INDIGNACIÓN Y RESISTENCIA *
MEDITACIONES MUNDANAS
A PROPÓSITO DEL 15-M
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Estamos aquí
Emplazados y comprometidos
en la misma situación
Está escrito que en aquel tiempo, en el kilómetro cero
de la historia occidental, cantaron los
ángeles a coro: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres
de buena voluntad”. Pero después de dos mil años de recorrido, no está el mundo
para músicas celestiales ni el horno para bollos en la vieja Europa. Como bien
decía E. Bloch hay sueños que no nos dejan dormir, son las utopías, y otros que
no nos dejan despertar como los mitos (1)
Si dejamos éstos para vivir despiertos, habrá que moderar aquellos para vivir al día. Atemperar la utopía es poner la
esperanza a trabajar. Y lo primero,
para estar a la altura de las circunstancias, es hacernos cargo de la
situación.
Ha nacido recientemente el niño - o ni niña, la verdad es que no lo sé
ni interesa para el caso- con el que el
censo global de la población humana rebasa ya los 7.000 millones. Somos muchos
y vivimos cada vez más juntos en un espacio limitado; donde ya no hay fronteras
infranqueables y en el que nos movemos cada vez más deprisa,
de modo que la
Tierra resulta aún más pequeña. Nadie
ignora que caben más alumnos en el aula que en el patio de recreo y más
sardinas en el cubo que peces en una pecera. Pero nosotros nos movemos sin parar como peces en el agua y niños en el
recreo, y necesitamos más sitio porque nos movemos mucho.
Todas las especies necesitan un espacio vital. Cuando una población crece demasiado, se producen ajustes ecológicos: o bien se expulsa a los individuos que sobran o se eliminan unos a otros para que sobreviva la especie en los más fuertes. Pero la especie humana no tiene espacio reservado en la naturaleza. No hay para nosotros un nicho, ni lugar natural propiamente dicho. Podemos vivir en cualquier medio, aunque no sin esfuerzo. Y siempre que hagamos de él un mundo; es decir, un espacio social y cultural que podamos habitar. El mundo, nuestro mundo, además de tener como soporte material un espacio físico y una tierra con recursos limitados, tiene otras limitaciones que le son propias. Pues no cabe todo dentro de un orden, y eso es precisamente un mundo y lo contrario un caos. Por tanto, no se trata solo de recursos materiales ni de economía, ni solo de igualdad o de un reparto al menos que permita un estado mínimo de bienestar, sino también de orden público y de libertad y , por tanto, de derechos civiles, de política y buen gobierno. Se trata en suma de un mundo humano sostenible, de un orden humano que permita una convivencia pacífica a nivel local, regional, nacional y mundial. O de una "gobernanza" a todos los niveles, como hoy se dice.
Sin
embargo lo que pasa en nuestro mundo es que no crece solo el número de actores,
de individuos, sino también el número de
posibles opciones, tanto como los deseos que se desmandan más de lo necesario,
hasta el extremo que: o el mundo estalla o se reduce el número de opciones,
bien eliminando actores -controlando la población- o reduciendo el número de opciones por cabeza.
De manera que pocos individuos tengan muchas opciones o muchos tengan pocas para elegir. O menú para
todos o la carta para unos pocos. Porque no todos podemos pedir la luna, aunque
algunos privilegiados tengan allí su
parcela y un billete reservado para el
primer viaje. El pluralismo de una
sociedad tiene un umbral de tolerancia en el consumo, en las conductas y hasta
en las opiniones de los ciudadanos que no se puede superar sin
que se resienta el orden que lo hace posible. Si una carga
demográfica excesiva es insostenible sobre la tierra, los roces y los conflictos que se producen por necesidad en un mundo tan complejo y cada vez más pequeño
puede ser el detonante (2) ¿Cuánta libertad es posible en nuestro mundo sin menoscabo del orden público, del
bienestar social, de la igualdad y de
los derechos humanos?
Se cuenta que cuando los
pastores de Abram se peleaban con los de Lot por los pastos del Negueb,
dijo el patriarca a su sobrino: "Que no haya contiendas entre los dos , ni
entre mis pastores y los tuyos, pues somos hermanos. ¿No tienes ante ti toda la
región? Sepárate, pues, de mí, te lo
ruego; si tú a la izquierda, yo a la derecha; si tu a la derecha, yo a la
izquierda” (3). Una solución bíblica imposible en estos tiempos, en los que no
hay tierra de sobra para todos. Tampoco
es posible redistribuir la que hay
para hacer del mundo mundial un mosaico de mundos yuxtapuestos; de modo
que cada cual viva con sus semejantes, según su tradición y cultura, y cada
mochuelo en su olivo. Porque ya no es
posible levantar vallas y poner puertas al campo de la comunicación, y la
segregación espacial: "América para los americanos", es imposible, y
tan injusta como la xenofobia y la segregación social.
¿Hemos llegado ya al cabo de la calle o estamos en el kilómetro cero de
la historia universal?
La humanidad, confusa como
botella agitada, flota en el mar incierto de un tiempo nuevo. No es probable
que se produzcan guerras mundiales como en el siglo pasado entre bloques, no lo
es al menos que esto suceda entre democracias consolidadas. Aunque pueda haber aún y haya, por desgracia,
conflictos armados en los márgenes o confines del mundo y de la historia, o en
Estados fallidos. Pero no en Europa, por
ejemplo, y esa es nuestra confianza
y la suerte que tenemos. No
deberíamos olvidar, sin embargo, que
entramos con los peores augurios en el tercer milenio por una puerta de fuego y
que torres más altas se han hundido. Y
ese es el temor: que vaya a más el terrorismo, la violencia y la intolerancia
en el interior, es decir, dentro del mundo que habitamos. El terrorismo sin
fronteras es la transformación de la guerra y la continuación de la violencia
armada en la situación actual. Hoy el
frente está ya en todas partes, como el mercado, y hay trincheras incluso en el interior de la
propia conciencia. Aunque esa batalla, la de la conciencia, la libre cada cual consigo
mismo sin que los otros puedan intervenir.
La confluencia de las historias
particulares en una sola historia realmente universal, la mundialización del
mercado y la extensión por toda la Tierra y sobre ella de una densa red de
comunicaciones, nos previene de una situación complicada que a todos nos
compromete para bien o para mal. Como si
la humanidad hubiera puesto todos los huevos en la misma cesta, ese es el
riesgo. O como si el manto que cubre su cuerpo, el nuevo orden mundial - por
decir algo, o ese gallinero de las Naciones Unidas- cubriera también sus vergüenzas. Y fuera eso
la ambigüedad del progreso y el enigma del futuro. No es que hayamos llegado al
cabo de la calle. Es que todas las
calles han llegado a la plaza, todas las culturas y todas las historias, todos
los pueblos como los ríos al mar, y
emplazados en el punto cero, se nos
plantea hoy el reto a vida o muerte de
la convivencia humana. La pregunta
inaplazable es ahora si es posible una verdadera historia universal o si, por el contrario, se acabó la historia,
todas las historias (4) , y no hay más futuro para cada uno que el agujero del el
egoísmo: sálvese el que pueda y tonto el último. Hasta que la muerte nos ponga fatalmente a
todos bajo una losa sin pena ni gloria. La
pregunta es ahora y
aquí para nosotros
- o allí, que es "aquí" para los otros- si podemos y queremos resolver los conflictos
que plantea la convivencia humana sin recurrir a la violencia. Si soplan
vientos favorables para la nueva singladura o
habrá que remar juntos para
llegar a puerto de un mundo en el que la
humanidad sobreviva.
Hay muchos inmigrantes que
hacen lo que hicimos nosotros cuando emigramos: ir a trabajar fuera para hacer
el agosto o la vendimia. ¿Porque no se
fomenta el intercambio de comunidad a comunidad, en ambas direcciones, tejiendo
por la base una red solidaria universal? Hermanar las ciudades, eso siempre se
ha hecho. Ha llegado la hora de hermanar a los ciudadanos. Lo mismo que hay inmigrantes que no acaban
de salir de su pueblo y de su casa y
están aquí solo para ayudar a los familiares que se quedaron allí, hay ciudadanos que se desplazan por ahí sin salir
de casa y de sus intereses. ¿No es posible mantener relaciones solidarias por la base, de comunidad a comunidad: del común de aquí para el de allí, enviando remesas de valores
mutuos en ambas direcciones? ¿Por qué no intentamos anudar así todas las
plazas, de una en una -integrando a los inmigrantes- y entre ellas, para tejer una red universal
y echarla al mismo mar quienes estamos ya en el mismo barco?
__________
1)
Cfr., Bloch, Ernst, Das Prinzip Hoffnung
II, 14, 86-128, Suhrkamp, Frankfurt a.M.
, 1985, donde establece la diferencia fundamental entre los sueños de la
noche y los sueños del día.
2) Si
la eliminación de individuos por otros de la misma especie se explica con
frecuencia como un ajuste
natural de la población al territorio que la sustenta y es por tanto
"racional" para la especie, hay quienes explican la xenofobia como un
instinto básico de supervivencia de una
cultura cuando los nativos se sienten amenazados en su identidad por un exceso de
extraños en su propia patria. El racismo sería tan solo la ideología que
emerge de ese instinto. Lévi -Strauss,
no obstante su elogio a las diferencias
genéticas y culturales y precisamente por eso, defendió veladamente la
xenofobia al entender que, para salvar la diversidad biológica y cultural era preciso evitar largos e intensos
contactos entre poblaciones y culturas distintas. Superado el umbral de
tolerancia, cada mochuelo a su olivo y los argelinos a Argelia. El mestizaje
cultural arrasa las diferencias y eso es
tan perverso para el progreso de la humanidad como la reducción de la
biodiversidad para la supervivencia y evolución de las especies. ¿Será verdad que no podemos
vivir todos juntos y que el único
remedio para salvar las diferencias es poner tierra por medio? Sería horrible.
Pero además es imposible: no hay tierra suficiente para tanto enemigo. Un
problema humano, requiere soluciones humanas. Y no hay que poner al hombre
entre los animales. ¿Acaso no es posible un respeto humano, más allá del
instinto y de la racionalidad del
sistema, que deje ser al otro sin perderlo de vista, sin apartarlo de nosotros,
en el encuentro, en la plaza, donde la
diferencia se presente inseparable de la deferencia? ¿O habrá que separar
tribus y lenguas, como se cuenta en el mito de la torre de Babel? El lector puede hallar, si lo desea, una
ampliación de mi punto de vista y de la crítica que hago al padre del
estructuralismo antropológico, en mi libro La
tolerancia entre el fanatismo y la
indiferencia, EVD, Estella (Navarra) 1996; en especial en el c. 2, "La
xenofobia: la identidad contra los otros", pp. 27-50.
3) Gn. 13, 9-18
4) Cfr. Fukuyama, Francis, ¿El
fin de la historia?, en Claves
de la Razón Práctica,1 (abril de
1990) pp. 85-96.
I
El diálogo es el principio
Tenemos que hablar
Donde se extinguía la palabra humana se
acababa para los griegos el mundo humano
y comenzaba la barbarie. Los griegos creían también que los otros hablaban como los pájaros de la selva y , al
negarles la palabra humana, les negaban la dignidad humana. Se equivocaban en
esto, pero no en aquello. Hoy sabemos que hay muchas lenguas además del griego
- o del gringo- pero todos los que hablan son seres humanos y están dotados del
mismo “logos”, o razón, que es capacidad de hablar y de pensar. La única
alternativa humana a la violencia en la solución de conflictos es el diálogo,
la palabra cabal que discurre entre las partes. Y en un mundo sin fronteras, un
diálogo sin fronteras; esto es, sin excluir a nadie y haciendo uso sólo de la palabra humana.
Todo puede discutirse en el diálogo menos las condiciones que lo
hacen posible. El diálogo no excluye a nadie que no lo niegue con los hechos.
Como es obvio, no se puede dialogar con los que
responden a las palabras con un
tiro en la nuca. Al negar así la palabra humana se excluyen a sí mismos de los
seres humanos, se sitúan fuera y contra la humanidad. Pero todos los otros,
todos nosotros, podemos y debemos hablar sobre ellos, contra ellos y a su favor
incluso. Nunca con ellos, mientras estén donde están. Pero sí sobre ellos y
contra ellos; es decir, contra la violencia que practican y , por tanto, a su
favor incluso, pues no se trata de acabar con el perro sino con la rabia. Es
decir, se trata de rehabilitar como hombres a los que se han apartado de la
humanidad como animales. Tal ha sido en España
el testamento de Ernest Lluch y el grito de su sangre derramada:
“Vosotros que podéis, ¡ dialogad por
favor!” Porque ni los muertos ni los
animales pueden hacerlo.
Juan María Bandrés, otro obrero
en el tajo donde se hacen las paces con el diálogo, ha muerto recientemente. La
palabra es como la simiente, pero no siempre cosechan quienes la siembran. Hay
que escuchar el silencio que nos dejan estos hombres que edificaron la paz
durante su vida, y sobre todo seguir su ejemplo nosotros en lo que nos queda de
ella los más viejos -jubilados ya o indignados todavía- y los jóvenes que tienen aún la vida por
delante y comienzan, ya era hora, a salir a la calle a cara descubierta por
mejores causas y menos ruido.
Una apelación al diálogo contra la violencia y la guerra es una
prédica moral. Pero el diálogo de unos pocos o de muchos, que basta para
establecer entre ellos alguna paz a
pesar de los conflictos - pues mientras se habla no hay violencia entre las
partes- no es suficiente para pacificar el mundo de la vida. Como es obvio, si
todos aceptáramos el diálogo de buena
voluntad no habría problema. Pero lo que
nadie puede hacer , ni hay Dios que lo haga, es que los otros tengan buena voluntad.
La responsabilidad
moral ante la paz como bien político máximo.
La paz que nos
plantea aquí un problema moral no es un bien moral sino un bien político. Se trata sólo de una paz exterior bajo la
ley, de una paz posible incluso para los demonios con tal que sean "inteligentes"
(1) Y porque eso
es posible y no debe haber guerras, es
un deber moral hacer las paces. Así pensaba Kant al referirse a la “paz perpetua”, aunque
quizás habría que decir que pensaba en el deber de buscar “perpetuamente
esa paz”. La pregunta que surge
inmediatamente es, entonces, quién o quiénes
deben hacerse cargo de ese problema. Si buscar la paz y vivir en
paz es el bien político máximo, muchos
pensarán sin duda que los políticos deben responsabilizarse al menos de la paz
mundial. Porque, vamos a ver : ¿qué podemos hacer las personas corrientes para
evitar las guerras y
conseguir
la paz en el mundo entero? Aun suponiendo que tengamos algún poder político
como ciudadanos de un Estado democrático, ¿de qué sirve un solo voto al mundo
si ni siquiera basta para poner un concejal en el ayuntamiento? Como individuos cada uno es responsable de lo que puede, ni
más ni menos, y ninguno puede serlo de la paz mundial por muy poderoso que sea.
Responsables
de que haya paz en el mundo somos todos, pero no aisladamente sino como sujetos
en relación habitual dentro de comunidades históricas particulares y , a la vez
, como seres humanos en relación radical dentro de una sola humanidad. El poder civil, el poder de los ciudadanos,
comienza cuando se reúnen y termina cuando se dispersan (2) Afirmamos que hay una ética mínima y pública
de validez universal y que todos los seres humanos, de acuerdo con las normas
de esa ética, somos moralmente responsables de las decisiones políticas que
tomemos y de las consecuencias que de ellas se sigan en orden a la paz en
el mundo, la que sea posible, y a las paces que podamos hacer. Y también,
que es un deber de todos unirnos bajo esas normas. Que esa es la plaza que nos
emplaza, la cuestión que nos abarca y compromete, la cita que nos concita y la
bandera que nos ampara: el zócalo de la
humanidad, donde quiera se reúnan en el mundo los ciudadanos humanos. Por el contrario, si los hombres de buena
voluntad sólo se unen espiritualmente en
una especie de comunión de los santos no habrá paz en el mundo de nuestros
pecados.
____________
1) Kant, La Paz Perpetua, Tecnos, Madrid 1985, p. 56.
2) Arendt, Hanna, La
condición humana, Paidós, Barcelona 1993, p. 22 s.
III
Responsabilidad
política y política responsable
Pacifistas responsables
Hay
una moral de la buena voluntad y de los
buenos sentimientos que rechaza toda clase de violencia. El que pusiera
la otra mejilla por haber preferido parecer antes cobarde que violento, vencer
al mal con el bien o amar al enemigo como a un hermano, es cierto que no haría
la guerra, aunque no impediría que se la hicieran. Esa actitud admirable ,
sobre todo cuando la adopta el que ha recibido una injuria personal, no lo es
tanto cuando se trata de alguien al que se ha confiado la seguridad de otros,
la vida de seres inocentes y la defensa de un Estado de derecho. No basta con
ser "pacífico" o así de "manso" para edificar la paz,
alguna paz objetiva, en nuestro
mundo. Nadie que esté en sus cabales
confiaría la paz de un solo pueblo a una persona dispuesta a poner siempre la
otra mejilla. Ni siquiera basta con ser pacifista y responder a la violencia
con la no violencia activa. Se
necesita un pacifismo político responsable, no dogmático, que no estigmatice el
uso de la violencia como mal absoluto y
reconozca que hay una violencia
legítima. Porque no es lo mismo usar de la violencia como última razón - es
decir, como acción estratégica, que ya no es razón pero es lo único que se
puede hacer cuando se han desoído todas las razones- que recurrir a la
violencia sin mediar palabra ni razón alguna. A los pacifistas responsables
nada les gustaría más que enviar a las nubes el arco del guerrero y alejar la
tormenta y el tormento de la guerra, pero andan con los pies en tierra, y a
veces en el barro, y por eso cuentan con la violencia legítima como mal menor.
El pacifismo responsable es una opción
política preferente por la no
violencia, pero no excluye el uso de la violencia legítima en situaciones
límite. Aunque no se debería hablar en ningún caso de guerra justa, ya que
contradice "el veto irrevocable que dicta en nosotros la razón moral
práctica: que no debe haber ninguna guerra" , ni entre los individuos en
estado de naturaleza ni entre los Estados que en las relaciones internacionales
siguen en estado de naturaleza, "porque esa no es la forma de hacer valer
cada uno su derecho" (1) Pero si no
obstante las hay, tampoco se puede condenar moralmente a quienes se han visto en
la necesidad de recurrir a la violencia legítima como única forma, aunque inhumana,
de volver al uso de la razón. En ese trance, los pacifistas responsables han de cargar con
la parte de culpa que les corresponda por la situación a la que se ha llegado
-no de toda la culpa- y asumir
moralmente las consecuencias que se sigan de su opción por la
violencia legítima. Sin que esto
los convierta en chivos expiatorios y
exima a los pacifistas puros de haber llegado a la situación límite en la que
todos se encuentran.
Los que eligen el camino del
amor al prójimo y hacen prójimo al más distante, al enemigo, eligen el camino
de la fraternidad : son los herederos de la Paz que el mundo no puede dar, los
pacíficos a quienes Jesús llamó bienaventurados porque serán llamados hijos de
Dios, son la prenda de la mejor esperanza. No son hijos de este mundo, no le
pertenecen, no son los que siguen
sino más bien los que rompen: son la
paloma que alza el vuelo, como se alza la vista hacia la aurora. Pero las
consecuencias del pasado, la serpiente, persigue
también a la paloma. Porque aún es de noche:
¿Violencia
legítima?
Se
cuenta que un viejo rabino preguntó a sus discípulos si sabían como se conoce
el momento en que cesa la noche y comienza el día . Y uno dijo: “¿Es cundo ya
se distingue a lo lejos entre un perro y
una oveja?” Y el rabino contestó: “No”.
Y otro discípulo : “¿Es cuando ya se distingue entre una higuera y una
palmera?” . Y el rabino: “Tampoco”. Y los discípulos preguntaron: “Entonces,
¿cómo se sabe?”. Y el viejo rabino les contestó: “Es cuando tu miras en el
rostro de cualquiera y puedes ver en él la cara de tu hermano o de tu hermana.
hasta que no llega esa hora la noche se extiende sobre nosotros” ( 2)
Mientras siga la noche y se extiendan
las consecuencias del pasado sobre el presente, puede agravarse hasta tal
extremo un estado de cosas que llegue para el mundo la hora de las
tinieblas. En esta situación no es fácil
distinguir entre el camino que lleva a la paz y su contrario. En la hora de las tinieblas la fraternidad cae todavía
detrás del horizonte y no es amor fraterno todo lo que reluce. Hay ocasiones en
que el amor fraterno no es tal, y cobardía lo que se presenta como amor al
enemigo. Hay situaciones históricas en
las que levantar el vuelo como la paloma sin cargar con las consecuencias del
pasado puede llegar a ser una traición a
la Tierra sin dar gloria al Cielo: un vano intento de salvar el
alma aunque el mundo se hunda. Pero esa no es la máxima de una ética
responsable, sino ésta: "Que el mundo viva para que la justicia se
cumpla" (3)
En este mundo mundial se ha llegado a una situación en la que otro
mundo sólo es posible y a veces improbable. Porque uno es el señor , según parece, en el mundo real: el Dinero, y uno solo el bautismo bajo su nombre. Y todo
lo demás al suelo! Los derechos humanos son todavía una causa pendiente
en muchas naciones, la dignidad humana un hecho de conciencia en los hombres y
mujeres de buena voluntad, y la indignación un movimiento social en flor. Está por ver lo que debe ser, lo que ha de
venir: la cosecha, que no vendrá sin
esfuerzo después del invierno y estamos aún en otoño. Justo cuando esperamos y necesitamos aquí, en
España, que llueva a cántaros sobre la
tierra después de lo que ha caído.
Fuera de situaciones extremas en
las que peligra la supervivencia misma de la humanidad - como especie biológica
y, sobre todo, como forma de vida con categoría moral -, debería ser posible y
, desde luego deseable, una especie de división del trabajo por la paz: dejando
la defensa del orden público a la
policía y la intervención necesaria en los conflictos armados a la violencia
legítima de la Comunidad Internacional, los hombres y mujeres sin fronteras deberían movilizar y aplicar
métodos civiles para sanar la memoria en todas partes, curar a los de
cerca y a los de lejos de las heridas causadas
en las pasadas guerras y curar en
salud las que podrían ocasionar, probablemente aún más terribles, los conflictos
armados del futuro si no se evitan
mediante una constante y lenta educación para la paz. Aún con todo, no se
debería olvidar que en la política
ordinaria hay un componente estratégico y una lucha que, sin ser necesariamente violenta, dista bastante de ser pacífica. Y que también esto, una
educación para la democracia real, es imprescindible si queremos avanzar hacia
la paz, paso a paso, es decir tratando siempre de hacer las paces.
Para hacer lo que podemos hacer
y, por tanto, lo que debemos, hay que poner a trabajar la esperanza y no
quedarse a la espera o a verlas venir.
Me refiero a la paciencia, que es
la esperanza en
traje de faena. O a la esperanza contra toda esperanza: la esperanza
indignada, tan distinta de la resignación derrotada. La esperanza con mucha
moral, no con la moral por los suelos. No como gallina de alas recortadas. Ni
golondrina incapaz de remontar el vuelo: corazón abatido, sino corazón alado que anida en las alturas y
se mantiene en vilo. Arriba los corazones, pero con los pies en tierra y sin
acampar en el suelo. La plaza no es para
quedarse, es para comenzar. Y el camino se hace al andar, con los pies en tierra: con la cabeza alta, pero
mirando al suelo. Y juntos, que solos no
vamos a ninguna parte.
___________________
1) Kant, "Die Metaphysik der Sitten", ed.
Weischedel VIII, en Suhrkamp, Frankfurt a M.,
p.478.
2) Lo cuenta Tugendhat, Ernst, Ética y Política, Tecnos, Madrid 1998,
p. 78.
3) Jonas, Hans, opone su
"Principio de responsabilidad" al "Principio de la
esperanza" de Bloch, y transforma al imperativo de Kant - que considera
abstracto- en otro pragmático y responsable: "Actúa de tal manera -dice-
que las consecuencias de tu acción sean compatibles con la permanencia de la
vida humana sobre la tierra". Vide. Jonas, H. Das Prinzip Verantwortung, Suhrkamp, Frankfurt
. M. , p. 36.
IV
Las
paces de cada día
La
desmoralización de los jueces
Bajo el título de "Las paces de cada
día" se ha desarrollado el último
curso del Seminario de Investigación para la Paz de Zaragoza en el Centro Pignatelli. En la
penúltima sesión, el 21 de octubre del año en curso se presentaron dos ponencias
sobre la administración actual de la Justicia en España. Y al día siguiente,
como es costumbre, se sometieron a debate en el pleno del Seminario. Uno de los
ponentes se lamentó de la desmoralización
de los jueces y otro de la sobrecarga
de los juzgados, los dos eran
jueces. Se les preguntó si la
desmoralización se debía a la falta de recursos
y si en eso, en la dotación económica y en los sueldos, ponían su moral
los jueces. Porque también la sociedad está desmoralizada frente a la Justicia
por otros motivos, por su lentitud con frecuencia y a veces por sentencias que la gente no comprende. Y se
les reconoció que, en efecto, en España se llevaban a los tribunales conflictos
que bien podrían gestionarse en el marco de una sociedad civil más responsable
recurriendo a servicios de mediación.
En
la última reunión, el 4 y 5 de noviembre, Mercedes Callizo, Secretaria General
de Instituciones Penitenciarias, presentó una ponencia titulada "Filosofía,
logros y carencias del sistema penitenciario español actual". En el
debate se habló inevitablemente de la
banda terrorista y de los presos de ETA, pero no demasiado no obstante la
actualidad del asunto. Y mucho más de la
situación de los presos comunes y de su reinserción social. En ese contexto nos
enteramos mejor de lo que ya sabíamos todos en general: que son los pobres los
que llenan las cárceles españolas, y más si son inmigrantes, porque eso es lo
que ocurre en el mundo entero si exceptuamos a los Estados donde todavía hay
presos políticos porque el régimen no tolera la disidencia.
La inmoralidad del
sistema
En una democracia realmente existente, como la
española, no van a la cárcel los
banqueros, los políticos profesionales y los obispos salvo rarísimas
excepciones. Lo que no quita para que éstos sean precisamente los últimos en la
clasificación que merecen según la opinión pública en las últimas encuestas. En cambio, los
militares profesionales - es decir, todos, una vez suprimido el servicio
militar obligatorio - han ganado en
España muchos enteros en las últimas
décadas después de la Transición. Si la paz es obra de la justicia y esa es la
justicia en todas partes, díganme qué paz es la que hay realmente en las
democracias reales del mundo donde por suerte nos ha tocado vivir. Díganme qué
clase de democracia tenemos y en qué medida es posible la paz donde llenan las
cárceles los más pobres. ¿No es indignante? Sí que lo es, pero la indignación
no acaba de suyo con el escándalo.
Me
acordé
entonces de la penitencia pública en la Cristiandad, de la excomunión de
los pecadores públicos en la Edad Media, de la redención de la pena por la limosna, de las
indulgencias, de los ricos que pagaban en metálico a la iglesia por sus culpas
o cumplían la penitencia impuesta distribuyendo la carga entre sus siervos: hubo señores feudales que cumplieron la penitencia de ayunar todo
un mes en un solo día, les bastaba tener
treinta siervos que lo hicieran por ellos. Y me pregunté si los pobres que llenan las cárceles no son los que
pagan hoy la pena que merecen los ricos.
Me pregunté y lo pregunté a los participantes
en el debate, fue una provocación. Como era de esperar, alguno sostuvo la
tesis de que así era en efecto y que
toda la culpa la tienen lo ricos y el sistema.
La
dignidad de los pobres
Demasiado
radical, pensé. Y sobre todo, ofensivo incluso para los pobres
que estaban presos. A quienes se les convierte así en objetos de cuidado, en
víctimas o enfermos, dependientes de un Estado terapéutico, súbditos de nuevo, y
ya no más ciudadanos activos, libres y responsables. Al disculparlos de esta
manera, se les quita la dignidad que es lo único que les queda a los pobres
privados de libertad. La reinserción social de los presos, la
reconciliación de los delincuentes con
la sociedad civil - ya sean etarras o
pordioseros- es un proceso que no puede
comenzar con ese prejuicio. Hacer las
paces es una tarea de todos: como pedir perdón unos y concederlo otros, las
víctimas. Hacer las paces es responsabilidad de todos y que cada palo aguante
su vela en esa procesión, en la que todos somos culpables de algo pero
no de todo y en la misma medida. Reconocer la culpa, sobre todo la
propia, es una cuestión de dignidad. Y
lo contrario, disculparlo todo y a todos, hunde más en su miseria a los
culpables. El que echa toda su culpa al sistema o permite que la paguen toda los pobres, al disculparse de tal manera, ya sea un pobre
diablo o un rico sinvergüenza, pierde su dignidad en conciencia y a conciencia
por su propia culpa. Como ya dijo Pascal, no hay miseria mayor que ignorar la
propia miseria.
Y los conflictos en el mundo de la vida
Lo
único que podemos hacer en el mundo de
la vida, aquí y ahora, es vivir en paz dentro de un orden, en alguna paz. Nadie está obligado a hacer lo que no
puede. Pero si hacemos lo que debemos,
aunque sea poco, lo hacemos para el mundo entero. El vuelo de una mariposa parece insignificante y un grano no hace
granero. Pero así, con todos los granos, se hace la harina y el pan de cada
día, y con el vuelo de todas las mariposas un revuelo mundial. Para hacer las
paces están los políticos y los jueces,
las cárceles y las escuelas, los intelectuales y los tertulianos, los medios den comunicación,
la palabra en fin y la acción de todos los demócratas. No para resolver los
conflictos, todos, sino para gestionarlos sin excepción dentro de un orden en
el que se realice el máximo posible de
libertad individual y de convivencia
social. Eso requiere tanta moral como responsabilidad, sin que nadie se
escaquee o recurra a la violencia. Más
democracia es lo que hace falta, que conflictos no han de faltar.
Hay quien piensa que los conflictos son
necesarios y hasta que es eso, el conflicto, otro nombre para lo que anima la
convivencia y la participación ciudadana en las sociedades modernas. Una
sociedad moderna es pluralista,
solo el Estado es neutral porque es el árbitro. Pero la sociedad siempre
es pluralista y salvo en los lugares públicos en los que hay que salvar las
diferencias sin imponer la propia, como en la plaza y en la calle donde tenemos
que comportarnos, cada uno se encuentra mejor en casa con los suyos y que Dios,
su dios, los bendiga para que les vaya bonito. Los ciudadanos han de convivir,
conversar, hablar y respetar las
diferencias y, siempre desde la libertad, llegar si es posible a compartirlas
llenando el espacio público de contenido. Los espacios públicos son lugares
para el diálogo, el intercambio de opiniones, la negociación de intereses, la
gestión civilizada de los
conflictos. Y estos son la energía,
claro , pues solo en la diferencia y frente a ella es posible reconocer los propios límites,
cuestionar los propios dogmas, y progresar en la propia tradición: que muere
siempre cuando se repite, se encierra o
se enroca en sin misma, y vive cuando se actualiza al encontrarse con otras (1)
El espacio público nos permite ponernos en el lugar del otro sin suplantarle ni
dejar el nuestro, es un espacio de gracia donde se gesta una vida nueva en una
convivencia más generosa. Si todos
estuviéramos de acuerdo en todo, todos estaríamos metidos dentro de casa y no
tendríamos nada que decirnos. Demasiada
paz, como en la tumba. Sin llegar a la Paz,
ni hacer las paces. En el limbo,
si es que existe. O en el infierno, que es más probable y más que probable con
tanta unanimidad. Siempre que hay un rebaño, hay un pastor, un corral y unos perros que le sirven para que él se
quede con todo.
_______________
1) El
liberalismo comunitario de M. Walzer y
aportaciones semejantes como las
que hace A. Wellmer, tienen el atractivo de integrar la crítica y el sentido común , la razón y la
tradición, los principios generales y el mundo de la vida, el respeto a las
reglas y el pluralismo social, el particularismo regional y el universalismo
cosmopolita. Con lo que la democracia más que un estado es un proceso. Los
actores de ese proceso, los demócratas, disponen de derechos y cauces
culturalmente adquiridos que permiten reflexionar en la distancia sobre
las identidades particulares. Los ciudadanos, como sujetos libres y autónomos,
se convierten en ese contexto en
"liberales virtuosos". Y la
política en arte de de la convivencia. Más que un estado o costumbre
establecida, la democracia es entonces un proceso en el que la pluralidad de
valores, de intereses y pretensiones ora se enfrentan, se apoyan o se
reconcilian, sin que los conflictos se agoten. Porque son parte del
juego y la energía que lo mantiene vivo.
Las condiciones de posibilidad
del diálogo, o del juego democrático, no son ciertamente lo único, pero
delimitan el campo y definen las reglas: el reglamento o el método, el
procedimiento contra el que no cabe recurso.
Referencias
bibliográficas: Walzer, M., "Espheres
of Justice. A Defense of Pluralism
and Equality, New York 1983; en español, Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad,
FCE 1993; Walzer, M., Kritik und Gemeinsinn. Drei Wege der
Gesellschaftskritik, Berlin 1990. Wellmer, Albrecht, Ethik und Dialog, Suhrkamp, Frankfurt am M. 1986; en castellano, Ética y Diálogo, Ed. Antrhopos,
Barcelona 1994. Bada, José, Luces y Sombras de la Ilustración. Libertad
y Convivencia, SIP y Mira Editores, Zaragoza 2006.
V
Más
allá de la indignación
Lo mejor es enemigo de
lo bueno
Una es la democracia ideal, que no existe. Y muchas la democracia real que es imperfecta, pero existe. Por eso al oír "Democracia Real Ya" me disgusta la letra, por más que la música me suene bien y me traiga gratos recuerdos. En el 68 se dijo: "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Pero hoy, después del 15 de Mayo, quisiera creer que muchos de mi generación hemos aprendido lo suficiente para decir a nuestros nietos: "Pedid lo imposible, como antes; pero sed realistas y haced todo lo posible". Porque lo mejor, cuando solo se pide, es enemigo de lo bueno y cómplice de lo peor.
El ideal de la democracia está en las nubes: no al cabo de la calle, ni en la plaza a donde han ido a parar las democracias conocidas - como la española, que para sí quisieran otros - sino en el horizonte y al final de todos los caminos: más allá de las historias particulares, de los pasos del pasado, de todas las transiciones del antiguo régimen, y aún de la historia universal que queda por hacer, que podemos hacer juntos, que debemos hacer a partir del kilómetro cero de la Puerta del Sol o donde quiera acampe la juventud indignada -¿a qué espera?- o se mueva la juventud acosada todavía -¿hasta cuándo? - por un pasado feudal que la persigue. Porque la democracia ideal es como la estrella que nos guía y nunca se alcanza.
Levantar el corazón y la palabra está bien, ¡ya era hora! Pero hay que mover los pies, y las manos, hacer algo y caminar sobre la tierra dura del camino. Pidamos lo imposible aunque sea solo para que nadie diga que queda por hacer porque no lo pedimos; pero hagamos todo lo posible - sin esperar las peras del olmo- para urdir el cesto con los mimbres que tenemos. Porque los sueños solo son sueños, y hasta las utopías -que no nos dejan dormir- cuando no hacemos nada se transforman en las peores pesadillas que no nos dejan caminar.
Lo mejor es la democracia directa, sin intermediarios. O el gobierno del pueblo por el pueblo, como pensaba Rousseau. Pero uno piensa como pensaba Rousseau, que una democracia así de perfecta sólo es posible en "un pueblo de dioses". No de polacos o de corsos, para quienes propuso una democracia rebajada. Ni de españoles, claro. Y comparte la opinión de Kant, su discípulo, cuando reflexiona sobre la "insociable sociabilidad" humana y defiende el derecho realmente posible: el que sea "aceptable incluso para demonios con tal de ser inteligentes".
Más democracia y , por tanto, más demócratas
Cada día tiene su afán y cada situación su compromiso. En la nuestra nos ha llegado la hora de ocuparnos -aquí mismo, no en la república de Platón- de lo que podemos hacer. No al margen de la realidad, para denostarla. Sino dentro de ella para cambiarla. Ni al margen de los partidos, sino dentro. Y de tomar la Bastilla para liberar el voto cautivo de los afiliados, sacando de casa a los políticos profesionales. Sin abandonar la casa los herederos legítimos que todavía siguen, ni esperar que salgan los "okupas" antes de entrar los que están en la calle. ¿Que los
partidos han de "abrirse a la sociedad"? El imperativo es hoy forzar
a los partidos. Si de verdad son
necesarios en una democracia realmente existente como parece, han de ser representativos. Por tanto: o se desplaza a los políticos profesionales que
de eso viven, de su ocupación, o se les
deja que ahí se pudran y edificamos
otros partidos de nueva planta. Acampar no es suficiente, indignarse contra los
políticos corruptos tampoco: se les desplaza o se demuestra con hechos que
es posible otra política.
Ha llegado la hora de actuar dentro de las instituciones y
no quedarse en las puertas como clientes.
Y de estar más en el gobierno que
en sus aledaños. Y antes en la verdadera
sociedad civil que en las organizaciones no gubernamentales que dependen de las
subvenciones. Y de comprometerse con la realidad, de actuar en ella y dentro de ella, de intervenir. Como
ciudadanos activos, con un voto por cabeza y cada uno con la suya: sin cabezas huecas ni
cabezas de turco. Y votando
coherentemente.
La democracia es imposible sin demócratas. Y comienza cuando
se reúnen los ciudadanos, cada cual con su opinión y todos dispuestos a acatar
la opinión de la mayoría sin renunciar a
la propia y a su defensa recurriendo solo a la palabra, al diálogo, y
sin otra arma que el mejor argumento. Sin olvidar nunca que la opinión de la
mayoría da que pensar a la minoría,
aunque la mayoría piense poco por desgracia y parezca a veces que ya lo tiene
todo pensado. Por eso los demócratas
acatan la voluntad de la mayoría, pero solo los necios piensan siempre
como la mayoría. Y los demagogos, que se
pasan de listos.
El individualismo de rigurosa observancia es "racional"
El mundo está loco. No, los locos somos los hombres y el mundo una casa de locos. El mundo no es
alguien que pueda estar cuerdo o loco sino algo que podemos gobernar, y si no
podemos o queremos una casa de locos. Aunque podríamos decir también que nos pasamos de listos y, lejos de estar locos, somos hoy los más
racionales que en el mundo han sido, la culminación de la especie y aún de
todas las especies, vamos, unos salidos de la naturaleza y, de esta forma, cada
uno un fin en sí y para sí mismo. A
diferencia de las abejas y en general de todas las especies animales en las que los individuos lo son de la
especie y para la especie, los humanos entenderían que lo específico en su caso
es ser lo que son para sí mismos. De manera que
los mortales, sabiendo que la vida es corta, reduciríamos el ideal a
valores tangibles, el porvenir incierto a las expectativas de futuro y éste a lo que
está al alcance de la mano y del deseo, a
la ocasión y disfrute que a uno
se le ofrece aquí, precipitadamente, inmediatamente, cada uno a lo suyo y tonto
el último. La obsesión del momento reduciría el tiempo al instante, la
historia a la biografía y ésta, si me
apuran, a la satisfacción actual del individuo cuando todo va bien, qué fuerte,
y si no..., pues eso, mejor no pensar y no se piensa.
Este individualismo a tope y hedonismo a corto plazo
comienza y termina en uno mismo y, para
el caso, eso es todo y lo demás nada.
Por tanto la máxima más racional parece en efecto el máximo provecho del
individuo, y el lema: ¡que me quiten lo bailado! Si en eso está el sentido de la vida y saber vivir no es más que una estrategia
para alcanzarlo, ¿no será la sabiduría
una extravagancia y la moral un engañabobos en un mundo en el que viven los
"vivos" y los inteligentes son unos "listillos"?
La ciencia no entiende de fines ni valores. Una antropología
científica no hace juicios de valor ni
valora los fines que el hombre se propone. Se limita a describir su conducta y
las consecuencias. Desde esa perspectiva es racional el individuo que utiliza
todos los medios a su alcance para conseguir lo que quiere cuanto antes y con el menor esfuerzo.
Reducido el mundo al mundillo de mis intereses y a mi vida privada, el egoísmo
de rigurosa observancia es más racional que el socialismo humanista que
proclama para todos el bien común y no sabe o no quiere utilizar los medios
adecuados para conseguirlo. La vigencia
de los derechos humanos, la libertad y el
bienestar en todos los pueblos constituyen el fin
más razonable y defendible en público y para el público en general. Pero si el público no es
más que un conjunto que se disuelve en individuos aislados y la
humanidad un nombre vacío, lo razonable no es nada y la humanidad tampoco. Sin
una estrategia racional que discipline la voluntad de la mayoría de los hombres como un solo
hombre y oriente los mejores deseos al bien común, lo más razonable es imposible y lo que es
posible racionalmente no es razonable en
absoluto.
Un nacionalismo a ultranza tampoco es razonable
Establecer y defender
los derechos humanos, la democracia y el bienestar en un solo país - o en Occidente, pongo por
caso- no es más que un prejuicio y un
privilegio insostenible en un mundo mundial en el que desde luego y en adelante
todo está comprometido en una historia universal en la que jugamos todos, nos
la jugamos, o se rompe la baraja. La
complicidad de muchos en beneficio propio: el egoísmo
"colectivo", lo hace más
grande pero no distinto. De ahí que la
política internacional de los Estados
nacionales no se oriente al bien común
de la humanidad sin ánimo de lucro; acaso
al de todos los ciudadanos nacionales, que ya es decir, y por supuesto
al beneficio particular de los
ciudadanos más privilegiados. Pero en
este escenario o mercado, los actores
que representan a los Estados silencian la violencia de los tiranos si les
conviene, les venden armas si les conviene, les compran petróleo porque les
conviene, se hacen el sordo de lo que no quieren oír y predican increíblemente
unos valores que otros quisieran para sí.
Negociar por arriba entre
pastores, es fácil mientras haya ovejas.
Pero la paz se funda en la base y cuando la base se extiende. Hablo de la sociedad mundial y de las
relaciones humanas sin intermediarios. De la sociedad civil cosmopolita, de los
ciudadanos activos. No de las ONGs, sino de la acción ciudadana. De más
democracia en el mundo, y de más demócratas. De profundizar en la base y de
extenderla.
Necesitamos una red mundial
cosmopolita
Nuestro mundo es un mercado mundial, pero no es todavía una plaza en la que todos
quepan y a nadie se desplace. Gira alrededor del dinero que existe en algún lugar sin que la gente lo
sepa: un misterio por definición arcano y muy suyo, que se nos escapa. No es la
aldea global, sino acaso virtual y sin vecinos reales. Ni menos una ciudad con ciudadanos cosmopolitas. Es un mundo con
emigrantes sin papeles y sin derechos,
desplazados , y con muchos ciudadanos
metidos en casa y sin compromiso público
ni emplazamiento real que los sitúe en el mundo.
Estar aquí es sin embargo la
única forma de estar en el mundo y, por
tanto, con ellos aquí; es decir, con todos los otros que están allí juntos en cualquier lugar donde se construya
un mundo humano y habitable para todos nosotros. Lo mismo que hay inmigrantes
que no acaban de salir de su pueblo y de
su casa y están aquí solo para ayudar a los familiares que se quedaron allí,
hay ciudadanos que se desplazan por ahí
sin salir de casa y de sus intereses. De ahí la propuesta necesaria de mantener relaciones
solidarias por la base, de comunidad a
comunidad: del común de aquí para el de allí, enviando remesas de valores
mutuos en ambas direcciones. De anudar
así todas las plazas, de una en una -integrando a los inmigrantes- y entre ellas, para formar una red mundial y echarla al mismo mar quienes estamos ya en un
mismo barco para pescar el futuro. El presente es un mar agitado en el que solo
podemos captar ese futuro incierto para la humanidad entera.
La naturaleza no nos protege contra nosotros mismos, basta un Gadafi cualquiera para morir matando a muchos y un solo hombre para poner en peligro a toda
la humanidad. Pero no es posible domesticar al ser humano mientras lo sea. De
ahí la responsabilidad, la esperanza y
la grata sorpresa también de algunos acontecimientos históricos: porque otro
mundo es posible. Ahora bien, los brotes verdes de un mundo nuevo no saldrán del
olmo viejo "hendido por el rayo" de la vieja economía que vuelve a las
andadas, ni del orden político y social
establecido que acaba siempre en punta de lanza. O de pirámide, donde no vive
ni Dios. No, humanamente. Los brotes
verdes saldrán acaso de abajo como la olma que reúne alrededor, bajo su copa,
ancianos y niños entre raíces y ramas. Y por supuesto
del suelo de la plaza, del humus
de una humanidad indómita, de los que se juntan sin más amparo que el sol ni
más arrimo que los otros, con la sola herramienta de las manos y su palabra. Los brotes verdes saldrán acaso de los
jornaleros de la historia que madrugan cuando saben que llega el día y la ocasión, para reunirse aquí: en la plaza, o allí.
Porque siempre es aquí
para nosotros y ellos, para todos
nosotros, aunque la jornada se inaugure en Tahrir.
Porque si es estaca o columna lo que viene, no como el sol
que nace para todos lentamente, sino de arriba y de golpe como navaja que se
clava en medio de la mesa para zanjar la
cuestión, lo que entonces se destaca y
se funda otra vez es lo de siempre: un orden autoritario, que se ensancha y
crece como una pirámide hasta ocupar la plaza. Solo lo que viene de abajo como viene la palabra del silencio y la vida del humus que nos hace humanos: de
la humanidad, o de la pregunta que somos y del diálogo que compartimos, solo eso realza la plaza en donde caben todos
y funda un orden que a todos nos ampara.
Otro mundo es posible, pero hace falta mucha moral
Porque hay que hacerlo
entre todos y para todos. En especial para todos, y por supuesto con todos los
que quieran colaborar. Sin excluir a
nadie de la empresa, ni despreciar a nadie que quiera participar por los
motivos que sean.
El barón de Montesquieu estaba convencido de que la paz y el orden se
aseguraban mejor con las buenas costumbres que con las leyes, pero los hombres
se cansan pronto de ser virtuosos y es por eso que los mejores regímenes
duran sólo un tiempo limitado (1) Ahora
bien, las buenas costumbres no se improvisan. La sustancia moral o la moral vigente en una sociedad se
mantiene primero en virtud del espíritu o de la fuerza moral de una tradición y más tarde, cuando el
espíritu muere, por su propia inercia y el peso de las costumbres establecidas.
El proceso de la razón ilustrada contra la tradición y por tanto contra la tradición cristiana
occidental supuso para unos un alivio,
para otros una pérdida de sustancia moral
y para todos, seguramente, un desfallecimiento de la fuerza moral. Por
otra parte, al ser desplazada la fe
cristiana por la razón ilustrada, se cegó la fuente de las costumbres heredadas
y se alumbró la de las normas consensuadas.
En las postrimerías
de la Modernidad, el primer problema con el que nos encontramos en el mundo mundial es la desmoralización que
padecemos en todos los sentidos: ya sea entendida como pérdida de sustancia
moral, como ruina de la estructura moral
o debilitamiento de la fuerza moral. Hay quienes piensan que la
sustancia moral o contenido implícito en los derechos humanos debería
enriquecerse con aportaciones de las
grandes tradiciones religiosas. Otros pensamos que para ese viaje no hace
falta alforjas, que basta con la razón para
argumentar en favor de un contenido necesario y para consensuar con el sentido común - el hombre que llevamos
todos en el propio pecho- un código ético suficiente que se haga valer en
general en todas partes ante la opinión pública. Que ya tenemos
una ética mínima y pública,
universalmente proclamada y oficialmente aceptada, que no se queda en los
huesos de una ética formal o procedimental. Y que no es eso,
que no son deberes, imperativos de la razón práctica, principios o
leyes morales lo que nos falta, sino la fuerza moral y la buena voluntad para
cumplir lo que debemos. Y a partir de
ahí, si alcanzamos y después de alcanzar el nivel mínimo que reclama una ética
de la justicia o de igualdad ante la ley, satisfecho el código de los derechos
humanos, protegida la plaza o el mundo
como la plaza de la comunidad humana que a nadie desplaza, el colmo de un orden
justo establecido sería ya la vida buena
y la fiesta para celebrarla: que en eso está la gracia, y la propina para mojar
el pan de cada día. Pero incluso para lo
justo, para tener y mantener al menos un orden mundial que garantice la
supervivencia de la humanidad, necesitamos mucha fuerza moral y no sobra el
entusiasmo. Ese valor añadido, ese plus de sentido para que la vida valga la pena, ese entusiasmo, esa
fuerza moral, esa fe que mueve montañas
y no la que se impone a todos como una losa, ese espíritu, esa
esperanza, eso es lo que quisiéramos que
aportaran al mundo las grandes tradiciones religiosas. Y antes una buena noticia para todo el
mundo que la pretensión de promulgar
leyes para el mundo entero.
Permitidme que traiga a colación, en esta noche oscura por
la que pasa la Iglesia después del Concilio, una anécdota que entiendo como
señal - no sé si de los tiempos, del tiempo que se avecina o solo de aquel
tiempo de gozo y esperanza- y como una
luz encendida, como llama vacilante acaso que no debemos apagar. Me refiero a la presencia de la
contestación cristiana en el escenario de la indignación, en la Puerta del Sol. Codo con codo con humanistas, con simples
laicos y ateos no tan simples. Levantado
la voz y la palabra, no más que otros. Y escuchando como los otros, conversando con todos, aunque
también ellos son iglesia. Pero estaban en la plaza, sin hacer de la plaza un
templo. Y de su presencia un alarde.
Humanistas y cristianos
Hace tiempo que me acosan los recuerdos, que mi
esperanza de antaño -envejecida y escarmentada- se levanta como paciencia y mi curiosidad de
saber se alimenta apenas de la
responsabilidad que no puedo echarme a la espalda. Por eso mantengo la costumbre de escuchar en la cama las noticias, me
alivio de los anuncios, paso de los
escándalos y de los chismes,
también de la corrupción que no cesa y porque no cesa -ya estoy harto- y si
pudiera pasar de las campañas iría
directamente a tomar decisiones
en las urnas o fuera de ellas. Aunque no contra ellas, claro. Porque uno es demócrata y sabe que la democracia
es manifiestamente mejorable, me levanto y sigo día tras día.
Lo
primero que hago después de desayunarme
es abrir el buzón electrónico. Antes de que llegara el 15 de Mayo, un
amigo me anunciaba en abril la primavera y me adjuntaba un montón de flores de manzano, ciruelo, peral,
cerezo y hasta de la humilde borraja
aragonesa, y otro me enviaba un mensaje dramático que le había llegado del
Japón para que lo difundiera: "En la planta de Fukushima -se decía- el reactor nuclear ha empezado a fundirse y no hay nada que se
pueda hacer [...] Por favor, no perdáis
el tiempo [...] Los desastres naturales no los podemos
parar, pero los desastres humanos sí los podemos detener. Es hora ya de cambiar
el mundo. ¿No crees?"
Y porque creo en eso - respondí al
mensajero y al mensaje- diciendo que cogía otra vez el libro que había dejado
abierto sobre la mesa para terminar de leer un artículo de R. Bultmann (a.
1952) titulado "Humanismo y Cristianismo", que me serviría para
escribir otro sobre el mismo tema
que iba a publicar por si sirve de algo no para cambiar el mundo,
¡uuuf!, sino el modo de pensar al
menos de un solo
lector que lo necesite.
Comienza Bultmann el suyo planteando el problema en una
situación en la que se denuncia la incapacidad del humanismo y del cristianismo
para evitar la catástrofe que amenaza de
muerte hoy -por ayer, aunque el peligro
actual sea mayor- a todo el mundo y a la cultura que engendraron. Responde sin
embargo que humanismo y cristianismo
son algo
más que un conjunto de ideas y que no son las ideas sino los hombres los
que pueden fallar y, en este caso, los humanistas y los cristianos de poca fe.
Lo que sucede por desgracia justo cuando
tanta se necesita para mover montañas y levantar el ánimo, quitar la losa que se nos echa encima como un tsunami, resucitar a los muertos, remover escándalos,
abrir el horizonte y hacer camino, despejar la vista y limpiar el corazón donde
los ojos tienen las raíces. Porque sin
querer el Bien que no se ve, ni creer en
la Verdad que hay que buscar, ni amar la
Belleza que barruntamos, ni trabajar por
el hombre que puede ser todavía, ni esperar en lo que está por ver o por
venir..., el mundo no cambiará hagamos lo que hagamos. Porque no basta con saber hacer: hay que saber creer. Y creer a pesar de todo, si es todo lo que se quiere
cambiar. Porque sabemos ya que la técnica es para eso insuficiente. Y los
recursos, que siempre son escasos y más aún para cambiar el mundo.
En una empresa en la que se apuesta por la dignidad humana por encima de todo, humanistas y cristianos no deberían pelearse sino luchar juntos contra la reducción de todos los valores a los de la bolsa, del
deber al ser, de la sabiduría a la ciencia, del motivo al estímulo y de la libertad humana a la de las cabras que se echan al monte
de su capricho. Los que sean
de verdad humanistas o cristianos se opondrán sin duda a la
deshumanización del hombre. Y se sentirán obligados a denunciar la superstición de un
"progreso" meramente económico cuyo Dios, mira por donde, es el becerro de oro que nos detiene en el
desierto y nos devuelve a la antigua esclavitud. Pues
donde todo vale lo que vale en el mercado, y solo eso, el mundo es una
caca, por más que te la envuelvan como
un regalo. ¿Se lo envuelvo? No,
gracias. Si no hay más remedio, en el
mercado es preferible esa verdad a
secas. Y buscar fuera la otra, la que no
se vende. Como la dignidad, que tampoco. Y como la libertad.
_____________
1) Es la moraleja que saca el autor
de Las Cartas Persas de la famosa
fábula de los trogloditas.
A
modo de conclusión
Que no lo es, sino más bien apertura. O consideración para seguir pensando. Y si no
para comenzar - el pensamiento viene de la vida y no al contrario- al menos
para volver al tajo, porque es urgente la tarea
y no hay tiempo que perder. Ni la
ocasión de hacer la experiencia que más importa. ¿Por qué no probamos a hacer
la historia en vez de contar historias?
Para hacer historia aquí y ahora , es decir, en el mundo de
la vida , necesitamos la luz de la razón, el impulso del corazón, el entusiasmo
de la fe, el valor del soldado, la virtud del santo, el compromiso de los
políticos con la realidad, la participación de los ciudadanos en los asuntos
públicos, la solidaridad de los hombres
sin fronteras, la responsabilidad de los
padres y educadores, y hasta el peso de las buenas costumbres, la valla de la
ley y el rigor de la justicia en todo el mundo. Porque todo eso es necesario aunque nadie
sabe si será suficiente. Porque nuestro mundo se ha hecho muy complicado y, si
nunca ha estado en nuestras manos la buena voluntad de nadie, hoy parece que
el mundo anda solo y por encima de la
voluntad de todos. Como si , dejado de la mano de Dios, hubiera escapado también
de las nuestras. Ya es hora de falsear
esa hipótesis, volviendo al tajo con arrestos. A la experiencia, aquí y ahora. No en la
república de Platón, sino por ejemplo en España. Para nosotros, españoles, un ejemplo necesario. Porque es aquí y desde
aquí como estamos en el mundo. Andar por
ahí, es estar en la higuera. O en cualquier plaza..., para ir de botellón.
* Favara, 3 de Diciembre de 2011.Ponencia presentada por el autor en el
I Foro de Debate de la "Asociación
Wirberto Delso" AWD
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