sábado, 7 de septiembre de 2013

AQUÍ ES EL LUGAR DEL HOMBRE


AQUÍ ES EL LUGAR DEL HOMBRE

La restauración  de un mural del valenciano Elías García  en el Santuario de Misericordia, el ya famoso  “eccehomo de Borja”, es  la obra pintoresca  y conmovedora de una viejecita devota y aficionada a la pintura que se llama Cecilia Giménez. A la vuelta de un año la pena y el disgusto de Cecilia ante los primeros comentarios de sus paisanos y el impacto inmediato de su obra en la opinión pública, se ha trucado  para ella en gloria y  mérito reconocido por obra y gracia de los medios de comunicación; en orgullo  para  todos sus vecinos, en promoción  turística del  Santuario  y  en consecuencia de Borja, y en la explotación comercial del “eccehomo” por una fundación creada  recientemente al efecto con  la firma de un convenio en el que se prevé el reparto de  pingües beneficios  entre las partes interesadas. Nada de extraño si Cecilia dice ahora que todo ha sido un milagro y no acaba de creer lo que está viendo.  Que su santa patrona le mejore la vista, y que a todos nos la conserve para ver las cosas como son en realidad.
 



 Porque aún son  bastantes a quienes sigue pareciendo un síntoma de mal gusto el enorme atractivo   despertado por  su obra;  asimismo los que pensamos que la difusión de la noticia  es un fenómeno mediático que  requiere una explicación  urgente de la antropología social  y una reflexión crítica  sobre el  periodismo realmente existente, y los que creemos que el negocio de ese adefesio es un escarnio añadido al Eccehomo  que fue y una ofensa a la dignidad humana. El  atrevimiento de la  ignorancia – que debió quedarse en  anécdota-  se ha transformado en  escándalo,  la afición de una vieja en una  supuesta transgresión  genial, y  la  vergüenza propia y  ajena –la de Cecilia y la nuestra-  en fama inmerecida, en marca registrada y en  denominación de origen. 
Sin quererlo Cecilia “ha puesto con su eccehomo  a Borja en el mapa más  que Goya a Fuendetodos con todas sus  obras”, como ya se  ha dicho en los periódicos. Sin  sospecharlo siquiera, ella ha puesto en evidencia a  muchos necios -aunque no a todos porque su  número es   infinito- y en casa a  los listillos de turno que tampoco faltan  donde  hay  negocio. Con buena voluntad  -por supuesto, nadie lo duda- esta viejecita devota también ha puesto a Jesús  el Nazareno en ridículo deformando  su imagen, que  ha entregado a quienes se olvidan de todo Cristo  y de la dignidad humana  para  que se diviertan con ella  imitando lo que hicieron los sayones   romanos  en el pretorio de Jerusalén  con el  modelo original: un hombre justo y arquetipo de las víctimas  de la injusticia  de los poderosos de este mundo.  En vez de poner en su sitio, aquí - en la historia que se hace-  en la situación y la existencia,  ante los problemas reales  y en el trance de la decisión que es el lugar del hombre responsable -“Ecce homo!”, aquí está el hombre-  con su obra ha fomentado Cecilia un poco más el despiste de la gente que huye de la  verdadera historia como alma  que lleva el diablo para degustar y celebrar  lo que le echen  figurantes e “historiadores de todo a cien”.
Llegados  a la plaza o al cabo  de la  calle, todas las calles   fluyen  como los ríos al mar que es el morir, igual que   las historias particulares o nacionales  al  mundo mundial de mercado único cuando  llega el “final de la Historia” que anunció F. Fukuyama hace más de veinte años. De cumplirse lo que parece inevitable, la marcha que nos lleva pillará  a  todos los nacionalistas –incluidos los españoles de Aragón o Catalunya- con los pies cambiados. Después de la Modernidad ilustrada  solo  queda el Mercado, la confusión de lenguas y el Dinero  como única bandera izada en el zócalo, a la vista, y  su poder invisible como dios en todas partes.  Se diría que en esa plaza apenas queda  un hombre, ni Diógenes que lo busque. No obstante, queda una esperanza contra toda  esperanza o, mejor, contra toda   expectativa razonable  dentro de este mundo confuso, indeciso e indefinido que no tiene nombre propio y que llamamos “posmoderno” -lo que viene después del moderno- solo por decir algo.


La  historia se hace, y las edades históricas no vuelven como las estaciones del año en la naturaleza. Solo los  ritos y las fiestas se repiten, y los “eventos “   hasta la saciedad. Pero los acontecimientos históricos son irrepetibles y nunca vuelven. Y cuando  no se hace historia porque no se quiere o no se sabe qué hacer,  cuando no se hace nada,  se consume  la que nos cuentan. Y lo que  vuelve entonces es el  pasado como mercancía, como oferta  turística para viajar a la Edad Media virtualmente, o como plato  aliñado   según sea el gusto del consumidor. El Eccehomo  que fue nos interpela hoy para que sea lo que debe  ser y puede ser todavía, no  para regresar al pasado  ni degustar la historia como un producto acabado. Ni el presente es para quedarse,  ni el pasado un artículo de consumo. La memoria de la pasión de Cristo es subversiva:   poco  que ver con una simple o genial transgresión  de creencias y costumbres populares   a mayor disfrute y libertinaje de la gente, y  mucho con  la superación de todo lo que es   para que sea al fin lo que debe ser.    Llegados al final de todas las historias particulares, estamos en situación  de comenzar lo nunca visto: la Historia de la Humanidad.   Aquí está el reto, y el principio. Y la ocasión que podemos perder. Y es aquí  donde queremos ver  al hombre para ganarla.  Marana tha!




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