AQUÍ ES EL LUGAR DEL
HOMBRE
La
restauración de un mural del valenciano
Elías García en el Santuario de
Misericordia, el ya famoso “eccehomo de
Borja”, es la obra pintoresca y conmovedora de una viejecita devota y
aficionada a la pintura que se llama Cecilia Giménez. A la vuelta de un año la
pena y el disgusto de Cecilia ante los primeros comentarios de sus paisanos y
el impacto inmediato de su obra en la opinión pública, se ha trucado para ella en gloria y mérito reconocido por obra y gracia de los
medios de comunicación; en orgullo para todos sus vecinos, en promoción turística del
Santuario y en consecuencia de Borja, y en la explotación
comercial del “eccehomo” por una fundación creada recientemente al efecto con la firma de un convenio en el que se prevé el
reparto de pingües beneficios entre las partes interesadas. Nada de extraño
si Cecilia dice ahora que todo ha sido un milagro y no acaba de creer lo que
está viendo. Que su santa patrona le
mejore la vista, y que a todos nos la conserve para ver las cosas como son en
realidad.
Porque aún son bastantes a quienes sigue pareciendo un síntoma de mal gusto el enorme atractivo despertado por su obra; asimismo los que pensamos que la difusión de la noticia es un fenómeno mediático que requiere una explicación urgente de la antropología social y una reflexión crítica sobre el periodismo realmente existente, y los que creemos que el negocio de ese adefesio es un escarnio añadido al Eccehomo que fue y una ofensa a la dignidad humana. El atrevimiento de la ignorancia – que debió quedarse en anécdota- se ha transformado en escándalo, la afición de una vieja en una supuesta transgresión genial, y la vergüenza propia y ajena –la de Cecilia y la nuestra- en fama inmerecida, en marca registrada y en denominación de origen.
Sin quererlo
Cecilia “ha puesto con su eccehomo a
Borja en el mapa más que Goya a
Fuendetodos con todas sus obras”, como
ya se ha dicho en los periódicos.
Sin sospecharlo siquiera, ella ha puesto
en evidencia a muchos necios -aunque no
a todos porque su número es infinito- y en casa a los listillos de turno que tampoco
faltan donde hay
negocio. Con buena voluntad -por
supuesto, nadie lo duda- esta viejecita devota también ha puesto a Jesús el Nazareno en ridículo deformando su imagen, que ha entregado a quienes se olvidan de todo
Cristo y de la dignidad humana para
que se diviertan con ella imitando lo que hicieron los sayones romanos
en el pretorio de Jerusalén con
el modelo original: un hombre justo y
arquetipo de las víctimas de la
injusticia de los poderosos de este
mundo. En vez de poner en su sitio, aquí
- en la historia que se hace- en la
situación y la existencia, ante los
problemas reales y en el trance de la
decisión que es el lugar del hombre responsable -“Ecce homo!”, aquí está el
hombre- con su obra ha fomentado Cecilia
un poco más el despiste de la gente que huye de la verdadera historia como alma que lleva el diablo para degustar y
celebrar lo que le echen figurantes e “historiadores de todo a cien”.
Llegados a la plaza o al cabo de la
calle, todas las calles fluyen como los ríos al mar que es el morir, igual
que las historias particulares o
nacionales al mundo mundial de mercado único cuando llega el “final de la Historia” que anunció
F. Fukuyama hace más de veinte años. De cumplirse lo que parece inevitable, la
marcha que nos lleva pillará a todos los nacionalistas –incluidos los
españoles de Aragón o Catalunya- con los pies cambiados. Después de la
Modernidad ilustrada solo queda el Mercado, la confusión de lenguas y
el Dinero como única bandera izada en el
zócalo, a la vista, y su poder invisible
como dios en todas partes. Se diría que
en esa plaza apenas queda un hombre, ni
Diógenes que lo busque. No obstante, queda una esperanza contra toda esperanza o, mejor, contra toda expectativa razonable dentro de este mundo confuso, indeciso e indefinido
que no tiene nombre propio y que llamamos “posmoderno” -lo que viene después
del moderno- solo por decir algo.
La historia se hace, y las edades históricas no
vuelven como las estaciones del año en la naturaleza. Solo los ritos y las fiestas se repiten, y los
“eventos “ hasta la saciedad. Pero los
acontecimientos históricos son irrepetibles y nunca vuelven. Y cuando no se hace historia porque no se quiere o no
se sabe qué hacer, cuando no se hace
nada, se consume la que nos cuentan. Y lo que vuelve entonces es el pasado como mercancía, como oferta turística para viajar a la Edad Media
virtualmente, o como plato aliñado según sea el gusto del consumidor. El
Eccehomo que fue nos interpela hoy para
que sea lo que debe ser y puede ser todavía,
no para regresar al pasado ni degustar la historia como un producto
acabado. Ni el presente es para quedarse,
ni el pasado un artículo de consumo. La memoria de la pasión de Cristo
es subversiva: poco que ver con una simple o genial transgresión de creencias y costumbres populares a mayor disfrute y libertinaje de la gente,
y mucho con la superación de todo lo que es para que sea al fin lo que debe ser. Llegados al final de todas las historias
particulares, estamos en situación de
comenzar lo nunca visto: la Historia de la Humanidad. Aquí está el reto, y el principio. Y la
ocasión que podemos perder. Y es aquí
donde queremos ver al hombre para
ganarla. Marana tha!
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