viernes, 14 de febrero de 2014

UNA PREGUNTA QUE NOS CONCIERNE


Hace una friolera de años, una docena aproximadamente, publicaron un libro mis amigos para compartir una pregunta que a todos  nos concierne. La pregunta es eterna y, por tanto, de suma actualidad.  Pero en este país hay temas y libros que se caen de la mesa y hay que ponerlos encima de vez en cuando. Recientemente me ha visitado Ignacio Sotelo, un amigo para todo con el que se puede hablar de todo y escuchar todo lo que da que pensar.  Su visita es solo un pretexto:  la introducción del texto en el blog no necesita justificación. Recomiendo el libro, y ojalá  que en España se hable menos de fútbol. En Alemania  es diferente.







¿SIN DIOS O CON DIOS?





Querido amigo Ignacio. Acabo de leer vuestro libro. Gracias. Me pediste una opinión. Te la doy, sólo una opinión, y sobre algunos puntos concretos.


De entrada, el título parece polémico en exceso: “¿SIN DIOS O CON DIOS?. Razones del agnóstico y del creyente”... Y el lector se prepara a presenciar un combate. Sin embargo hay indicios, en la misma portada, que no permiten presumir bajo ese título un zafarrancho sino un diálogo. El lector hallará en estas páginas muy buenas razones por ambos lados; y motivos, o ”razones del corazón que la razón no conoce”, también por ambos lados. Pero lo más importante no es ver cómo se alzan las razones de uno y otro, y contra las del otro en algunos casos, sino cómo avanza el diálogo entre los dos y os envuelve la pregunta, os abarca a los dos con vuestras respuestas. Lo importante es el silencio que os reúne y os hace hablar. Gracias, porque dais vida a una pregunta que nos concierne. Y en la que todos cabemos, aunque no todos estemos dispuestos a entrar en ella.



Me ha hecho mucha gracia, porque es un estímulo para mí tu asombro - o tu “escándalo”-, la pregunta que dices ya te hacías en Heidelberg, cuando tomaste un primer contacto con teólogos protestantes, y que todavía te haces: “¿Cómo es posible que personas inteligentes y muy cultas, con profundos conocimientos en las humanidades y en la filosofía, puedan creer en Dios?”. Por entonces yo había pasado por la universidad de Munich y conocía un poco la teología protestante. Pero unos años antes, siendo todavía estudiante de teología, recuerdo que en vacaciones visité en Zaragoza a mi arzobispo, Casimiro Morcillo, y le hablé de R. Bultmann y de K. Barth con grandes elogios, poca discreción y alguna petulancia. ¿Sabes lo que me dijo? Pues casi lo mismo que tú: “Si esos señores son tan sabios como dices, ¿cómo es posible que sean protestantes?”. Pero Morcillo nunca habló, que yo sepa, con los teólogos protestantes. Tu, en cambio, no has dejado de hacerlo y hablas incluso, desde hace tiempo, con teólogos católicos. Una cosa es hacerse una pregunta y otra sentirse interpelado por otros y estar dispuesto a entrar en la cuestión. Pilatos preguntó qué es la verdad, no para escuchar sino para dejar de hablar. Ah, me alegra saber que lees el Jesús de Bultmann.



Abordas en el c. IV la “cuestión de Dios”. Dices que hay un Dios “de la teología y otro no muy distinto, de la filosofía – teología y filosofía se incluyen mutuamente en nuestra tradición cultural- y es del único del que tengo referencias”. No estoy seguro de que el “Dios de los teólogos” no sea muy distinto del “Dios de los filósofos”, como tu dices; y menos aún de que Dios sea sólo un tema de especialistas o “una idea en la que se puede pensar”. Aunque es posible que haya profesores de teología, o de religión, y hasta predicadores, para quienes Dios sea sólo una idea, los que creen en Dios dicen, rezan, que es, “Padre nuestro”. Entiendo que para un agnóstico sea de entrada una idea y que sólo tenga “referencias de esa idea”; pero si dialoga de verdad con un creyente ha de hacerse a la idea de que pueda ser también para él, de salida, el Dios vivo a quien Jesús enseñó a llamar “Padre nuestro” a sus discípulos.. Y a la inversa, claro, porque también el creyente puede desentenderse de Dios. Por otra parte el agnóstico ha de saber que el “Dios de los filósofos”, o la “idea” de Dios que piensan los filósofos, al margen de que sea o no sólo una idea, no es como la idea de Dios en los evangelios.


Tú sabes muy bien que Pascal abominaba de Descartes y de la idea cartesiana de Dios, o del “Dios de los filósofos”. Y en este sentido, Ignacio, he de decirte que en mi opinión no has interpretado correctamente a San Anselmo, cuyo famoso argumento, el mal llamado “argumento ontológico”, has leído como Descartes para criticarlo como Kant. Pero el Proslogion de San Anselmo, como las Confesiones de San Agustín y en la más pura línea agustiniana, es un modelo de la “theología orans”, distinta de la “theología docens” o “de cátedra” y por supuesto de todas las teodiceas. Gottlieb Söhngen, mi querido maestro, decía que el Proslogion es el “Discurso del método” de San Anselmo, y la más notable aplicación de ese método su “argumento”. Pues bien, la premisa mayor de ese argumento, tantas veces olvidada por los filósofos, dice así después de invocar el santo a su Señor: “Et quidem credimus Te esse aliquid quo nihil maius cogitari potest” (Proslogion, c. II)





San Anselmo no es en absoluto un “racionalista”, todo lo contrario.

En todo caso se le podría llamar “intelectualista”, no menos que “fideista”; aunque en verdad no es ninguna de las dos cosas, sino un creyente que piensa que cree y piensa: Credo ut intelligam. Creer no es dejar de pensar. La teología es para San Anselmo intellectus fidei : “Anselm lässt die Einsicht mitten in dem Glauben hineinleuchten, so dass der Glaube seiner selbst einsichtig wird”. (Söhngen, Die Einheit in der Theologie, Karl Zink Verlag, München 1952, p.60). San Anselmo no deja de creer para pensar. Porque no hay contradicción entre lo uno y lo otro, ni es ciega la fe sino luz del corazón. Y aunque imperfecta, porque es luz para caminar, es en ciernes la visión beata (inchoatio visionis) . Por eso es aún “pensar con asentimiento”. El “Segundo Agustín”, San Anselmo, sigue de cerca al primero que dejó escrito: “Ipsum credere nihil aliud est quam cum assensione cogitare” (De praedestinatione sanctorum 2,5). Por tanto todo creer es pensar (“cogitare”); aunque no todo pensar sea creer: “non enim omnis, qui cogitat, credit; cum ideo cogitent plerique, ne credant” (Ibidem)...



La fe con la que se cree y se piensa en Dios, no se aparta nunca de Dios para hablar sobre Dios. Esa fe entiende que no se puede decir nada cabalmente sobre Dios, porque no es posible captarlo bajo ningún concepto o cogerlo en la palabra (ut cogerent eum in sermone, como pretendían hacer con Jesús los fariseos). Si Dios es Dios no es razonable hablar sobre Dios, aunque se le deba escuchar y por tanto se le pueda “entender”..Estoy seguro, querido Ignacio, que con todo esto no hago más que recordarte lo que has oído decir, sobre todo, a teólogos protestantes, y lo que seguramente conoces de tu “admirado Lutero”, quien comentando el pasaje del Génesis dijo que el pecado de Adán no fue otra cosa que “disputare de Deo”. Porque nadie puede hablar sobre Dios sin alejarse de Dios.


Reconoces, Ignacio, que entre los filósofos Platón es el “teólogo”. Lo que explica, sin duda, su gran ascendencia entre los teólogos cristianos hasta Santo Tomás, que releva para tomar al servicio de la teología al filósofo entre los filósofos: Aristóteles. El Bien es la idea suprema para Platón, hacia ella asciende el espíritu, desde lo visible a lo invisible, pero no sin amor a lo más alto y sin liberarse de lo más bajo. No sin el eros y sin purificar el alma para levantar el vuelo a la Idea de las ideas. A esta disposición moral para la sabiduría en Platón y para la gnosis en los místicos neoplatónicos, corresponde en los teólogos agustinianos “la fe que purifica el corazón“ de los creyentes: “fidens purificans corda eorum”, como dijo San Pedro ( Ap.15,9). Y como recuerdo haber escuchado comentar a Guardini con estas bellas palabras: “los ojos tienen la raíz en el corazón”. ¿No es eso a lo que se refiere Chalo cuando habla reiteradamente de la fe como “afecto” ?



[Sólo de pasada y entre paréntesis, te diré que yo también “sospecho” de esa línea cálida de la fe. Pero no para acceder al conocimiento de Dios, como tú sospechas; si es que Dios es nuestro Padre, como se dice y tanto nos cuesta creer: “Y aquí tropiezo ante la idea de un Dios, Padre amoroso, que se esconde....” Sino que sospecho de esa fe

como camino para encontrar a Dios efectivamente en el prójimo; es decir, para hacerse prójimo de los más alejados. Como el samaritano, que lo encontró sin saberlo: “Señor, ¿cuándo tuviste hambre y te dimos de comer...?” O para asumir la responsabilidad del mundo y en este mundo: en la política, en la ciencia, en la economía, en la ética, en la justicia, y para hacer todo lo posible para vivir en paz dentro de un orden sin excluir a nadie. Sin embargo sólo una fe tan loca puede soñar en la fraternidad universal, y esa es la fe de la que se dice que mueve montañas. De esa fe los creyentes sacan “mucha moral”. Que los creyentes aporten esa “moral” es de agradecer en un mundo en el que también las energías utópicas se enfrían hasta su agotamiento. Pero es de temer cuando en vez de empujar con ella, los creyentes ponen delante del carro el afecto de la fe o la fe como afecto. Porque esa fe no sirve para guiar: no a todos y a un mundo de todos. Para eso no tenemos otra luz que la razón común; que es mucho más fría y menos intensa, es verdad, pero es la única para todos en general ]




Lo segundo que no deberíamos olvidar a propósito de Platón, es que su “teología” o la idea que tiene de Dios no coincide con la imagen bíblica de Dios. El Dios de la Biblia, a quien Jesús llama “Padre”, se revela por la Palabra en la historia. Suya es la iniciativa, no está ahí entre las cosas del mundo, ni es accesible en cualquier momento a la razón, como algo dado: no es lo que era, lo que siempre se puede suponer o hay que suponer como primera causa, como hipótesis, o sustancia de todas las cosas. Es más bien el Otro, que no es: acontece, y nos sale al encuentro por su Palabra hecha carne, su Hijo, que desciende hasta el fondo y muere una sola vez - es el Silencio - para ser exaltado una vez por todas en la cruz. Y el Silencio de la cruz es la Palabra: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Quizás valga decir que fuera de esa pregunta, tan humana, no haya Dios para nadie en este mundo.



Por último, querido amigo, quiero añadir dos palabras sobre la teología tomista. Para Santo Tomás la teología es una ciencia de acuerdo con el modelo de ciencia de Aristóteles. Para el Filósofo la ciencia es un conocimiento cierto por demostración. A diferencia del nûs (el intellectus principiorum) que no demuestra nada porque los primeros principios se muestran por sí mismos como evidentes, la epistéme (scientia) ha de probar sus conclusiones a partir de sus propios principios y en definitiva de aquellos primeros principios indemostrables; por tanto, la ciencia es por definición ciencia de las conclusiones. Santo Tomás presupone como primeros principios de la teología ( o ciencia de la fe, genitivo subjetivo) los artículos del Credo ( o “símbolo de la fe”, que resume la confesión ortodoxa del “intellectus fidei” o de la fe que se entiende a sí misma). El peligro está entonces en que al “dar por supuesta la verdad revelada” y “la fe de los creyentes”, se pase de la experiencia de la fe a la costumbre, del credo a la “creencia”, del “kerygma” al dogma, de la tradición viva al depósito de la tradición muerta y sepultada, del espíritu que da vida al libro o a la letra que mata, y de la “theología orans” a la “theología docens”. Y ya en un contexto universitario se plantea “la controversia entre las facultades”. Esa controversia no me interesa, o me interesa bastante menos. Veo que a ti tampoco, aunque te preocupa la barbarie de la especialización. A mí también. Sólo diré que la teología de cátedra, que ciertamente no puede ser ya la clave de la catedral de todas las ciencias, o la guinda de esa tarta o, más bien empanada a veces, tampoco tiene por qué ser excluida en principio de la universidad. No parece justo sacar a la señora de casa, con tal de que deje de serlo y renuncie a tener criada.



Es en el método científico de la teología tomista, y no en “el afán de fundamentar racionalmente la fe que culmina en Santo Tomás”, donde se decide el destino ateo de la ciencia moderna. No es que “una vez que el argumento de mayor finura intelectual ha quedado arrumbado”, el de San Anselmo, los argumentos de Santo Tomás para probar la existencia de Dios se disolvieran “como azucarillos en el café”. El argumento de San Anselmo no es un argumento de la pura razón, como espero haber aclarado. Ni culmina en Santo Tomás ningún afán “racionalista”, sino todo lo contrario: termina un modo de hacer teología desde la fe que se entiende a sí misma, y comienza otro en el que la teología saca conclusiones de unas premisas que cada vez entiende menos. Mengua la tradición agustiniana en San Buenaventura que todavía sigue, y comienza el método científico en la teología tomista. Pero Santo Tomás conserva todavía bastante de lo que acaba: En el artículo primero de la Suma Teológica se pregunta “si es necesario, además de las disciplinas filosóficas, tener otra doctrina”, y contesta diciendo que el hombre necesita ser instruido por la revelación en todo lo que concierne al conocimiento de Dios, del que depende su salvación, aunque en principio se trate de una verdad asequible a la sola razón. En este sentido, las pruebas que aduce para probar la existencia de Dios no son de hecho suficientes. Que la “filosofía tomista” se desarrolle en un contexto teológico es un indicio de que la razón no ha alcanzado aún su autonomía plena. En cambio su concepto de la teología como ciencia, el método científico de argumentación rigurosa a partir de unos principios, eso sí que es un paradigma de la filosofía y de la ciencia moderna. Porque ninguna ciencia prueba sus propios principios, pero todas se construyen rigurosamente a partir de ellos y según su método. La ciencia, que no se preocupa de la salvación del hombre, no necesita suponer la existencia de Dios. En efecto, para dominar el mundo y explicar la naturaleza no hace falta la “hipótesis de Dios”. Y en este sentido la ciencia es atea, de la misma manera que la teología como ciencia no necesita que los teólogos crean en Dios. Una teología que da a Dios por sabido, es un buen modelo para una ciencia que prescinde de Dios.



Sin embargo no me parece que baste una idea de Dios para desbordar la ciencia o trascender los límites de la pura y dura racionalidad científica. No es Dios como idea regulativa lo que hace falta, ni es el querer creer....Ni la creencia o la mayoría estadística de los creyentes sociológicos. Para mantener viva y abierta la pregunta que necesitamos, como una plaza en la que todos quepan; para reconocer los límites que no podemos superar y superar los que nos separan; para dialogar y convivir en paz y sin aburrirnos demasiado, necesitamos de una parte el testimonio de los creyentes, no el fanatismo, y de otra el respeto y la crítica de los que hallan razones para no creer. Y a parte de salvar las diferencias, no de anularlas o echarlas en saco roto, necesitamos todos en esa plaza observar las reglas del dialogo. La luz de la razón comunicativa no es la única luz, pero es el único alumbrado público para todos los que frecuentamos o vivimos en la misma plaza. El que uno tenga convicciones que no todos comparten, mas allá del conocimiento científico o de la verdad objetiva que a todos se nos “impone”, no quiere decir, por otra parte, que esté condenado a retirarse de la vida pública o a llevar una doble vida. No entiendo eso que dices de la esquizofrenia de los creyentes. Pienso que cualquiera que tenga convicciones morales o principios éticos se hallará inevitablemente en la misma situación, porque nunca el ser es lo que debe ser. Vivir en el mundo no es conformarse con el mundo, ¿o sí? . Pero entonces es el fin de la moral. Y del humanismo. Porque es lo mismo que poner al hombre entre los animales, sometido a la fatalidad de una evolución ciega. O al azar. Sin libertad y sin responsabilidad.



Y con esto termino, Ignacio, aunque podría alargarme.. Me gustaría también decir algo más sobre la muy valiosa aportación de González Faus. Pero creo que no sería gran cosa lo que podría añadir de provecho a lo que escribe Chalo. De todos modos, quizás me atreviera a decirle lo que tu mismo has sugerido muchas veces en el Foro sobre el Hecho Religioso : que el “escándalo” del Evangelio, lo “asombroso” o la “noticia” no es un imperativo moral sino un indicativo de salvación, y es de eso de lo que quieren oír hablar muchas veces expresamente a los cristianos sus compañeros, los que comparten el hambre de justicia y el pan de la solidaridad, porque el compromiso ético ya se les supone y sin él no les van a escuchar. Pero aunque las palabras de los cristianos de nada sirvan sin las obras, la gracia no está en lo que hacen como tantos otros. Tengo otra razón para no ser más prolijo, y no me duelen prendas si te digo que es mi pereza. ¿Me perdonas? Un abrazo, otro para Lisa y para tus hijos, ¡y para tus nietos! Yo me voy a la cama. Stille Nacht! Pepe Bada


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