¿Qué
debemos hacer?
Ahora
mismo me pregunto qué debo hacer y si tiene sentido hacer lo que
hago al escribir este artículo, salir a comprar el pan como todos
los días, asistir a la presentación en público de un candidato
para el ayuntamiento de Zaragoza en las primarias socialistas o
volver a la cama para seguir durmiendo. No tengo trabajo ni
obligaciones profesionales: ¿Qué debo hacer? Obviamente, lo que
pueda y quiera como cualquier jubilado. Y nunca lo que no debo: no
robar ni matar o lo que prohíbe la moral, ya se sabe, y el que no lo
sepa ya es hora que se haga la pregunta. ¿A qué espera?
"Qué
debo hacer" es la pregunta que se hizo Kant como hombre y la
que nadie puede dejar de hacer si lo que quiere es hacer de verdad
su vida humanamente. Vivir sin pensar, hacer lo que nos salga de la
real gana o lo que nos digan, responder a los estímulos del medio o
del entorno inmediatamente o a la oferta que se ofrece, es dejarse
llevar o moverse como animales: no como personas autónomas, sino
como autómatas incapaces de decir no. Kant - ahí tengo su libro, a
mis espaldas- nos dice a todos y cada uno : "Obra solo según
una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que sea una ley
universal". Vale. Pero con ese imperativo categórico no nos
saca de apuros. No nos dice precisamente qué
debemos hacer aquí y ahora sino cómo
debemos actuar en
general; es decir, su máxima -meramente formal- es un cántaro sin
agua que no satisface la sed de la demanda: ¿Qué debemos hacer? Y
no digamos ya si la demanda es personal.
Lo que dice la máxima de Kant es justamente lo contrario de lo que
dice una máxima existencial: "Haz lo que tú solo puedes hacer
y nadie puede hacer en tu lugar"; es decir, "existe"
en la situación en la que estás metido y responde al reto que te
sale al paso, haz lo que debe ser y nunca será si tú no lo haces,
saca de ti lo mejor que tengas y demuestra que estás a la altura de
las circunstancias. No defraudes a quien te necesita y tú solo
puedes ayudar.
Ahora
bien, si lo que queremos es convivir en paz dentro de un orden
-dentro de un mundo - y entrar juntos en la historia con los pies en
tierra; si queremos afrontar los retos de nuestra época y si ese es
el problema: construir un mundo habitable para todos y ocupar el
vació de una ética formal ilustrada sin invadir el espacio
privado y respetando el punto crítico de los compromisos personales
de cada uno en su situación, habrá que salir al espacio público,
a la plaza, y plantearnos allí con otros - con todos- la pregunta
que a todos concierne: ¿Que debemos hacer precisamente aquí y
ahora?
Bien
entendido que la plaza es la pregunta en la que todos cabemos y
entramos si queremos , en la que todo es discutible menos las
condiciones que hacen posible su discusión (J.Habermas). En la que
solo podemos entrar ligeros de equipaje, sin prejuicios, y dispuestos
a caminar hacia un entendimiento cada vez mayor mediante el diálogo.
El
recurso a las urnas no es la mejor solución, pero es el único
remedio civilizado cuando la palabra no basta y la urgencia del
momento requiere tomar una determinación común. Y la peor, el
remedio que nada remedia, es no hacer nada en absoluto pase lo que
pase. Los demócratas acatan siempre la voluntad de la mayoría;
pero no piensan siempre como la mayoría, ni es seguro que la mayoría
apoye siempre la mejor opción. Por eso hay que seguir hablando con
todos de lo que a todos importa y mantener la pregunta abierta a los
problemas que nos salgan al paso. No para cerrarlo sino para seguir
caminando. De una crisis de la democracia se sale con más
democracia, no con más elecciones sino con más demócratas.
En
un mundo donde sabemos hacer muchas cosas, ha llegado el momento de
preguntarnos qué debemos hacer. La ciencia no piensa en eso, no es
lo suyo; los políticos que van a lo suyo... tampoco. Hay una
ciencia política que es una técnica, y una política que es
filosofía práctica. Pero los técnicos -los expertos- están a
mandar y no deberían gobernar. Los políticos en cambio deberían
gobernar, conducir, guiar, ordenar -que no es lo mismo que dar
ordenes- y tener más autoridad que poder. Pero esto no es posible
sin escuchar y deliberar, sin preguntarse y preguntar al menos lo
que debemos hacer. Sin una democracia deliberativa y un pueblo
soberano en ejercicio, a pie de obra. Que participe su voluntad. La
que vaya siendo y surgiendo de abajo arriba: de los ciudadanos
reunidos en la plaza en la que todos caben, y no la que desciende
desde el balcón donde solo cabe el alcalde.
5.10.2014
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