Hace una friolera de años, una docena aproximadamente, publicaron un libro mis amigos para compartir una pregunta que a todos nos concierne. La pregunta es eterna y, por tanto, de suma actualidad. Pero en este país hay temas y libros que se caen de la mesa y hay que ponerlos encima de vez en cuando. Recientemente me ha visitado Ignacio Sotelo, un amigo para todo con el que se puede hablar de todo y escuchar todo lo que da que pensar. Su visita es solo un pretexto: la introducción del texto en el blog no necesita justificación. Recomiendo el libro, y ojalá que en España se hable menos de fútbol. En Alemania es diferente.
¿SIN
DIOS O CON DIOS?
Querido
amigo Ignacio. Acabo de leer vuestro libro. Gracias. Me pediste una
opinión. Te la doy, sólo una opinión, y sobre algunos puntos
concretos.
De
entrada, el título parece polémico en exceso: “¿SIN
DIOS O CON DIOS?. Razones del agnóstico y del creyente”...
Y el lector se prepara a presenciar un combate. Sin embargo hay
indicios, en la misma portada, que no permiten presumir bajo ese
título un zafarrancho sino un diálogo. El lector hallará en
estas páginas muy buenas razones por ambos lados; y motivos, o
”razones del corazón que la razón no conoce”, también por
ambos lados. Pero lo más importante no es ver cómo se alzan las
razones de uno y otro, y contra las del otro en algunos casos, sino
cómo avanza el diálogo entre los dos y os envuelve la pregunta, os
abarca a los dos con vuestras respuestas. Lo importante es el
silencio que os reúne y os hace hablar. Gracias, porque dais vida a
una pregunta que nos concierne. Y en la que todos cabemos, aunque no
todos estemos dispuestos a entrar en ella.
Me
ha hecho mucha gracia, porque es un estímulo para mí tu asombro - o
tu “escándalo”-, la pregunta que dices ya te hacías en
Heidelberg, cuando tomaste un primer contacto con teólogos
protestantes, y que todavía te haces: “¿Cómo es posible que
personas inteligentes y muy cultas, con profundos conocimientos en
las humanidades y en la filosofía, puedan creer en Dios?”. Por
entonces yo había pasado por la universidad de Munich y conocía
un poco la teología protestante. Pero unos años antes, siendo
todavía estudiante de teología, recuerdo que en vacaciones
visité en Zaragoza a mi arzobispo, Casimiro Morcillo, y le hablé
de R. Bultmann y de K. Barth con grandes elogios, poca discreción y
alguna petulancia. ¿Sabes lo que me dijo? Pues casi lo mismo que
tú: “Si esos señores son tan sabios como dices, ¿cómo es
posible que sean protestantes?”. Pero Morcillo nunca habló, que
yo sepa, con los teólogos protestantes. Tu, en cambio, no has dejado
de hacerlo y hablas incluso, desde hace tiempo, con teólogos
católicos. Una cosa es hacerse una pregunta y otra sentirse
interpelado por otros y estar dispuesto a entrar en la cuestión.
Pilatos preguntó qué es la verdad, no para escuchar sino para
dejar de hablar. Ah, me alegra saber que lees el Jesús
de Bultmann.
Abordas en
el c. IV la “cuestión de Dios”. Dices que hay un Dios “de
la teología y otro no muy distinto, de la filosofía – teología y
filosofía se incluyen mutuamente en nuestra tradición cultural- y
es del único del que tengo referencias”. No estoy seguro de que
el “Dios de los teólogos” no sea muy distinto del “Dios de
los filósofos”, como tu dices; y menos aún de que Dios sea
sólo un tema de especialistas o “una idea en la que se puede
pensar”. Aunque es posible que haya profesores de teología, o de
religión, y hasta predicadores, para quienes Dios sea sólo una
idea, los que creen en Dios dicen, rezan, que es,
“Padre nuestro”. Entiendo que para un agnóstico sea de entrada
una idea y que sólo tenga “referencias de esa idea”; pero si
dialoga de verdad con un creyente ha de hacerse a la idea de que
pueda ser también para él, de salida, el Dios vivo a quien
Jesús enseñó a llamar “Padre nuestro” a sus discípulos.. Y a
la inversa, claro, porque también el creyente puede desentenderse de
Dios. Por otra parte el agnóstico ha de saber que el “Dios de los
filósofos”, o la “idea” de Dios que piensan los filósofos, al
margen de que sea o no sólo una idea, no es como la idea de
Dios en los evangelios.
Tú sabes
muy bien que Pascal abominaba de Descartes y de la idea cartesiana
de Dios, o del “Dios de los filósofos”. Y en este sentido,
Ignacio, he de decirte que en mi opinión no has interpretado
correctamente a San Anselmo, cuyo famoso argumento, el mal llamado
“argumento ontológico”, has leído como Descartes para
criticarlo como Kant. Pero el Proslogion de San Anselmo,
como las Confesiones de San Agustín y en la más pura línea
agustiniana, es un modelo de la “theología orans”, distinta de
la “theología docens” o “de cátedra” y por supuesto de
todas las teodiceas. Gottlieb Söhngen, mi querido maestro, decía
que el Proslogion es el “Discurso del método” de San
Anselmo, y la más notable aplicación de ese método su
“argumento”. Pues bien, la premisa mayor de ese argumento, tantas
veces olvidada por los filósofos, dice así después de invocar el
santo a su Señor: “Et quidem credimus Te
esse aliquid quo nihil maius cogitari potest” (Proslogion, c.
II)
San Anselmo no es en absoluto un “racionalista”,
todo lo contrario.
En
todo caso se le podría llamar “intelectualista”, no menos que
“fideista”; aunque en verdad no es ninguna de las dos cosas, sino
un creyente que piensa que cree y piensa: Credo
ut intelligam.
Creer no es dejar de pensar. La teología
es para San Anselmo intellectus fidei :
“Anselm lässt die Einsicht mitten in dem
Glauben hineinleuchten, so dass der Glaube seiner selbst einsichtig
wird”. (Söhngen, Die
Einheit in der Theologie, Karl Zink Verlag,
München 1952, p.60). San
Anselmo no deja de creer para pensar. Porque no hay contradicción
entre lo uno y lo otro, ni es ciega la fe sino luz del corazón. Y
aunque imperfecta, porque es luz para caminar, es en ciernes la
visión beata (inchoatio
visionis) . Por
eso es aún “pensar con asentimiento”. El “Segundo
Agustín”, San Anselmo, sigue de cerca al primero que dejó
escrito: “Ipsum
credere nihil aliud est quam cum assensione cogitare”
(De praedestinatione
sanctorum 2,5). Por
tanto todo creer es pensar (“cogitare”); aunque no todo pensar
sea creer: “non
enim omnis, qui cogitat, credit; cum ideo cogitent plerique, ne
credant”
(Ibidem)...
La
fe con la que se cree y se piensa en
Dios, no se aparta
nunca de Dios para hablar sobre
Dios. Esa fe
entiende que no se puede decir nada cabalmente sobre
Dios, porque no es
posible captarlo bajo ningún concepto o cogerlo en la palabra (ut
cogerent eum in sermone,
como pretendían hacer con Jesús los fariseos). Si Dios es Dios no
es razonable hablar sobre
Dios, aunque se le deba escuchar y por tanto se le pueda
“entender”..Estoy seguro, querido Ignacio, que con todo esto no
hago más que recordarte lo que has oído decir, sobre todo, a
teólogos protestantes, y lo que seguramente conoces de tu “admirado
Lutero”, quien comentando el pasaje del Génesis dijo que el pecado
de Adán no fue otra cosa que “disputare de Deo”. Porque nadie
puede hablar sobre
Dios sin alejarse de Dios.
Reconoces, Ignacio, que entre los filósofos Platón es el “teólogo”.
Lo que explica, sin duda, su gran ascendencia entre los teólogos
cristianos hasta Santo Tomás, que releva para tomar al servicio
de la teología al filósofo entre los filósofos: Aristóteles. El
Bien es la idea suprema para Platón, hacia ella asciende el
espíritu, desde lo visible a lo invisible, pero no sin amor a lo
más alto y sin liberarse de lo más bajo. No sin el eros y
sin purificar el alma para levantar el vuelo a la Idea de las ideas.
A esta disposición moral para la sabiduría en Platón y para la
gnosis en los místicos neoplatónicos, corresponde en los
teólogos agustinianos “la fe que purifica el corazón“ de los
creyentes: “fidens purificans corda eorum”, como dijo San Pedro
( Ap.15,9). Y como recuerdo haber escuchado comentar a Guardini con
estas bellas palabras: “los ojos tienen la raíz en el corazón”.
¿No es eso a lo que se refiere Chalo cuando habla reiteradamente de
la fe como “afecto” ?
[Sólo de pasada y entre paréntesis, te diré que yo también
“sospecho” de esa línea cálida de la fe. Pero no para acceder
al conocimiento de Dios, como tú sospechas; si es que Dios es
nuestro Padre, como se dice y tanto nos cuesta creer: “Y aquí
tropiezo ante la idea de un Dios, Padre amoroso, que se esconde....”
Sino que sospecho de esa fe
como camino para
encontrar a Dios efectivamente en el prójimo; es decir,
para hacerse prójimo de los más alejados. Como el samaritano, que
lo encontró sin saberlo: “Señor, ¿cuándo tuviste hambre y te
dimos de comer...?” O para asumir la responsabilidad del mundo y
en este mundo: en la política, en la ciencia, en la economía, en la
ética, en la justicia, y para hacer todo lo posible para vivir en
paz dentro de un orden sin excluir a nadie. Sin embargo sólo una
fe tan loca puede soñar en la fraternidad universal, y esa es la fe
de la que se dice que mueve montañas. De esa fe los creyentes
sacan “mucha moral”. Que los creyentes aporten esa “moral”
es de agradecer en un mundo en el que también las energías
utópicas se enfrían hasta su agotamiento. Pero es de temer cuando
en vez de empujar con ella, los creyentes ponen delante del carro el
afecto de la fe o la fe como afecto. Porque esa fe no sirve para
guiar: no a todos y a un mundo de todos. Para eso no tenemos otra
luz que la razón común; que es mucho más fría y menos intensa, es
verdad, pero es la única para todos en general ]
Lo segundo que no deberíamos olvidar a propósito de Platón, es
que su “teología” o la idea que tiene de Dios no coincide con
la imagen bíblica de Dios. El Dios de la Biblia, a quien Jesús
llama “Padre”, se revela por la Palabra en la historia.
Suya es la iniciativa, no está ahí entre las cosas del mundo, ni
es accesible en cualquier momento a la razón, como algo dado: no
es lo que era, lo que siempre se puede suponer o hay que suponer
como primera causa, como hipótesis, o sustancia de todas las cosas.
Es más bien el Otro, que no es: acontece, y nos sale al
encuentro por su Palabra hecha carne, su Hijo, que desciende hasta
el fondo y muere una sola vez - es el Silencio - para ser
exaltado una vez por todas en la cruz. Y el Silencio de la
cruz es la Palabra: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.
Quizás valga decir que fuera de esa pregunta, tan humana, no haya
Dios para nadie en este mundo.
Por último, querido amigo, quiero añadir dos palabras sobre la
teología tomista. Para Santo Tomás la teología es una ciencia de
acuerdo con el modelo de ciencia de Aristóteles. Para el Filósofo
la ciencia es un conocimiento cierto por demostración. A
diferencia del nûs (el intellectus principiorum)
que no demuestra nada porque los primeros principios se muestran
por sí mismos como evidentes, la epistéme (scientia)
ha de probar sus conclusiones a partir de sus propios principios
y en definitiva de aquellos primeros principios indemostrables; por
tanto, la ciencia es por definición ciencia de las conclusiones.
Santo Tomás presupone como primeros principios de la teología
( o ciencia de la fe, genitivo subjetivo) los artículos del
Credo ( o “símbolo de la fe”, que resume la confesión ortodoxa
del “intellectus fidei” o de la fe que se entiende a sí
misma). El peligro está entonces en que al “dar por supuesta la
verdad revelada” y “la fe de los creyentes”, se pase de la
experiencia de la fe a la costumbre, del credo a la “creencia”,
del “kerygma” al dogma, de la tradición viva al depósito de la
tradición muerta y sepultada, del espíritu que da vida al libro o a
la letra que mata, y de la “theología orans” a la “theología
docens”. Y ya en un contexto universitario se plantea “la
controversia entre las facultades”. Esa controversia no me
interesa, o me interesa bastante menos. Veo que a ti tampoco, aunque
te preocupa la barbarie de la especialización. A mí también. Sólo
diré que la teología de cátedra, que ciertamente no puede ser ya
la clave de la catedral de todas las ciencias, o la guinda de esa
tarta o, más bien empanada a veces, tampoco tiene por qué ser
excluida en principio de la universidad. No parece justo sacar a la
señora de casa, con tal de que deje de serlo y renuncie a tener
criada.
Es en el método
científico de la teología tomista, y no en “el afán de
fundamentar racionalmente la fe que culmina en Santo Tomás”, donde
se decide el destino ateo de la ciencia moderna. No es que “una vez
que el argumento de mayor finura intelectual ha quedado arrumbado”,
el de San Anselmo, los argumentos de Santo Tomás para probar la
existencia de Dios se disolvieran “como azucarillos en el café”.
El argumento de San Anselmo no es un argumento de la pura razón,
como espero haber aclarado. Ni culmina en Santo Tomás ningún afán
“racionalista”, sino todo lo contrario: termina un modo de hacer
teología desde la fe que se entiende a sí misma, y comienza otro
en el que la teología saca conclusiones de unas premisas que cada
vez entiende menos. Mengua la tradición agustiniana en San
Buenaventura que todavía sigue, y comienza el método científico en
la teología tomista. Pero Santo Tomás conserva todavía bastante de
lo que acaba: En el artículo primero de la Suma Teológica se
pregunta “si es necesario, además de las disciplinas filosóficas,
tener otra doctrina”, y contesta diciendo que el hombre necesita
ser instruido por la revelación en todo lo que concierne al
conocimiento de Dios, del que depende su salvación, aunque en
principio se trate de una verdad asequible a la sola razón. En este
sentido, las pruebas que aduce para probar la existencia de Dios no
son de hecho suficientes. Que la “filosofía tomista” se
desarrolle en un contexto teológico es un indicio de que la razón
no ha alcanzado aún su autonomía plena. En cambio su concepto de la
teología como ciencia, el método científico de argumentación
rigurosa a partir de unos principios, eso sí que es un paradigma de
la filosofía y de la ciencia moderna. Porque ninguna ciencia prueba
sus propios principios, pero todas se construyen rigurosamente
a partir de ellos y según su método. La ciencia, que no se
preocupa de la salvación del hombre, no necesita suponer la
existencia de Dios. En efecto, para dominar el mundo y explicar la
naturaleza no hace falta la “hipótesis de Dios”. Y en este
sentido la ciencia es atea, de la misma manera que la teología como
ciencia no necesita que los teólogos crean en Dios. Una teología
que da a Dios por sabido, es un buen modelo para una ciencia que
prescinde de Dios.
Sin embargo no me
parece que baste una idea de Dios para desbordar la ciencia o
trascender los límites de la pura y dura racionalidad científica.
No es Dios como idea regulativa lo que hace falta, ni es el querer
creer....Ni la creencia o la mayoría estadística de los creyentes
sociológicos. Para mantener viva y abierta la pregunta que
necesitamos, como una plaza en la que todos quepan; para reconocer
los límites que no podemos superar y superar los que nos separan;
para dialogar y convivir en paz y sin aburrirnos demasiado,
necesitamos de una parte el testimonio de los creyentes, no el
fanatismo, y de otra el respeto y la crítica de los que hallan
razones para no creer. Y a parte de salvar las diferencias, no de
anularlas o echarlas en saco roto, necesitamos todos en esa plaza
observar las reglas del dialogo. La luz de la razón comunicativa no
es la única luz, pero es el único alumbrado público para todos los
que frecuentamos o vivimos en la misma plaza. El que uno tenga
convicciones que no todos comparten, mas allá del conocimiento
científico o de la verdad objetiva que a todos se nos “impone”,
no quiere decir, por otra parte, que esté condenado a retirarse de
la vida pública o a llevar una doble vida. No entiendo eso que dices
de la esquizofrenia de los creyentes. Pienso que cualquiera que tenga
convicciones morales o principios éticos se hallará inevitablemente
en la misma situación, porque nunca el ser es lo que debe ser.
Vivir en el mundo no es conformarse con el mundo, ¿o sí? . Pero
entonces es el fin de la moral. Y del humanismo. Porque es lo mismo
que poner al hombre entre los animales, sometido a la fatalidad de
una evolución ciega. O al azar. Sin libertad y sin responsabilidad.
Y con esto termino, Ignacio, aunque podría alargarme.. Me gustaría
también decir algo más sobre la muy valiosa aportación de González
Faus. Pero creo que no sería gran cosa lo que podría añadir de
provecho a lo que escribe Chalo. De todos modos, quizás me
atreviera a decirle lo que tu mismo has sugerido muchas veces en el
Foro sobre el Hecho Religioso : que el “escándalo” del
Evangelio, lo “asombroso” o la “noticia” no es un imperativo
moral sino un indicativo de salvación, y es de eso de lo que quieren
oír hablar muchas veces expresamente a los cristianos sus
compañeros, los que comparten el hambre de justicia y el pan de la
solidaridad, porque el compromiso ético ya se les supone y sin él
no les van a escuchar. Pero aunque las palabras de los cristianos
de nada sirvan sin las obras, la gracia no está en lo que hacen como
tantos otros. Tengo otra razón para no ser más prolijo, y no me
duelen prendas si te digo que es mi pereza. ¿Me perdonas? Un abrazo,
otro para Lisa y para tus hijos, ¡y para tus nietos! Yo me voy a
la cama. Stille Nacht!
Pepe Bada
No hay comentarios:
Publicar un comentario