viernes, 6 de junio de 2014

COMPETIR



¡A ganar!

Esa es la consiga en una sociedad competitiva. ¿Que lo importante es participar? Eso es lo que se dice, pero todos los participantes son competidores y lo que quieren es ganar. Esto es así en todos los negocios y en todos los partidos, ya sea en el campo del deporte profesional -que no es un juego serio- o de la política que tampoco. Claro que hay reglas, pero en la competición las faltas se penalizan cuando el árbitro las ve y el árbitro no es el ojo de Dios ni la conciencia -que está en paro- y el que corre con el pito también compite para ganar en otro campo. Como los jueces, que están por encima de las partes sin dejar de hacer por ello su propia carrera.


Cuando lo que importa es ganar, el mejor es el que gana y la mejor estrategia es la que lleva a la victoria. Por el contrario, si lo que importa es participar en el juego -es decir, en la convivencia, en la comunidad, en la toma de decisiones, en democracia- lo que a todos interesa es que gane el mejor y esto sucede -normalmente- cuando todos participan y respetan las reglas del juego. Aún así lo mejor no es necesariamente el resultado de una competición sin trampas o de unas elecciones democráticas, porque la mayoría también puede equivocarse. Por eso los demócratas acatan siempre la voluntad de la mayoría, pero no piensan siempre como la mayoría. El recurso a las urnas es un procedimiento legítimo para tomar decisiones vinculantes que hay que respetar, sin que esto suponga renunciar a pensar y a difundir las propias opiniones y a luchar por ellas en una sociedad abierta alzando en público un argumento frente a otro y no la fuerza bruta para abatir al adversario.
En una sociedad competitiva en la que importa más saber hacer cualquier cosa que se venda - o saber vender lo que se hace- a saber vivir con dignidad humanamente con los otros, se antepone la ganancia a la participación, el poder de los partidos al bien de la comunidad, el interés de los políticos profesionales - de la "casta", como dice Pablo Iglesias- al interés de los simples ciudadanos y la ganancia personal a cualquier otra.

La política productiva o creativa, la democracia esencial del pueblo soberano, deliberativa o participativa - apenas insinuada en la Transición- se ha quedado a verlas venir y ha degenerado en una democracia subordinada a los mercados. No es solo que la política haya sido sometida a la economía o que ésta le haya cortado las alas, que también. Sino que, además, los partidos políticos han entrado en competición para ganar como sea la mayor parte del pastel o de la clientela potencial existente. Los que están en el gobierno llaman a la participación y atraen con dinero público a su clientela, no se abren a la sociedad para que ésta los ponga en estado de esperanza sino para que la "sociedad civil" - que es la de siempre, la sociedad burguesa o la que cuenta en sociedad - consienta, aplauda o al menos no muerda la mano que le da de comer. Y la oposición hace lo que puede también para ganar, que si gana hará después desde el poder lo prometido siempre que sea posible y por supuesto lo que sepa y pueda hacer....para seguir ganando.

Desde este punto de vista, el análisis de las elecciones pasadas, es prácticamente en todos los partidos -y, especialmente, en el PP- un balance de los resultados obtenidos en la campaña. Se trata de ver quién ha ganado y por qué ha ganado, y qué hay que hacer para seguir ganando. ¿Recuperar el prestigio de la marca?, ¿lanzar un nuevo producto?, ¿reivindicar la denominación de origen? El PP ha dicho a través de sus portavoces que su oferta es inmejorable, lo que pasa es -dicen- que "no hemos sabido explicarnos". En el PSOE parece que la crisis, o la crítica, es más profunda. De todos modos la causa de la crisis es la pérdida de clientela, que si no...pues eso, más de lo mismo.

Mientras sea ese el punto de vista: la ganancia, la democracia estará perdida. Y la dignidad -que no se vende- también. "Solo el necio -decía Machado- confunde valor y precio". No es oro todo lo que reluce, ni vale solo lo que se vende. Al contrario, la dignidad no se vende y es por eso inapreciable. No tiene precio, y por eso -¡qué pena!- no se estima. Pero lo que más necesitamos es otra escala de valores, eso que no se enseña en la escuela tan preocupada por lo que hoy llaman "excelencia". Y más moral. No la del Alcoyano, sino la del ciudadano para vivir dignamente.

José Bada

31,5,2014

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