martes, 8 de octubre de 2013

INDIGNACIÓN Y RESISTENCIA




INDIGNACIÓN Y RESISTENCIA *
MEDITACIONES  MUNDANAS
A PROPÓSITO DEL 15-M

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Estamos aquí

Emplazados  y comprometidos en la misma situación
        
      Está escrito que en aquel tiempo, en el kilómetro cero de la historia  occidental, cantaron los ángeles a coro: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Pero después de dos mil años de recorrido, no está el mundo para músicas celestiales ni el horno para bollos en la vieja Europa. Como bien decía E. Bloch hay sueños que no nos dejan dormir, son las utopías, y otros que no nos dejan despertar como los mitos (1)  Si dejamos éstos para vivir despiertos, habrá que moderar  aquellos para vivir al  día. Atemperar la utopía es poner la esperanza a trabajar.   Y lo primero, para estar a la altura de las circunstancias, es hacernos cargo de la situación. 


             Ha nacido  recientemente  el niño - o ni niña, la verdad es que no lo sé ni interesa para el caso-  con el que el censo global de la población humana rebasa ya los 7.000 millones. Somos muchos y vivimos cada vez más juntos en un espacio limitado; donde ya no hay fronteras infranqueables y en el que nos movemos cada vez  más deprisa,   de  modo que la  Tierra resulta aún  más pequeña. Nadie ignora  que caben más alumnos  en el aula que en el patio de recreo y más sardinas en el  cubo que peces en una pecera. Pero nosotros nos movemos  sin parar como peces en el agua y niños en el recreo, y necesitamos más sitio porque nos movemos mucho.

Todas las especies necesitan un espacio vital. Cuando una población crece demasiado, se producen ajustes ecológicos: o bien se expulsa a los individuos que sobran o se eliminan unos a otros para que sobreviva la especie en los más fuertes.  Pero la especie humana no tiene espacio reservado  en la naturaleza. No hay para nosotros un nicho, ni lugar natural propiamente dicho.  Podemos vivir en  cualquier medio, aunque  no sin esfuerzo. Y siempre que hagamos de él un mundo; es decir, un espacio social y cultural que podamos habitar. El mundo, nuestro mundo, además de tener como soporte material un  espacio físico y una tierra con recursos limitados, tiene otras limitaciones que le son propias.  Pues no cabe todo dentro de un orden, y eso es precisamente un mundo y lo contrario un caos. Por tanto, no se trata solo de recursos materiales ni de economía, ni solo de igualdad o de un reparto al menos que permita un  estado mínimo de bienestar, sino también de orden público y de libertad y , por tanto, de derechos civiles, de política y  buen gobierno.  Se trata en suma de un mundo  humano sostenible, de un  orden humano que permita una convivencia pacífica a nivel local, regional, nacional y mundial. O de  una "gobernanza" a todos los niveles, como hoy se dice.

         Sin embargo lo que pasa en nuestro mundo es que no crece solo el número de actores, de individuos, sino también el número de posibles opciones, tanto como los deseos que se desmandan más de lo necesario, hasta el extremo que: o el mundo estalla o se reduce el número de opciones, bien eliminando actores -controlando la población-  o reduciendo el número de opciones por cabeza. De manera que pocos individuos tengan muchas opciones  o muchos tengan pocas para elegir. O menú para todos o la carta para unos pocos. Porque no todos podemos pedir la luna, aunque algunos privilegiados tengan allí  su parcela  y un billete reservado para el primer viaje.  El pluralismo de una sociedad tiene un umbral de tolerancia en el consumo, en las conductas  y  hasta  en las opiniones  de los ciudadanos que no se puede superar sin que se resienta  el  orden que lo hace posible. Si una carga demográfica excesiva es insostenible sobre la     tierra,  los roces  y  los  conflictos  que se  producen  por  necesidad  en  un mundo tan complejo y cada vez más pequeño puede ser el detonante (2) ¿Cuánta libertad es posible en nuestro  mundo sin menoscabo del orden público, del bienestar social, de  la igualdad y de los derechos humanos?

Se cuenta que cuando los pastores de Abram  se peleaban  con los de Lot por los pastos del Negueb, dijo el patriarca a su sobrino: "Que no haya contiendas entre los dos , ni entre mis pastores y los tuyos, pues somos hermanos. ¿No tienes ante ti toda la región?  Sepárate, pues, de mí, te lo ruego; si tú a la izquierda, yo a la derecha; si tu a la derecha, yo a la izquierda” (3). Una solución bíblica imposible en estos tiempos, en los que no hay tierra de sobra para todos. Tampoco  es posible redistribuir la que hay  para hacer del mundo mundial un mosaico de mundos yuxtapuestos; de modo que cada cual viva con sus semejantes, según su tradición y cultura, y cada mochuelo en su olivo.   Porque ya no es posible levantar vallas y poner puertas al campo de la comunicación, y la segregación espacial: "América para los americanos", es imposible, y tan injusta como la xenofobia y la segregación social.


¿Hemos llegado ya al cabo de la calle o estamos en el kilómetro cero de la historia universal?

La  humanidad, confusa como botella agitada, flota en el mar incierto de un tiempo nuevo. No es probable que se produzcan guerras mundiales como en el siglo pasado entre bloques, no lo es al menos que esto suceda entre democracias consolidadas.  Aunque pueda haber aún y haya, por desgracia, conflictos armados en los márgenes o confines del mundo y de la historia, o en Estados fallidos.  Pero no en Europa, por ejemplo, y esa es nuestra confianza  y  la suerte que tenemos. No deberíamos olvidar, sin   embargo, que entramos con los peores augurios en el tercer milenio por una puerta de fuego y que torres más altas se  han hundido. Y ese es el temor: que vaya a más el terrorismo, la violencia y la intolerancia en el interior, es decir, dentro del mundo que habitamos. El terrorismo sin fronteras es la transformación de la guerra y la continuación de la violencia armada en  la situación actual. Hoy el frente está ya en todas partes, como el mercado,  y hay trincheras incluso en el interior de la propia conciencia. Aunque esa batalla, la de la conciencia, la libre cada cual consigo mismo sin que los otros puedan intervenir.

         La confluencia de las historias particulares en una sola historia realmente universal, la mundialización del mercado y la extensión por toda la Tierra y sobre ella de una densa red de comunicaciones, nos previene de una situación complicada que a todos nos compromete para bien o para mal.  Como si la humanidad hubiera puesto todos los huevos en la misma cesta, ese es el riesgo. O como si el manto que cubre su cuerpo, el nuevo orden mundial - por decir algo, o ese gallinero de las Naciones Unidas-  cubriera también sus vergüenzas. Y fuera eso la ambigüedad del progreso y el enigma del futuro. No es que hayamos llegado al cabo de la calle. Es  que todas las calles han llegado a la plaza, todas las culturas y todas las historias, todos los pueblos  como los ríos al mar, y emplazados en el punto cero,  se nos plantea hoy el reto  a vida o muerte de la convivencia humana.  La pregunta inaplazable es ahora si es posible una verdadera historia universal o  si, por el contrario, se acabó la historia, todas las historias (4) , y no hay más futuro para cada uno que el agujero del el egoísmo:  sálvese el que pueda  y tonto el último.  Hasta que la muerte nos ponga fatalmente a todos bajo una losa sin pena ni gloria.  La pregunta   es  ahora  y aquí para nosotros - o allí, que es "aquí" para los otros-  si podemos y queremos resolver los conflictos que plantea la convivencia humana sin recurrir a la violencia. Si soplan vientos favorables para la nueva singladura o  habrá que remar juntos  para llegar a puerto  de un mundo en el que la humanidad sobreviva.

Hay muchos inmigrantes  que hacen lo que hicimos nosotros cuando emigramos: ir a trabajar fuera para hacer el agosto o la vendimia.  ¿Porque no se fomenta el intercambio de comunidad a comunidad, en ambas direcciones, tejiendo por la base una red solidaria universal? Hermanar las ciudades, eso siempre se ha hecho. Ha llegado la hora de hermanar a los ciudadanos.   Lo mismo que hay inmigrantes que no acaban de  salir de su pueblo y de su casa y están aquí solo para ayudar a los familiares que se quedaron allí, hay  ciudadanos que se desplazan por ahí sin salir de casa y de sus intereses. ¿No es posible  mantener relaciones solidarias  por la base, de comunidad a comunidad:  del común de aquí  para el de allí, enviando remesas de valores mutuos en  ambas direcciones?  ¿Por qué no intentamos anudar así todas las plazas, de una en una -integrando a los inmigrantes-   y entre ellas, para tejer una red universal y echarla al mismo mar quienes estamos ya en el mismo barco?
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            1) Cfr., Bloch, Ernst, Das Prinzip Hoffnung II, 14, 86-128,  Suhrkamp, Frankfurt a.M. , 1985,  donde establece la  diferencia fundamental entre los sueños de la noche y los sueños del día.
            2) Si la eliminación de individuos por otros de la misma especie se explica con frecuencia como  un   ajuste  natural  de la  población al  territorio  que la sustenta y es por tanto "racional" para la especie, hay quienes explican la xenofobia como un instinto básico de supervivencia  de una cultura cuando los nativos se sienten amenazados  en su identidad por un exceso de extraños  en su propia patria.  El racismo sería tan solo la ideología que emerge de ese  instinto. Lévi -Strauss, no obstante  su elogio a las diferencias genéticas y culturales y precisamente por eso, defendió veladamente la xenofobia al entender que, para salvar la diversidad biológica y cultural  era preciso evitar largos e intensos contactos entre poblaciones y culturas distintas. Superado el umbral de tolerancia, cada mochuelo a su olivo y los argelinos a Argelia. El mestizaje cultural arrasa las diferencias y  eso es tan perverso para el progreso de la humanidad como la reducción de la biodiversidad para la supervivencia y evolución de  las especies. ¿Será verdad que no podemos vivir todos juntos  y que el único remedio para salvar las diferencias es poner tierra por medio? Sería horrible. Pero además es imposible: no hay tierra suficiente para tanto enemigo. Un problema humano, requiere soluciones humanas. Y no hay que poner al hombre entre los animales. ¿Acaso no es posible un respeto humano, más allá del instinto y  de la racionalidad del sistema, que deje ser al otro sin perderlo de vista, sin apartarlo de nosotros, en el encuentro, en la plaza,  donde la diferencia se presente inseparable de la deferencia? ¿O habrá que separar tribus y lenguas, como se cuenta en el mito de la torre de Babel? El  lector puede hallar, si lo desea, una ampliación de mi punto de vista y de la crítica que hago al padre del estructuralismo antropológico,  en  mi libro La tolerancia entre el  fanatismo y la indiferencia, EVD, Estella (Navarra) 1996; en especial en el c. 2, "La xenofobia: la identidad contra los otros", pp. 27-50.
            3) Gn. 13, 9-18 
           4) Cfr. Fukuyama, Francis,  ¿El fin de la historia?,  en Claves de la Razón Práctica,1 (abril de 1990) pp. 85-96.



I

El diálogo es el principio



Tenemos que hablar


Donde  se extinguía la palabra humana se acababa  para los griegos el mundo humano y comenzaba la barbarie. Los griegos creían también que los otros  hablaban como los pájaros de la selva y , al negarles la palabra humana, les negaban la dignidad humana. Se equivocaban en esto, pero no en aquello. Hoy sabemos que hay muchas lenguas además del griego - o del gringo- pero todos los que hablan son seres humanos y están dotados del mismo “logos”, o razón, que es capacidad de hablar y de pensar. La única alternativa humana a la violencia en la solución de conflictos es el diálogo, la palabra cabal que discurre entre las partes. Y en un mundo sin fronteras, un diálogo sin fronteras; esto es, sin excluir a nadie y  haciendo uso sólo de la palabra humana.

Todo puede discutirse  en el diálogo menos las condiciones que lo hacen posible. El diálogo no excluye a nadie que no lo niegue con los hechos. Como es obvio, no se puede dialogar con los que  responden  a las palabras con un tiro en la nuca. Al negar así la palabra humana se excluyen a sí mismos de los seres humanos, se sitúan fuera y contra la humanidad. Pero todos los otros, todos nosotros, podemos y debemos hablar sobre ellos, contra ellos y a su favor incluso. Nunca con ellos, mientras estén donde están. Pero sí sobre ellos y contra ellos; es decir, contra la violencia que practican y , por tanto, a su favor incluso, pues no se trata de acabar con el perro sino con la rabia. Es decir, se trata de rehabilitar como hombres a los que se han apartado de la humanidad como animales. Tal ha sido en España  el testamento de Ernest Lluch y el grito de su sangre derramada: “Vosotros que podéis, ¡ dialogad  por favor!” Porque  ni los muertos ni los animales pueden hacerlo.

Juan María Bandrés, otro obrero en el tajo donde se hacen las paces con el diálogo, ha muerto recientemente. La palabra es como la simiente, pero no siempre cosechan quienes la siembran. Hay que escuchar el silencio que nos dejan estos hombres que edificaron la paz durante su vida, y sobre todo seguir su ejemplo nosotros en lo que nos queda de ella  los más viejos -jubilados ya o  indignados todavía-  y los jóvenes que tienen aún la vida por delante y comienzan, ya era hora, a salir a la calle a cara descubierta por mejores causas y menos ruido.

Una apelación al diálogo contra la violencia y la guerra es una prédica moral. Pero el diálogo de unos pocos o de muchos, que basta para establecer entre ellos alguna paz  a pesar de los conflictos - pues mientras se habla no hay violencia entre las partes- no es suficiente para pacificar el mundo de la vida. Como es obvio, si todos aceptáramos el diálogo  de buena voluntad  no habría problema. Pero lo que nadie puede hacer , ni hay Dios que lo haga, es que los otros  tengan buena voluntad.  


La responsabilidad moral ante la paz como bien político máximo.

            La paz que nos plantea aquí un problema moral no es un bien moral sino un bien político.  Se trata sólo de una paz exterior bajo la ley, de una paz posible incluso para los demonios con tal que sean "inteligentes" (1)  Y porque eso es  posible y no debe haber guerras, es un deber moral hacer las paces. Así pensaba Kant  al referirse a la “paz perpetua”, aunque quizás habría que decir que pensaba en el deber de buscar “perpetuamente esa  paz”. La pregunta que surge inmediatamente es, entonces, quién o quiénes  deben hacerse cargo de ese problema. Si buscar la paz y vivir en paz  es el bien político máximo, muchos pensarán sin duda que los políticos deben responsabilizarse al menos de la paz mundial. Porque, vamos a ver : ¿qué podemos hacer las personas corrientes para evitar las guerras y conseguir la paz en el mundo entero? Aun suponiendo que tengamos algún poder político como ciudadanos de un Estado democrático, ¿de qué sirve un solo voto al mundo si ni siquiera basta para poner un concejal en el ayuntamiento?  Como individuos  cada uno es responsable de lo que puede, ni más ni menos, y ninguno puede serlo de la paz mundial por muy poderoso que sea.

Responsables de que haya paz en el mundo somos todos, pero no aisladamente sino como sujetos en relación habitual dentro de comunidades históricas particulares y , a la vez , como seres humanos en relación radical dentro de una sola humanidad.  El poder civil, el poder de los ciudadanos, comienza cuando se reúnen y termina cuando se dispersan (2)   Afirmamos que hay una ética mínima y pública de validez universal y que todos los seres humanos, de acuerdo con las normas de esa ética, somos moralmente responsables de las decisiones políticas que tomemos y de las consecuencias que de ellas se sigan en orden a la paz en el  mundo, la que sea posible,  y a las paces que podamos hacer. Y también, que es un deber de todos unirnos bajo esas normas. Que esa es la plaza que nos emplaza, la cuestión que nos abarca y compromete, la cita que nos concita y la bandera que nos ampara:  el zócalo de la humanidad, donde quiera se reúnan en el mundo los ciudadanos humanos.  Por el contrario, si los hombres de buena voluntad sólo se unen espiritualmente  en una especie de comunión de los santos no habrá paz en el mundo de nuestros pecados.


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            1) Kant, La Paz Perpetua, Tecnos, Madrid 1985, p. 56.
            2) Arendt, Hanna, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, p. 22 s.




III

Responsabilidad política y política responsable


                                                  Pacifistas  responsables

          Hay una moral de la buena voluntad y de los  buenos sentimientos que rechaza toda clase de violencia. El que pusiera la otra mejilla por haber preferido parecer antes cobarde que violento, vencer al mal con el bien o amar al enemigo como a un hermano, es cierto que no haría la guerra, aunque no impediría que se la hicieran. Esa actitud admirable , sobre todo cuando la adopta el que ha recibido una injuria personal, no lo es tanto cuando se trata de alguien al que se ha confiado la seguridad de otros, la vida de seres inocentes y la defensa de un Estado de derecho. No basta con ser "pacífico" o así de "manso" para edificar la paz, alguna paz objetiva,  en nuestro mundo.  Nadie que esté en sus cabales confiaría la paz de un solo pueblo a una persona dispuesta a poner siempre la otra mejilla. Ni siquiera basta con ser pacifista y responder a la violencia con la no violencia activa. Se necesita un pacifismo político responsable, no dogmático, que no estigmatice el uso de la violencia como mal absoluto y  reconozca que hay una violencia legítima. Porque no es lo mismo usar de la violencia como última razón - es decir, como acción estratégica, que ya no es razón pero es lo único que se puede hacer cuando se han desoído todas las razones- que recurrir a la violencia sin mediar palabra ni razón alguna. A los pacifistas responsables nada les gustaría más que enviar a las nubes el arco del guerrero y alejar la tormenta y el tormento de la guerra, pero andan con los pies en tierra, y a veces en el barro, y por eso cuentan con la violencia legítima como mal menor. El pacifismo responsable es una opción  política  preferente por la no violencia, pero no excluye el uso de la violencia legítima en situaciones límite. Aunque no se debería hablar en ningún caso de guerra justa, ya que contradice "el veto irrevocable que dicta en nosotros la razón moral práctica: que no debe haber ninguna guerra" , ni entre los individuos en estado de naturaleza ni entre los Estados que en las relaciones internacionales siguen en estado de naturaleza, "porque esa no es la forma de hacer valer cada uno su derecho" (1)  Pero si no obstante las hay, tampoco se puede condenar moralmente a quienes  se  han  visto  en la necesidad de recurrir a la violencia  legítima como  única forma, aunque   inhumana,  de volver al uso de la razón. En ese trance,  los pacifistas responsables han de cargar con la parte de culpa que les corresponda por la situación a la que se ha llegado -no de toda la culpa-  y asumir moralmente las consecuencias que se sigan de su opción  por la  violencia legítima.  Sin que esto los  convierta en chivos expiatorios y exima a los pacifistas puros de haber llegado a la situación límite en la que todos se encuentran.

Los que eligen el camino del amor al prójimo y hacen prójimo al más distante, al enemigo, eligen el camino de la fraternidad : son los herederos de la Paz que el mundo no puede dar, los pacíficos a quienes Jesús llamó bienaventurados porque serán llamados hijos de Dios, son la prenda de la mejor esperanza. No son hijos de este mundo, no le pertenecen, no son los que siguen sino más bien los que rompen: son la paloma que alza el vuelo, como se alza la vista hacia la aurora. Pero las consecuencias del pasado, la serpiente, persigue también a la paloma. Porque aún es de noche:


                                                 ¿Violencia legítima?

         Se cuenta que un viejo rabino preguntó a sus discípulos si sabían como se conoce el momento en que cesa la noche y comienza el día . Y uno dijo: “¿Es cundo ya se distingue a lo  lejos entre un perro y una oveja?” Y el rabino contestó: “No”.  Y otro discípulo : “¿Es cuando ya se distingue entre una higuera y una palmera?” . Y el rabino: “Tampoco”. Y los discípulos preguntaron: “Entonces, ¿cómo se sabe?”. Y el viejo rabino les contestó: “Es cuando tu miras en el rostro de cualquiera y puedes ver en él la cara de tu hermano o de tu hermana. hasta que no llega esa hora la noche se extiende sobre nosotros” ( 2) 

         Mientras siga la noche y se extiendan las consecuencias del pasado sobre el presente, puede agravarse hasta tal extremo un estado de cosas que llegue para el mundo la hora de las tinieblas.  En esta situación no es fácil distinguir entre el camino que lleva a la paz y su contrario. En la hora  de las tinieblas la fraternidad cae todavía detrás del horizonte y no es amor fraterno todo lo que reluce. Hay ocasiones en que el amor fraterno no es tal, y cobardía lo que se presenta como amor al enemigo. Hay  situaciones históricas en las que levantar el vuelo como la paloma sin cargar con las consecuencias del pasado  puede llegar a ser una traición a la Tierra  sin dar gloria al Cielo: un vano intento de salvar el alma aunque el mundo se hunda.  Pero esa no es la máxima de una ética responsable, sino ésta: "Que el mundo viva para que la justicia se cumpla" (3)
           
En este mundo mundial se ha llegado a una situación en la que otro mundo sólo es posible y a veces improbable. Porque  uno es el señor , según   parece, en el mundo real: el Dinero,  y uno solo el bautismo bajo su nombre. Y todo lo demás al suelo!   Los  derechos humanos son todavía una causa pendiente en muchas naciones, la dignidad humana un hecho de conciencia en los hombres y mujeres de buena voluntad, y la indignación un movimiento social en flor.  Está por ver lo que debe ser, lo que ha de venir: la cosecha, que no vendrá sin  esfuerzo después del invierno y estamos aún en otoño.  Justo cuando esperamos y necesitamos aquí, en España, que llueva a cántaros  sobre la tierra después de lo que ha caído.

Fuera de situaciones extremas en las que peligra la supervivencia misma de la humanidad - como especie biológica y, sobre todo, como forma de vida con categoría moral -, debería ser posible y , desde luego deseable, una especie de división del trabajo por la paz: dejando la defensa del orden público  a la policía y la intervención necesaria en los conflictos armados a la violencia legítima de la Comunidad Internacional, los hombres y mujeres sin  fronteras deberían movilizar  y aplicar  métodos civiles para sanar la memoria en todas partes, curar a los de cerca y a los de lejos de las heridas causadas  en las  pasadas guerras y curar en salud las que podrían ocasionar, probablemente aún más terribles, los conflictos armados del futuro si no se  evitan mediante una constante y lenta educación para la paz. Aún con todo, no se debería  olvidar que en la política ordinaria hay un componente estratégico y una lucha que, sin ser  necesariamente violenta, dista bastante de  ser pacífica. Y que también esto, una educación para la democracia real, es imprescindible si queremos avanzar hacia la paz, paso a paso, es decir tratando siempre de hacer las paces.

Para hacer lo que podemos hacer y, por tanto, lo que debemos, hay que poner a trabajar la esperanza y no quedarse  a la espera o a verlas venir. Me  refiero  a  la  paciencia, que  es  la  esperanza  en  traje de faena. O a la esperanza contra toda esperanza: la esperanza indignada, tan distinta de la resignación derrotada. La esperanza con mucha moral, no con la moral por los suelos. No como gallina de alas recortadas. Ni golondrina incapaz de remontar el vuelo: corazón abatido,  sino corazón alado que anida en las alturas y se mantiene en vilo. Arriba los corazones, pero con los pies en tierra y sin acampar en el suelo.  La plaza no es para quedarse, es para comenzar. Y el camino se hace al andar, con  los pies en tierra: con la cabeza alta, pero mirando al suelo.  Y juntos, que solos no vamos  a ninguna parte.

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            1) Kant, "Die  Metaphysik der Sitten", ed. Weischedel VIII, en Suhrkamp, Frankfurt a M., p.478.
            2) Lo cuenta Tugendhat, Ernst, Ética y Política, Tecnos, Madrid 1998, p. 78.
       3) Jonas, Hans, opone su "Principio de responsabilidad" al "Principio de la esperanza" de Bloch, y transforma al imperativo de Kant - que considera abstracto- en otro pragmático y responsable: "Actúa de tal manera -dice- que las consecuencias de tu acción sean compatibles con la permanencia de la vida humana sobre la tierra". Vide. Jonas, H. Das Prinzip Verantwortung, Suhrkamp, Frankfurt . M. , p. 36.




IV


Las paces de cada día

        
                                                      La desmoralización de los jueces
        
         Bajo el título de "Las paces de cada día"  se ha desarrollado el último curso del Seminario de Investigación para la Paz  de Zaragoza en el Centro Pignatelli. En la penúltima sesión, el 21  de octubre  del año en curso se presentaron dos ponencias sobre la administración actual de la Justicia en España. Y al día siguiente, como es costumbre, se sometieron a debate en el pleno del Seminario. Uno de los ponentes se lamentó de la desmoralización  de los jueces y otro de la sobrecarga  de los juzgados,  los dos eran jueces.  Se les preguntó si la desmoralización se debía a la falta de recursos  y si en eso, en la dotación económica y en los sueldos, ponían su moral los jueces. Porque también la sociedad está desmoralizada frente a la Justicia por otros motivos, por su lentitud con frecuencia y a veces por  sentencias que la gente no comprende. Y se les reconoció que, en efecto, en España se llevaban a los tribunales conflictos que bien podrían gestionarse en el marco de una sociedad civil más responsable recurriendo a  servicios de mediación.

                   En la última reunión, el 4 y 5 de noviembre, Mercedes Callizo, Secretaria General de Instituciones Penitenciarias, presentó una ponencia titulada "Filosofía, logros y carencias del sistema penitenciario español actual". En el debate  se habló inevitablemente de la banda terrorista y de los presos de ETA, pero no demasiado no obstante la actualidad del asunto.  Y mucho más de la situación de los presos comunes y de su reinserción social. En ese contexto nos enteramos mejor de lo que ya sabíamos todos en general: que son los pobres los que llenan las cárceles españolas, y más si son inmigrantes, porque eso es lo que ocurre en el mundo entero si exceptuamos a los Estados donde todavía hay presos políticos porque el régimen no tolera la disidencia.
        
                 
                                                        La inmoralidad del sistema 

                    En una democracia realmente existente, como la española,  no van a la cárcel los banqueros, los políticos profesionales y los obispos salvo rarísimas excepciones. Lo que no quita para que éstos sean precisamente los últimos en la clasificación que merecen según la opinión pública  en las últimas encuestas. En cambio, los militares profesionales - es decir, todos, una vez suprimido el servicio militar obligatorio -  han ganado en España muchos enteros en  las últimas décadas después de la Transición. Si la paz es obra de la justicia y esa es la justicia en todas partes, díganme qué paz es la que hay realmente en las democracias reales del mundo donde por suerte nos ha tocado vivir. Díganme qué clase de democracia tenemos y en qué medida es posible la paz donde llenan las cárceles los más pobres. ¿No es indignante? Sí que lo es, pero la indignación no acaba de suyo con el escándalo.
        
                   Me  acordé  entonces de la penitencia pública en la Cristiandad, de la excomunión de los pecadores públicos en la Edad Media, de la redención  de la pena por la limosna, de las indulgencias, de los ricos que pagaban en metálico a la iglesia por sus culpas o cumplían la penitencia impuesta distribuyendo la carga  entre sus siervos:  hubo señores feudales  que cumplieron la penitencia de ayunar todo un mes en un solo  día, les bastaba tener treinta siervos que lo hicieran por ellos. Y me pregunté si los  pobres que llenan las cárceles no son los que pagan hoy la pena que merecen los ricos.  Me pregunté y lo  pregunté a los participantes en el debate, fue una provocación. Como era de esperar, alguno sostuvo la tesis  de que así era en efecto y que toda la culpa la tienen lo ricos y el sistema.
                 
                                           

                                                                    La dignidad de los pobres

                   Demasiado radical, pensé.  Y  sobre todo, ofensivo incluso para los pobres que estaban presos. A quienes se les convierte así en objetos de cuidado, en víctimas o enfermos, dependientes de un Estado terapéutico, súbditos de nuevo, y ya no más ciudadanos activos, libres y responsables. Al disculparlos de esta manera, se les quita la dignidad que es lo único que les queda a los pobres privados de libertad. La reinserción social de los presos, la reconciliación  de los delincuentes con la sociedad  civil - ya sean etarras o pordioseros-  es un proceso que no puede comenzar con ese prejuicio.  Hacer las paces es una tarea de todos: como pedir perdón unos y concederlo otros, las víctimas. Hacer las paces es responsabilidad de todos y que cada palo aguante su vela en esa procesión, en la que todos somos culpables de algo  pero  no de todo y en la misma medida. Reconocer la culpa, sobre todo la propia,  es una cuestión de dignidad. Y lo contrario, disculparlo todo y a todos, hunde más en su miseria a los culpables. El que echa toda su culpa al sistema o  permite que la paguen toda los pobres,  al disculparse de tal manera, ya sea un pobre diablo o un rico sinvergüenza, pierde su dignidad en conciencia y a conciencia por su propia culpa. Como ya dijo Pascal, no hay miseria mayor que ignorar la propia miseria.
                  
                  
                                                          Y los  conflictos en el mundo de la vida

                   Lo único que podemos hacer  en el mundo de la vida, aquí y ahora, es vivir en paz dentro de un orden, en alguna paz.  Nadie está obligado a hacer lo que no puede.  Pero si hacemos lo que debemos, aunque sea poco, lo hacemos para el mundo entero. El vuelo de una mariposa  parece insignificante y un grano no hace granero. Pero así, con todos los granos, se hace la harina y el pan de cada día, y con el vuelo de todas las mariposas un revuelo mundial. Para hacer las paces  están los políticos y los jueces, las cárceles y las escuelas, los intelectuales y  los tertulianos, los medios den comunicación, la palabra en fin y la acción de todos los demócratas. No para resolver los conflictos, todos, sino para gestionarlos sin excepción dentro de un orden en el que se realice el máximo  posible de libertad individual y de convivencia  social. Eso requiere tanta moral como responsabilidad, sin que nadie se escaquee o recurra a la violencia.  Más democracia es lo que hace falta, que conflictos no han de faltar.
                  
                  Hay quien piensa que los conflictos son necesarios y hasta que es eso, el conflicto, otro nombre para lo que anima la convivencia y la participación ciudadana en las sociedades modernas.  Una  sociedad moderna es pluralista,  solo el Estado es neutral porque es el árbitro. Pero la sociedad siempre es pluralista y salvo en los lugares públicos en los que hay que salvar las diferencias sin imponer la propia, como en la plaza y en la calle donde tenemos que comportarnos, cada uno se encuentra mejor en casa con los suyos y que Dios, su dios, los bendiga para que les vaya bonito. Los ciudadanos han de convivir, conversar, hablar y  respetar las diferencias y, siempre desde la libertad, llegar si es posible a compartirlas llenando el espacio público de contenido. Los espacios públicos son lugares para el diálogo, el intercambio de opiniones, la negociación de intereses, la gestión  civilizada de los conflictos.  Y estos son la energía, claro , pues solo en la diferencia y frente a ella  es posible reconocer los propios límites, cuestionar los propios dogmas, y progresar en la propia tradición: que muere siempre  cuando se repite, se encierra o se enroca en sin misma, y vive cuando se actualiza al encontrarse con otras (1) El espacio público nos permite ponernos en el lugar del otro sin suplantarle ni dejar el nuestro, es un espacio de gracia donde se gesta una vida nueva en una convivencia más generosa. Si   todos estuviéramos de acuerdo en todo, todos estaríamos metidos dentro de casa y no tendríamos nada que decirnos.  Demasiada paz, como en la tumba. Sin llegar a la Paz,  ni hacer las paces.  En el limbo, si es que existe. O en el infierno, que es más probable y más que probable con tanta unanimidad. Siempre que hay un rebaño, hay un pastor, un corral  y unos perros que le sirven para que él se quede con todo.

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         1)  El  liberalismo comunitario de M. Walzer y  aportaciones semejantes  como las que hace A. Wellmer,   tienen  el atractivo de integrar  la crítica y el sentido común , la razón y la tradición, los principios generales y el mundo de la vida, el respeto a las reglas y el pluralismo social, el particularismo regional y el universalismo cosmopolita. Con lo que la democracia más que un estado es un proceso. Los actores de ese proceso, los demócratas, disponen de derechos y cauces culturalmente adquiridos  que  permiten reflexionar en la distancia sobre las identidades particulares. Los ciudadanos, como sujetos libres y autónomos, se convierten en ese contexto  en "liberales virtuosos".  Y la política en arte de de la convivencia. Más que un estado o costumbre establecida, la democracia es entonces un proceso en el que la pluralidad de valores, de intereses y pretensiones ora se enfrentan, se apoyan o se reconcilian, sin que los conflictos se agoten. Porque son parte  del  juego y la energía que lo mantiene vivo.  Las condiciones  de posibilidad del diálogo, o del juego democrático, no son ciertamente lo único, pero delimitan el campo y definen las reglas: el reglamento o el método, el procedimiento contra el que no cabe recurso.
             Referencias bibliográficas: Walzer, M., "Espheres of Justice. A Defense  of  Pluralism  and Equality, New York 1983; en español, Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad, FCE 1993; Walzer, M., Kritik und  Gemeinsinn. Drei Wege der Gesellschaftskritik, Berlin 1990. Wellmer, Albrecht, Ethik und Dialog, Suhrkamp, Frankfurt am M. 1986; en castellano, Ética y Diálogo, Ed. Antrhopos, Barcelona 1994.  Bada, José, Luces y Sombras de la Ilustración. Libertad y Convivencia, SIP y Mira Editores, Zaragoza  2006.





V


Más allá de la indignación

        
                                            Lo mejor es enemigo de lo bueno
        
         Una es la democracia ideal, que no existe.  Y muchas la democracia real que es imperfecta, pero existe. Por eso al oír "Democracia Real Ya"  me disgusta la letra, por más que la música me suene bien y me traiga gratos recuerdos. En el 68 se dijo: "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Pero hoy, después del 15 de Mayo,  quisiera creer que muchos de mi generación hemos aprendido lo suficiente para decir a nuestros nietos: "Pedid lo imposible, como antes; pero sed realistas y haced todo lo posible". Porque lo mejor, cuando solo se pide, es enemigo de lo bueno y cómplice de lo peor.
        
         El ideal de la democracia está en las nubes: no al cabo de la calle, ni en la plaza a donde han ido a parar las democracias conocidas - como la española, que para sí quisieran otros -  sino en el horizonte y al final de todos los caminos: más allá de las historias particulares, de los pasos del pasado, de todas las transiciones del antiguo régimen, y aún de la historia universal que queda por hacer, que podemos hacer juntos, que debemos hacer a partir del kilómetro cero de la Puerta del Sol o donde quiera acampe  la juventud  indignada -¿a qué espera?- o se mueva la juventud acosada  todavía -¿hasta cuándo? -  por un pasado  feudal  que la persigue. Porque la  democracia ideal es como la estrella que nos guía  y nunca se alcanza.
        
         Levantar el corazón y la palabra está bien, ¡ya era hora! Pero hay que mover los pies, y las manos, hacer algo y caminar sobre la tierra dura del camino.  Pidamos lo imposible aunque sea solo para que  nadie diga que queda por hacer porque no lo pedimos; pero hagamos  todo lo posible - sin esperar las peras del olmo-  para  urdir  el cesto con los mimbres que tenemos. Porque los sueños solo son sueños, y hasta las utopías -que no nos dejan dormir-  cuando no hacemos nada se transforman en las peores pesadillas que no nos dejan caminar.

         Lo mejor es la democracia directa, sin intermediarios.  O el gobierno del pueblo por el pueblo, como pensaba Rousseau. Pero uno piensa como pensaba Rousseau, que una democracia así de perfecta  sólo es posible en "un pueblo de dioses".  No de polacos o de corsos,  para  quienes propuso una democracia rebajada.  Ni de españoles, claro.  Y comparte la opinión de Kant, su discípulo, cuando reflexiona sobre la  "insociable sociabilidad" humana y defiende el derecho realmente posible: el que sea "aceptable incluso para demonios con tal de ser inteligentes".
        
        
                                 Más democracia  y , por tanto, más demócratas

         Cada día tiene su afán  y cada situación su compromiso.  En la nuestra nos ha llegado la hora de ocuparnos -aquí  mismo, no en la república de Platón- de lo que podemos hacer.  No al margen de la realidad, para denostarla. Sino dentro de ella para cambiarla. Ni al margen de los partidos, sino dentro.  Y  de tomar la  Bastilla para liberar el voto cautivo de los afiliados, sacando de casa a los políticos profesionales.  Sin abandonar la casa los herederos legítimos que todavía siguen, ni esperar que salgan los "okupas" antes de entrar los que están en la calle.  ¿Que los partidos han de "abrirse a la sociedad"? El imperativo es hoy forzar a los partidos.  Si de verdad son necesarios en una democracia realmente existente como parece,  han de ser representativos. Por tanto: o  se desplaza a los políticos profesionales que de eso viven, de su ocupación, o  se les deja que ahí se pudran y  edificamos otros partidos de nueva planta. Acampar no es suficiente, indignarse contra los políticos corruptos  tampoco:  se les desplaza o se demuestra con hechos que es posible otra política.

         Ha llegado la hora de actuar dentro de las instituciones y no quedarse en las puertas como clientes.  Y de estar  más en el gobierno que en sus aledaños.  Y antes en la verdadera sociedad civil que en las organizaciones no gubernamentales que dependen de las subvenciones. Y de comprometerse con la realidad, de actuar en ella y  dentro de ella, de intervenir. Como ciudadanos activos, con un voto por cabeza y cada  uno con la suya: sin cabezas huecas ni cabezas de turco.  Y votando coherentemente.
        
         La democracia es imposible sin demócratas. Y comienza cuando se reúnen los ciudadanos, cada cual con su opinión y todos dispuestos a acatar la opinión de la mayoría sin renunciar a  la propia y a su defensa recurriendo solo a la palabra, al diálogo, y sin otra arma que el mejor argumento. Sin olvidar nunca que la opinión de la mayoría da que  pensar a la minoría, aunque la mayoría piense poco por desgracia y parezca a veces que ya lo tiene todo pensado. Por eso los demócratas  acatan la voluntad de la mayoría, pero solo los necios piensan siempre como la mayoría.  Y los demagogos, que se pasan de listos.

        
                          El individualismo de rigurosa observancia es "racional"
        
         El mundo está loco. No, los locos somos los hombres  y el mundo una casa de locos. El mundo no es alguien que pueda estar cuerdo o loco sino algo que podemos gobernar, y si no podemos o queremos una casa de locos. Aunque podríamos decir  también que nos pasamos de listos  y, lejos de estar locos, somos hoy los más racionales que en el mundo han sido, la culminación de la especie y aún de todas las especies, vamos, unos salidos de la naturaleza y, de esta forma, cada uno un  fin en sí y para sí mismo. A diferencia de las abejas y en general de todas las especies animales  en las que los individuos lo son de la especie y para la especie, los humanos entenderían que lo específico en su caso es ser lo que son para sí mismos. De manera que  los mortales, sabiendo que la vida es corta, reduciríamos el ideal a valores tangibles,  el  porvenir incierto  a las expectativas de futuro y éste a lo que está al alcance de la mano y del deseo, a  la ocasión y disfrute  que a uno se le ofrece aquí, precipitadamente, inmediatamente, cada uno a lo suyo y tonto el último. La obsesión del momento reduciría el tiempo al instante, la historia  a la biografía y ésta, si me apuran, a la satisfacción actual del individuo cuando todo va bien, qué fuerte, y si no..., pues eso, mejor no pensar y no se piensa.
                  
         Este individualismo a tope y hedonismo a corto plazo comienza y termina en uno mismo y,  para el caso,  eso es todo y lo demás nada. Por tanto la máxima más racional parece en efecto el máximo provecho del individuo, y el lema: ¡que me quiten lo bailado!  Si en eso está el sentido de la vida  y saber vivir no es más que una estrategia para alcanzarlo,  ¿no será la sabiduría una extravagancia y la moral un engañabobos en un mundo en el que viven los "vivos" y los inteligentes son unos "listillos"?

         La ciencia no entiende de fines ni valores. Una antropología científica no hace juicios de valor  ni valora los fines que el hombre se propone. Se limita a describir su conducta y las consecuencias. Desde esa perspectiva es racional el individuo que utiliza todos los medios a su alcance para conseguir lo que quiere  cuanto antes y con el menor  esfuerzo.  Reducido el mundo al mundillo de mis intereses y a mi vida privada, el egoísmo de rigurosa observancia es más racional que el socialismo humanista que proclama para todos el bien común y no sabe o no quiere utilizar los medios adecuados  para conseguirlo. La vigencia de los derechos humanos, la libertad y el  bienestar en todos los pueblos constituyen  el fin  más razonable y defendible en público y para el público en general.  Pero si el público  no es  más que un conjunto que se disuelve en individuos aislados y la humanidad un nombre vacío, lo razonable no es nada y la humanidad tampoco. Sin una estrategia racional que discipline la voluntad  de la mayoría de los hombres como un solo hombre y oriente los mejores deseos al bien común,  lo más razonable es imposible y lo que es posible racionalmente  no es razonable en absoluto.

        
                              Un  nacionalismo  a ultranza tampoco  es razonable 

         Establecer y defender  los derechos humanos, la democracia y el bienestar en  un solo país - o en Occidente, pongo por caso-   no es más que un prejuicio y un privilegio insostenible en un mundo mundial en el que desde luego y en adelante todo está comprometido en una historia universal en la que jugamos todos, nos la jugamos, o se rompe la baraja.  La complicidad de muchos en beneficio propio: el egoísmo "colectivo",  lo hace más grande  pero no distinto. De ahí que la política   internacional de los Estados nacionales  no se oriente al bien común de la humanidad sin ánimo de lucro; acaso  al de todos los ciudadanos nacionales, que ya es decir, y por supuesto al beneficio particular  de los ciudadanos más privilegiados.  Pero en este  escenario o mercado, los actores que representan a los Estados silencian la violencia de los tiranos si les conviene, les venden armas si les conviene, les compran petróleo porque les conviene, se hacen el sordo de lo que no quieren oír y predican increíblemente unos valores que otros quisieran para sí.  Negociar  por arriba entre pastores, es fácil mientras haya ovejas.  Pero la paz se funda en la base y cuando la base se extiende.  Hablo de la sociedad mundial y de las relaciones humanas sin intermediarios. De la sociedad civil cosmopolita, de los ciudadanos activos. No de las ONGs, sino de la acción ciudadana. De más democracia en el mundo, y de más demócratas. De profundizar en la base y de extenderla.


                                    Necesitamos una red mundial cosmopolita

         Nuestro mundo es un mercado mundial,  pero no es todavía una plaza en la que todos quepan y a nadie se desplace. Gira alrededor del dinero  que existe en algún lugar sin que la gente lo sepa: un misterio por definición arcano y muy suyo, que se nos escapa. No es la aldea global, sino acaso virtual y sin vecinos reales.  Ni menos una ciudad  con ciudadanos cosmopolitas. Es un mundo con emigrantes  sin papeles y sin derechos, desplazados , y con muchos ciudadanos  metidos en casa y sin compromiso público  ni emplazamiento real que los sitúe en el mundo. 

         Estar aquí es sin embargo la única  forma de estar en el mundo y, por tanto, con ellos aquí; es decir, con todos los otros que están allí  juntos en cualquier lugar donde se construya un mundo humano y habitable para todos nosotros. Lo mismo que hay inmigrantes que no acaban de  salir de su pueblo y de su casa y están aquí solo para ayudar a los familiares que se quedaron allí, hay  ciudadanos que se desplazan por ahí sin salir de casa y de sus intereses. De ahí la propuesta  necesaria de mantener relaciones solidarias  por la base, de comunidad a comunidad:  del común de aquí  para el de allí, enviando remesas de valores mutuos en  ambas direcciones. De anudar así todas las plazas, de una en una -integrando a los inmigrantes-   y entre ellas, para formar una red mundial  y echarla al mismo mar quienes estamos ya en un mismo barco para pescar el futuro. El presente es un mar agitado en el que solo podemos captar ese futuro incierto para la humanidad entera. 

                  La  naturaleza no  nos protege contra nosotros mismos,  basta un Gadafi  cualquiera para morir matando a muchos y  un solo hombre para poner en peligro a toda la humanidad. Pero no es posible domesticar al ser humano mientras lo sea. De ahí la responsabilidad, la  esperanza y la grata sorpresa también de algunos acontecimientos históricos: porque otro mundo es posible. Ahora bien, los brotes verdes de un  mundo nuevo no saldrán  del  olmo viejo "hendido por el rayo"  de la vieja economía que vuelve a las andadas,  ni del orden político y social establecido que acaba siempre en punta de lanza. O de pirámide, donde no vive ni Dios. No, humanamente.   Los brotes verdes saldrán acaso de abajo como la olma que reúne alrededor,  bajo su copa,  ancianos y  niños entre  raíces y ramas. Y  por supuesto  del suelo de la plaza, del  humus de una humanidad indómita, de los que se juntan sin más amparo que el sol ni más arrimo que los otros, con la sola herramienta de las manos y su palabra.  Los brotes verdes saldrán acaso de los jornaleros de la historia que madrugan cuando saben  que llega el día y la ocasión,  para reunirse aquí: en la plaza,  o allí.  Porque  siempre  es aquí  para nosotros  y ellos, para todos nosotros, aunque la jornada se inaugure en Tahrir.

         Porque si es estaca o columna lo que viene, no como el sol que nace para todos lentamente, sino de arriba y de golpe como navaja que se clava en medio de la mesa  para zanjar la cuestión, lo  que entonces se destaca y se funda otra vez es lo de siempre: un orden autoritario, que se ensancha y crece como una pirámide hasta ocupar la plaza. Solo  lo que viene de abajo  como viene la palabra del silencio  y la vida del humus que nos hace humanos: de la humanidad, o de la pregunta que somos y del diálogo que compartimos,  solo eso realza la plaza en donde caben todos y funda un orden que a todos nos ampara.

        

                             Otro mundo es posible, pero  hace falta mucha moral 


         Porque  hay que hacerlo entre todos y para todos. En especial para todos, y por supuesto con todos los que quieran  colaborar. Sin excluir a nadie de la empresa, ni despreciar a nadie que quiera participar por los motivos que sean.

         El barón  de Montesquieu  estaba convencido de que la paz y el orden se aseguraban mejor con las buenas costumbres que con las leyes, pero los hombres se cansan pronto de ser virtuosos y es por eso que los mejores regímenes duran  sólo un tiempo limitado (1) Ahora bien, las buenas costumbres no se improvisan. La sustancia moral  o la moral vigente en una sociedad se mantiene primero en virtud del espíritu o de la fuerza moral  de una tradición y más tarde, cuando el espíritu muere, por su propia inercia y el peso de las costumbres establecidas. El proceso  de la razón ilustrada  contra la tradición  y por tanto contra la tradición cristiana occidental  supuso para unos un alivio, para otros una pérdida de sustancia moral  y para todos, seguramente, un desfallecimiento de la fuerza moral. Por otra parte, al ser  desplazada la fe cristiana  por la razón ilustrada,  se cegó la fuente de las costumbres heredadas y se alumbró la de las normas consensuadas.
           
         En  las postrimerías de la Modernidad, el primer problema con el que nos encontramos en  el mundo mundial es la desmoralización que padecemos en todos los sentidos: ya sea entendida como pérdida de sustancia moral, como ruina de la estructura moral  o debilitamiento de la fuerza moral. Hay quienes piensan que la sustancia moral o contenido implícito en los derechos humanos debería enriquecerse con aportaciones de las  grandes tradiciones religiosas. Otros pensamos que para ese viaje no hace falta alforjas, que basta con la razón para  argumentar en favor de un contenido necesario y para consensuar  con el sentido común - el hombre que llevamos todos en el propio pecho- un código ético suficiente que se haga valer en general en todas partes ante la opinión pública. Que ya    tenemos  una  ética mínima y pública, universalmente proclamada y oficialmente aceptada, que no se queda en los huesos de una ética formal  o procedimental.  Y que no  es  eso, que  no  son  deberes, imperativos  de  la razón práctica, principios o leyes morales lo que nos falta, sino la fuerza moral y la buena voluntad para cumplir lo que debemos.  Y a partir de ahí, si alcanzamos y después de alcanzar el nivel mínimo que reclama una ética de la justicia o de igualdad ante la ley, satisfecho el código de los derechos humanos, protegida la  plaza o el mundo como la plaza de la comunidad humana que a nadie desplaza, el colmo de un orden justo establecido  sería ya la vida buena y la fiesta para celebrarla: que en eso está la gracia, y la propina para mojar el pan de cada día.  Pero incluso para lo justo, para tener y mantener al menos un orden mundial que garantice la supervivencia de la humanidad, necesitamos mucha fuerza moral y no sobra el entusiasmo.  Ese  valor añadido, ese plus de sentido para que la vida valga la pena, ese entusiasmo, esa fuerza moral, esa fe que mueve montañas  y no la que se impone a todos como una losa, ese espíritu, esa esperanza, eso es lo que quisiéramos que aportaran al mundo las grandes tradiciones religiosas.   Y antes una buena noticia para todo el mundo  que la pretensión de promulgar leyes para el mundo entero.

         Permitidme que traiga a colación, en esta noche oscura por la que pasa la Iglesia después del Concilio, una anécdota que entiendo como señal - no sé si de los tiempos, del tiempo que se avecina o solo de aquel tiempo de gozo y esperanza-  y como una luz encendida, como llama vacilante acaso que no debemos  apagar. Me refiero a la presencia de la contestación  cristiana  en el escenario de la indignación,  en la Puerta del Sol.  Codo con codo con humanistas, con simples laicos y ateos no tan simples.  Levantado la voz y la palabra, no más que otros. Y escuchando  como los otros, conversando con todos, aunque también ellos son iglesia. Pero estaban en la plaza, sin hacer de la plaza un templo. Y de su presencia un alarde.

        
                                               Humanistas y cristianos
           

         Hace  tiempo que me acosan los recuerdos,  que mi  esperanza de antaño -envejecida y escarmentada- se  levanta como paciencia y mi curiosidad de saber se alimenta  apenas de la responsabilidad que no puedo echarme a la espalda.  Por eso mantengo la costumbre  de escuchar en la cama las noticias, me alivio de los anuncios, paso de los  escándalos y  de los chismes, también de la corrupción que no cesa y porque no cesa -ya estoy harto-   y  si pudiera pasar de las campañas iría  directamente  a tomar decisiones en las urnas o fuera de ellas. Aunque no contra ellas, claro.  Porque uno es demócrata y sabe que la democracia es manifiestamente mejorable, me levanto y sigo día tras día.
        
         Lo  primero que hago después de desayunarme  es abrir el buzón electrónico. Antes de que llegara el 15 de Mayo, un amigo me anunciaba en abril la primavera y me adjuntaba un  montón de flores de manzano, ciruelo, peral, cerezo  y hasta de la humilde borraja aragonesa, y otro me enviaba un mensaje dramático que le había llegado del Japón para que lo difundiera: "En la planta de Fukushima -se decía-  el reactor nuclear ha  empezado a fundirse y no hay nada que se pueda hacer [...]   Por favor, no perdáis el  tiempo  [...] Los desastres naturales no los podemos parar, pero los desastres humanos sí los podemos detener. Es hora ya de cambiar el mundo. ¿No crees?"  
        
         Y porque creo en eso - respondí al mensajero y al mensaje- diciendo que cogía otra vez el libro que había dejado abierto sobre la mesa para terminar de leer un artículo de R. Bultmann (a. 1952) titulado "Humanismo y Cristianismo", que me serviría para escribir otro  sobre  el mismo tema  que iba a publicar por si sirve de algo no para cambiar el mundo, ¡uuuf!, sino el modo de pensar  al menos  de un  solo  lector  que lo necesite.
        
         Comienza Bultmann  el suyo planteando el problema en una situación en la que se denuncia la incapacidad del humanismo y del cristianismo para evitar la catástrofe  que amenaza de muerte  hoy -por ayer, aunque el peligro actual sea mayor- a todo el mundo y a la cultura que engendraron. Responde sin embargo  que humanismo y cristianismo son  algo  más que un conjunto de ideas y que no son las ideas sino los hombres los que pueden fallar y, en este caso, los humanistas y los cristianos de poca fe. Lo que  sucede por desgracia justo cuando tanta se necesita para mover montañas y levantar el ánimo, quitar la losa  que se nos echa encima como un tsunami,  resucitar a los muertos, remover escándalos, abrir el horizonte y hacer camino, despejar la vista y limpiar el corazón donde los ojos tienen las raíces.  Porque sin querer el Bien que no se ve, ni  creer en la Verdad que hay que buscar, ni  amar la Belleza que  barruntamos, ni trabajar por el hombre que  puede ser todavía, ni  esperar en lo que está por ver o por venir..., el mundo no cambiará hagamos lo que hagamos. Porque no  basta con saber hacer: hay que saber  creer. Y creer  a pesar de todo, si es todo lo que se quiere cambiar. Porque sabemos ya que la técnica es para eso insuficiente. Y los recursos, que siempre son escasos y más aún  para cambiar el mundo.   
        
         En una empresa  en la que se apuesta  por la dignidad humana por encima de todo,   humanistas y cristianos  no deberían pelearse  sino luchar juntos  contra la reducción de  todos los valores a los de la bolsa, del deber al ser, de la sabiduría a la ciencia, del motivo al estímulo  y de la libertad humana  a la de las cabras que se echan al monte de  su capricho. Los  que sean  de verdad humanistas o cristianos se opondrán sin duda a la deshumanización del hombre. Y se sentirán obligados  a denunciar la superstición de un "progreso"  meramente económico  cuyo Dios, mira por donde,  es el becerro de oro que nos detiene en el desierto  y nos devuelve a la  antigua esclavitud.  Pues  donde todo vale lo que vale en el mercado, y solo eso, el mundo es una caca,  por más que te la envuelvan como un regalo. ¿Se lo envuelvo?  No, gracias.  Si no hay más remedio, en el mercado es preferible  esa verdad a secas.  Y buscar fuera la otra, la que no se vende. Como la dignidad, que tampoco.  Y como la libertad.

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            1) Es la moraleja que saca el autor de Las Cartas Persas de la famosa fábula de los trogloditas.




A modo de conclusión
        
        
         Que no lo es, sino más bien apertura.  O consideración para seguir pensando. Y si no para comenzar - el pensamiento viene de la vida y no al contrario- al menos para volver al tajo, porque es urgente la tarea  y no hay tiempo que perder.  Ni la ocasión de hacer la experiencia que más importa. ¿Por qué no probamos a hacer la historia en vez de contar historias?  
        
         Para hacer historia aquí y ahora , es decir, en el mundo de la vida , necesitamos la luz de la razón, el impulso del corazón, el entusiasmo de la fe, el valor del soldado, la virtud del santo, el compromiso de los políticos con la realidad, la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos,  la solidaridad de los hombres sin  fronteras, la responsabilidad de los padres y educadores, y hasta el peso de las buenas costumbres, la valla de la ley y  el rigor  de la justicia en todo el mundo.  Porque todo eso es necesario aunque nadie sabe si será suficiente. Porque nuestro mundo se ha hecho muy complicado y, si nunca ha estado en nuestras manos la buena voluntad de nadie, hoy parece que el  mundo anda solo y por encima de la voluntad de todos. Como si , dejado de la mano de Dios, hubiera escapado también de las nuestras. Ya es hora de falsear  esa hipótesis, volviendo al tajo con arrestos.  A la experiencia, aquí y ahora. No en la república de Platón, sino por ejemplo en España. Para nosotros, españoles,  un ejemplo necesario. Porque es aquí y desde aquí  como estamos en el mundo. Andar por ahí, es estar en la higuera. O en cualquier plaza..., para ir de botellón.


* Favara, 3 de Diciembre de 2011.Ponencia presentada por el autor en el
I Foro de Debate de la "Asociación Wirberto Delso"  AWD

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