SALVAR
LAS DIFERENCIAS
La lengua en la que hablamos y
conversamos habitualmente no es solo un medio de información sino
una forma de vida y en cierto modo el medio en que habitamos, que nos
envuelve como la piel de la cultura en la que estamos inmersos. Y en
tal sentido esa lengua es una parte muy importante de la identidad
colectiva, aunque no basta para definir por si sola la identidad de
una nación. Confundir los límites de una comunidad lingüística
con los nacionales es tan absurdo como pretender ajustar el dominio
político sobre un territorio a los dominios de una lengua.
Las lenguas son por otra parte
como las golondrinas, como el aire, como el espíritu y las noticias
que no respetan fronteras. Ni más ni menos que los emigrantes
imparables que las traen consigo cuando saltan las vallas en
Melilla o el capital apátrida que invierte sin dificultades donde le
conviene.
Las lenguas - sobre todo en un
mundo global- han de ser para entenderse con todos y no para
desentenderse o no entenderse con otros. Hacer de ellas una bandera
contra los otros o una camiseta para eliminarlos, es una perversión
y una barbarie: es utilizarlas para marcar el territorio como los
animales salvajes. La lengua en la que aprendemos a hablar y a
escuchar por vez primera, la lengua materna, es para los seres
humanos la madre de todas las lenguas y el acceso natural a cualquier
otra.
Desde
el punto de vista de los aragoneses españoles que hablamos catalán,
los que no lo hablan aguas arriba del Ebro son españoles de Iberia
de lengua castellana. Y los que hablan como nosotros aguas abajo,
son españoles de lengua catalana. España no es una túnica
sagrada inconsútil ni una piel de toro de una sola pieza, sino más
bien una delicada alfombra en cuya confección se han utilizado
todos los retales: una obra de arte,
de Patchword,
como las presentadas recientemente en en el X
Festival Internacional en Sitges.
Cataluña es un pedazo de España, y la cuestión catalana un
problema de encaje de las diferencias dentro del Estado español.
Los
herederos de la Corona de Aragón no deberíamos pleitear por la
herencia, como pasa a veces en las mejores familias. Al contrario,
llegados al final de la historia - al cabo de la calle de todas las
historias particulares - y situados sin retorno en la plaza de
Europa y aún del mundo entero, del mundo global, nos guste o no nos
guste solo podemos salir si entramos juntos en la historia universal.
Los herederos de la Corona de Aragón deberíamos aportar a la
historia de una humanidad sin fronteras la experiencia, el seny,
el pragmatismo y la voluntad de pacto de la que hicieron gala
nuestros antepasados.
Salvar
las diferencias es el reto y el problema de todos los españoles.
La solución no es ya la unidad nacional impuesta que las allana
desde el poder central, ni la negligencia "pasota" de un
gobierno que difiere "ad calendas graecas" una respuesta
política necesaria, ni el enfrentamiento que a todos perjudica. La
solución no es la separación, la distancia o el distanciamiento,
ni tan siquiera el elogio calculado de las diferencias para meter a
cada uno en su casa o reenviar a los emigrantes a su patria para
salvarlas. Pero si eso no es la solución ni el mestizaje tampoco y
si -como piensa Lévi Strauss, XVII
Premi Internacional de Catalunya
en el año 2005- no es posible la vida ni el progreso de la humanidad
sin las diferencias y la comunicación en las que éstas se pierden
si se prolonga demasiado, no queda más remedio que vivir en Babel
con reservas: guardando las debidas distancias en el mundo de la
vida cotidiana. De modo que el respeto ya no sea más que el recelo y
éste un "instinto básico" de supervivencia. ¿Es eso lo
que sienten la mayoría de los catalanes y lo que piensan los
nacionalistas que los gobiernan? Quisiera creer que no.
Llegados
a este punto pienso en los tambores de Alcañiz, la Ciudad de la
Concordia. Una vez más saldrán de casa las "almas" este
Viernes Santo con su tambor , se unirán gota a gota hasta llegar a
la plaza como los ríos al mar y allí se "juntarán" todos
y se "ajustarán" al son de los otros en un acorde como
preludio y presagio del Pregón que anticipa ya el encuentro de la
Madre con su hijo, él Resucitado, que celebrarán también en esa
plaza el próximo domingo. Sin ese ajuste y esa concordia, en la que
las diferencias se salvan, todo lo demás es ruido, dar la matraca
y tocar el bombo en este mundo. Estar a la altura de las
circunstancias no es levantar fronteras sino poner en alto la
dignidad humana en todas partes. Sin el reconocimiento mutuo de esa
dignidad, sin la deferencia debida, no salvaremos la convivencia
pacífica y nos hundiremos en la miseria.
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