ENSUCIARSE EN EL NIDO
El nido de la
democracia, donde están los huevos y la esperanza de la democracia como forma
de vida, es el espacio acotado por las reglas del juego democrático. Ese espacio se supone pero no es el juego, ni
la esperanza, ni los huevos... ni los pájaros de la democracia. Las reglas no
sirven de nada si no hay juego, y un nido vacío
tampoco. Pero quebrantar las reglas, jugar sucio, eso es de entrada ensuciarse en el nido y
hacer imposible una sociedad democrática.
Cierto, los políticos
han de ser pragmáticos. Y esto quiere decir que no pueden estar a la espera, a
ver qué pasa, ni dar tiempo al tiempo para que escampe. Quiere decir que han de tomar decisiones,
poner los huevos y, en todo caso,
procurar que no se malogre la esperanza. A veces no es poco si cultivan lo que no han sembrado y crían la criatura que no han
parido. La política no consiste en no hacer nada para que todo siga igual. Sin embargo hay un pragmatismo trascendental
que consiste en respetar siempre las reglas del juego democrático. El que no
las respeta hace trampas y acaba con todo. Como los partidos que acaban con el
partido y los políticos con la política
de Estado.
En economía pasa otro
tanto: hay unas reglas de guardar, trascendentales, y una práctica económica.
Producir y vender lo que se necesita, en eso consiste según entiendo -aunque
entiendo poco de economía- la práctica
económica, y todas sus reglas se resumen en dos: no dar gato por
liebre en el mercado, ni producir necesidades cuando se trata de satisfacerlas.
También la ética es
una práctica - o, mejor, una praxis como dijo Aristóteles- que consiste en saber
vivir o hacerse hombre, en una acción que revierte en quien la hace y lo hace
bueno. Pero las reglas de guardar en la
ética son de sobra conocidas aunque no estén escritas como las leyes.
Cualquiera puede predicarlas, pero otra
cosa es practicarlas. ¿Códigos de ética profesional? No es eso lo que hace
falta y, con frecuencia, solo un pretexto. Lo que se necesita es buena
voluntad y mucha moral. La fuerza
moral vive de la esperanza y se realiza
en la paciencia, que es lo mismo en traje de faena.
La política y la
economía, como todas las actividades humanas,
deben subordinarse a la ética pero son prácticas específicas para hacer
algo, igual que la estrategia lo es para
hacer guerras y ganarlas o la
arquitectura para construir edificios confortables. Una técnica es saber hacer bien
cualquier cosa: guerras, edificios, discursos o zapatos, da igual, y el que
sabe hacer algo es en eso un buen profesional.
No un hombre bueno. Ni al contrario, una persona buena no es
necesariamente un buen político ni
un buen empresario. La moral que se necesita para hacer política o hacer negocios es de
suyo como la moral del Alcoyano. Nada que ver con la moral que hace bueno al
hombre. Para meterse en política
se necesita mucho valor y ser ambicioso; aunque la fuerza bruta
embrutece, la ambición ciega y la erótica del poder lo prostituye. De igual forma el ánimo de lucro
se necesita para emprender un negocio, por más que la avaricia rompa el saco. La
eficacia política y la eficiencia económica dependen de la ambición y del ánimo
de lucro respectivamente, por más
que la prudencia como virtud moral deba prevalecer en ambos campos y en
cualquier otro de la actividad humana si no queremos que el hombre se degrade y no haya más "virtud"
que la del príncipe para mantenerse en su trono y la del banquero en su banco
para enriquecerse.
Subordinar la economía
a la política y ambas a la ética es la revolución pendiente. La economía no produce la buena voluntad, ni
la política buenos ciudadanos. Es verdad
que el testimonio de personas buenas levanta la moral, nos conforta y en este
sentido resulta edificante. Pero la persona es siempre el principio y no la consecuencia. La existencia humana no
es un producto, es un principio y una
responsabilidad. El sujeto moral no es uno de tantos, sino pastor de sí mismo.
Es libre y autónomo, y la conciencia es soberana. El deber no se impone por la
fuerza a la conciencia, vale por sí mismo
y no porque esté mandado. Su reconocimiento, lejos de someter al hombre, lo
hace libre. Como la verdad.
Lo que más
desmoraliza a los hombres en este mundo
es la inmoralidad y el
cinismo de los líderes que sacan pecho y
no se les cae la cara de vergüenza, al contrario, se les endurece y se crecen
en público y ante el público haciendo alarde de sus vergüenzas. Ese es el
escándalo que cierra el paso, la
montaña que hay que remover, la caca que
ensucia el nido de la democracia y la
corrupción de lo mejor que tan mal huele.
José Bada
20.10.2013
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