lunes, 6 de mayo de 2013

EL PACTO



 

EL PACTO



Acabo de leer en un periódico a propósito del pacto que se reclama, lo que podría leer sin duda en cualquier otro: "La crisis y el desprestigio de la política son el caldo de cultivo ideal para los populismos de la peor especie. Quienes tienen influencia y lucidez suficientes, deben ponerlas con urgencia al servicio de una iniciativa que evite un desastre" No me considero entre los sabios cuyo servicio a tal iniciativa se pide para salir de la crisis, admito que toda ayuda es poca en estas circunstancias; pero discrepo, no obstante, con matices de esa opinión. Pienso que no es la lucidez y la influencia de los sabios lo que más se necesita, sino la sabiduría de quienes saben y aman la verdad. Apelo en consecuencia al sentido común y a la buena gente: a los sabios de la filosofía práctica, a los humildes de corazón, a los sencillos, a los "necios" que confunden a los intelectuales, a los tertulianos de todo a cien, a los sabios de cátedra y a los políticos de escaño que no practican.

De los sabios famosos e influyentes espero poco y menos de los políticos, a no ser que sean sabios y ciudadanos practicantes. Que también los hay, faltaría más, y lo uno no quita lo otro; pero la lucidez y la influencia de la "pomada" es miel sobre hojuelas, mientras que la sustancia y la base para un pacto de esas características es la borraja vulgar y el sentido común de la gente sencilla y honesta, que sabe vivir y vive como sabe, que convive de hecho y se acuerda de los demás, siente pasión por la justicia y se indigna contra la injusticia, es solidaria porque es humana y no comprende que se pueda ser insensible ante el sufrimiento de los vecinos, el hambre de los niños y un paro sin freno que se ceba en la juventud.

 Los no practicantes de esa filosofía, que solo saben sin saber vivir como deben y viven solo a mayor beneficio propio, se pasan de listos y no son de fiar digan lo que digan sobre el bien común y el interés general. Cuando oigo hablar de pacto a muchos políticos de oficio - es decir, políticos de toda la vida y sin otro oficio reconocido- sospecho que hablan solo de negociación entre partidos. No del negocio de todos o del bien común, sino del suyo. De lo contrario les bastaría, para comenzar, reconocer en la práctica aquello en lo que ya están de acuerdo retóricamente, es decir, de palabra. ¿A qué esperan para acabar con la corrupción? Ya huele, ¡basta ya! Mientras nos desayunemos un día sí y otro también con esos escándalos, el guirigay y la trifulca en ese corral solo demuestra que los gallitos no están de acuerdo en el reparto de la culpa una vez se ha roto la complicidad en la distribución de los huevos.

Hasta el más tonto conoce la verdad, la mitad de la verdad al menos: lo que no debe ser ya y puede dejar de ser si se quiere, como la corrupción que no cesa, el déficit democrático y la poda por abajo del sistema económico y social. ¿Qué sentido tiene podar por la raíces de la economía productiva y no por la ramas de la especulación donde cantan los pájaros que celebran el presente -el suyo- mientras se comen el futuro de todos? ¿Qué sentido tiene rescatar a los bancos y hundir a las familias en la miseria? ¿Pueden los pobres pagar lo que se debe? No, aunque quisieran. Pero los ricos que pueden no quieren. ¿Entonces?

Si hubiera un acuerdo y el acuerdo fuera sincero, aunque solo fuera en la mitad de la mitad y en lo tocante a errores del pasado, se llegaría a mayores para salir de la crisis. Si hubiera acuerdo para despejar el campo y para sacar del campo a los tramposos y si , además, salváramos las reglas para entendernos en el juego, habría más democracia y saldríamos todos con ella hacia el futuro. No contra ella.

Si los partidos políticos están de acuerdo en el No, que limpien el campo. Y si quieren estar de acuerdo en el Sí, salven las reglas del juego y las condiciones de posibilidad de cualquier acuerdo. No habrá pacto si no hay voluntad de pactar y solo se quiere ganar al adversario. No habrá pacto de salida si no hay pacto de entrada: si no hay acuerdo en absoluto, y ni siquiera se reconocen las reglas fundamentales: las que no se discuten, las que siempre se suponen para cualquier otro acuerdo. Las primeras, pues ya no hay reglas para llegar a ese acuerdo fundamental.

4.5.2013

































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