punto crítico de los compromisos personales de cada uno en su situación, habrá que salir al espacio público, a la plaza, y plantearnos allí con otros - con todos- la pregunta que a todos concierne: ¿Que debemos hacer precisamente aquí y ahora?

Bien entendido que la plaza es la pregunta en la que todos cabemos y entramos si queremos , en la que todo es discutible menos las condiciones que hacen posible su discusión (J.Habermas). En la que solo podemos entrar ligeros de equipaje, sin prejuicios, y dispuestos a caminar hacia un entendimiento cada vez mayor mediante el diálogo.

El recurso a las urnas no es la mejor solución, pero es el único remedio civilizado cuando la palabra no basta y la urgencia del momento requiere tomar una determinación común. Y la peor, el remedio que nada remedia, es no hacer nada en absoluto pase lo que pase. Los demócratas acatan siempre la voluntad de la mayoría; pero no piensan siempre como la mayoría, ni es seguro que la mayoría apoye siempre la mejor opción. Por eso hay que seguir hablando con todos de lo que a todos importa y mantener la pregunta abierta a los problemas que nos salgan al paso. No para cerrarlo sino para seguir caminando. De una crisis de la democracia se sale con más democracia, no con más elecciones sino con más demócratas.

En un mundo donde sabemos hacer muchas cosas, ha llegado el momento de preguntarnos qué debemos hacer. La ciencia no piensa en eso, no es lo suyo; los políticos que van a lo suyo... tampoco. Hay una ciencia política que es una técnica, y una política que es filosofía práctica. Pero los técnicos -los expertos- están a mandar y no deberían gobernar. Los políticos en cambio deberían gobernar, conducir, guiar, ordenar -que no es lo mismo que dar ordenes- y tener más autoridad que poder. Pero esto no es posible sin escuchar y deliberar, sin preguntarse y preguntar al menos lo que debemos hacer. Sin una democracia deliberativa y un pueblo soberano en ejercicio, a pie de obra. Que participe su voluntad. La que vaya siendo y surgiendo de abajo arriba: de los ciudadanos reunidos en la plaza en la que todos caben, y no la que desciende desde el balcón donde solo cabe el alcalde.


5.10.2014

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