Vallas
contra la Navidad:
Aunque
es adviento, os hablo ya de la Navidad,
como lo hace la liturgia, que presiente la fiesta y la anuncia a los
fieles: “Estad alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”.
Hoy, para que la Navidad no se nos cuele en el reino, la disuadimos con vallas recrecidas, alambradas de cuchillas, cables con sensores conectados a una central de seguimiento, garitas de vigilancia, cámaras de televisión. Esa muralla, que se pretende infranqueable, no se levanta contra la corrupción, no contra la violencia, no contra la injusticia, no contra la explotación, no contra la marginación; se levanta contra hombres, mujeres y niños hambrientos de futuro y de pan; esa muralla se levanta contra la esperanza, contra la Navidas.
Así
será la Navidad que se acerca:
“Dios vendrá y nos salvará”, vendrá con justicia, pan y
libertad; “vendrá en persona, resarcirá y salvará”. “El
Señor abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a
los justos, guarda a los peregrinos”.
No
habrá Navidad sin Dios: él es justicia, pan y libertad. No hay
Navidad sin pobres: oprimidos, hambrientos y cautivos a la espera de
Dios. No hay Navidad sin Jesús, Dios y pobre verdadero.
“Juan,
que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a
preguntar por medio de unos discípulos”: ¿Ya ha llegado la
Navidad o tenemos que seguir esperando?
Y
Jesús les respondió: “los ciegos ven y los inválidos andan, los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, y a
los pobres se les anuncia la buena noticia”. Id
a anunciar a Juan: la Navidad ya está aquí.
Pero
podemos no dejarla entrar:
La
Navidad llamó a las puertas del rey Herodes; estuvo
tan cerca de él como lo estaban los niños de Belén y sus
alrededores; pero el rey tuvo miedo de ella y mandó que la matasen.
La
Navidad llamó a las puertas del corazón de escribas y fariseos;
estuvo tan cerca de ellos como lo estaba la enseñanza de Jesús de
Nazaret: Oyeron sus palabras, vieron sus
signos, pero no creyeron para recibirlo, se escandalizaron para
rechazarlo, y se confabularon con los herodianos para acabar con él,
para quedarse sin Navidad.
La
Navidad llamó a las puertas del rico epulón; estuvo
echada en su portal, cubierta de llagas y hambrienta; esperó recibir
algo de lo que caía de la mesa del rico. Pero el rico la ignoró y
dejó que a sus puertas se muriese.
Hoy, para que la Navidad no se nos cuele en el reino, la disuadimos con vallas recrecidas, alambradas de cuchillas, cables con sensores conectados a una central de seguimiento, garitas de vigilancia, cámaras de televisión. Esa muralla, que se pretende infranqueable, no se levanta contra la corrupción, no contra la violencia, no contra la injusticia, no contra la explotación, no contra la marginación; se levanta contra hombres, mujeres y niños hambrientos de futuro y de pan; esa muralla se levanta contra la esperanza, contra la Navidas.
Cuanto
más difícil se les hace a los pobres
franquear las fronteras, más probable será que esa Navidad que
llama a nuestras puertas termine ahogada en el mar.
A
vosotros, hijos muy queridos, no necesito
deciros que quitéis la valla. Os digo sólo: Feliz Navidad.
Tánger, 10 de diciembre de 2013
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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