¡A
ganar!
Esa
es la consiga en una sociedad competitiva. ¿Que lo importante es
participar? Eso es lo que se dice, pero todos los participantes son
competidores y lo que quieren es ganar. Esto es así en todos los
negocios y en todos los partidos, ya sea en el campo del deporte
profesional -que no es un juego serio- o de la política que
tampoco. Claro que hay reglas, pero en la competición las faltas
se penalizan cuando el árbitro las ve y el árbitro no es el ojo de
Dios ni la conciencia -que está en paro- y el que corre con el pito
también compite para ganar en otro campo. Como los jueces, que
están por encima de las partes sin dejar de hacer por ello su propia
carrera.
Cuando
lo que importa es ganar, el mejor es el que gana y la mejor
estrategia es la que lleva a la victoria. Por el contrario, si lo que
importa es participar en el juego -es decir, en la convivencia, en la
comunidad, en la toma de decisiones, en democracia- lo que a todos
interesa es que gane el mejor y esto sucede -normalmente- cuando
todos participan y respetan las reglas del juego. Aún así lo
mejor no es necesariamente el resultado de una competición sin
trampas o de unas elecciones democráticas, porque la mayoría
también puede equivocarse. Por eso los demócratas acatan siempre
la voluntad de la mayoría, pero no piensan siempre como la mayoría.
El recurso a las urnas es un procedimiento legítimo para tomar
decisiones vinculantes que hay que respetar, sin que esto suponga
renunciar a pensar y a difundir las propias opiniones y a luchar
por ellas en una sociedad abierta alzando en público un argumento
frente a otro y no la fuerza bruta para abatir al adversario.
En
una sociedad competitiva en la que importa más saber hacer cualquier
cosa que se venda - o saber vender lo que se hace- a saber vivir con
dignidad humanamente con los otros, se antepone la ganancia a la
participación, el poder de los partidos al bien de la comunidad,
el interés de los políticos profesionales - de la "casta",
como dice Pablo Iglesias- al interés de los simples ciudadanos y la
ganancia personal a cualquier otra.
La
política productiva o creativa, la democracia esencial del pueblo
soberano, deliberativa o participativa - apenas insinuada en la
Transición- se ha quedado a verlas venir y ha degenerado en una
democracia subordinada a los mercados. No es solo que la política
haya sido sometida a la economía o que ésta le haya cortado las
alas, que también. Sino que, además, los partidos políticos han
entrado en competición para ganar como sea la mayor parte del pastel
o de la clientela potencial existente. Los que están en el gobierno
llaman a la participación y atraen con dinero público a su
clientela, no se abren a la sociedad para que ésta los ponga en
estado de esperanza sino para que la "sociedad civil" - que
es la de siempre, la sociedad burguesa o la que cuenta en sociedad - consienta,
aplauda o al menos no muerda la mano que le da de comer. Y la
oposición hace lo que puede también para ganar, que si gana hará
después desde el poder lo prometido siempre que sea posible y por
supuesto lo que sepa y pueda hacer....para seguir ganando.
Desde
este punto de vista, el análisis de las elecciones pasadas, es
prácticamente en todos los partidos -y, especialmente, en el PP- un
balance de los resultados obtenidos en la campaña. Se trata de ver
quién ha ganado y por qué ha ganado, y qué hay que hacer para
seguir ganando. ¿Recuperar el prestigio de la marca?, ¿lanzar un
nuevo producto?, ¿reivindicar la denominación de origen? El PP ha
dicho a través de sus portavoces que su oferta es inmejorable, lo
que pasa es -dicen- que "no hemos sabido explicarnos". En el PSOE
parece que la crisis, o la crítica, es más profunda. De todos modos
la causa de la crisis es la pérdida de clientela, que si no...pues
eso, más de lo mismo.
Mientras
sea ese el punto de vista: la ganancia, la democracia estará
perdida. Y la dignidad -que no se vende- también. "Solo el
necio -decía Machado- confunde valor y precio". No es oro todo
lo que reluce, ni vale solo lo que se vende. Al contrario, la
dignidad no se vende y es por eso inapreciable. No tiene precio, y
por eso -¡qué pena!- no se estima. Pero lo que más necesitamos es
otra escala de valores, eso que no se enseña en la escuela tan
preocupada por lo que hoy llaman "excelencia". Y más
moral. No la del Alcoyano, sino la del ciudadano para vivir
dignamente.
José
Bada
31,5,2014
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