EL PACTO
Acabo de leer en un
periódico a propósito del pacto que se reclama, lo que podría leer
sin duda en cualquier otro: "La crisis y el desprestigio de la
política son el caldo de cultivo ideal para los populismos de la
peor especie. Quienes tienen influencia y lucidez suficientes, deben
ponerlas con urgencia al servicio de una iniciativa que evite un
desastre" No me considero entre los sabios cuyo servicio a
tal iniciativa se pide para salir de la crisis, admito que toda
ayuda es poca en estas circunstancias; pero discrepo, no obstante,
con matices de esa opinión. Pienso que no es la lucidez y la
influencia de los sabios lo que más se necesita, sino la sabiduría
de quienes saben y aman la verdad. Apelo en consecuencia al sentido
común y a la buena gente: a los sabios de la filosofía práctica,
a los humildes de corazón, a los sencillos, a los "necios"
que confunden a los intelectuales, a los tertulianos de todo a cien,
a los sabios de cátedra y a los políticos de escaño que no
practican.
De los sabios famosos e
influyentes espero poco y menos de los políticos, a no ser que sean
sabios y ciudadanos practicantes. Que también los hay, faltaría
más, y lo uno no quita lo otro; pero la lucidez y la influencia de
la "pomada" es miel sobre hojuelas, mientras que la
sustancia y la base para un pacto de esas características es la
borraja vulgar y el sentido común de la gente sencilla y honesta,
que sabe vivir y vive como sabe, que convive de hecho y se acuerda de
los demás, siente pasión por la justicia y se indigna contra la
injusticia, es solidaria porque es humana y no comprende que se
pueda ser insensible ante el sufrimiento de los vecinos, el hambre de
los niños y un paro sin freno que se ceba en la juventud.
Los no practicantes de
esa filosofía, que solo saben sin saber vivir como deben y viven
solo a mayor beneficio propio, se pasan de listos y no son de fiar
digan lo que digan sobre el bien común y el interés general. Cuando
oigo hablar de pacto a muchos políticos de oficio - es decir,
políticos de toda la vida y sin otro oficio reconocido- sospecho
que hablan solo de negociación entre partidos. No del negocio de
todos o del bien común, sino del suyo. De lo contrario les bastaría,
para comenzar, reconocer en la práctica aquello en lo que ya están
de acuerdo retóricamente, es decir, de palabra. ¿A qué esperan
para acabar con la corrupción? Ya huele, ¡basta ya! Mientras nos
desayunemos un día sí y otro también con esos escándalos, el
guirigay y la trifulca en ese corral solo demuestra que los
gallitos no están de acuerdo en el reparto de la culpa una vez se
ha roto la complicidad en la distribución de los huevos.
Hasta el más tonto
conoce la verdad, la mitad de la verdad al menos: lo que no debe ser
ya y puede dejar de ser si se quiere, como la corrupción que no
cesa, el déficit democrático y la poda por abajo del sistema
económico y social. ¿Qué sentido tiene podar por la raíces de la
economía productiva y no por la ramas de la especulación donde
cantan los pájaros que celebran el presente -el suyo- mientras se
comen el futuro de todos? ¿Qué sentido tiene rescatar a los bancos
y hundir a las familias en la miseria? ¿Pueden los pobres pagar lo
que se debe? No, aunque quisieran. Pero los ricos que pueden no
quieren. ¿Entonces?
Si hubiera un acuerdo
y el acuerdo fuera sincero, aunque solo fuera en la mitad de la
mitad y en lo tocante a errores del pasado, se llegaría a mayores
para salir de la crisis. Si hubiera acuerdo para despejar el campo y
para sacar del campo a los tramposos y si , además, salváramos las
reglas para entendernos en el juego, habría más democracia y
saldríamos todos con ella hacia el futuro. No contra ella.
Si los partidos
políticos están de acuerdo en el No, que limpien el campo. Y si
quieren estar de acuerdo en el Sí, salven las reglas del juego y las
condiciones de posibilidad de cualquier acuerdo. No habrá pacto si
no hay voluntad de pactar y solo se quiere ganar al adversario. No
habrá pacto de salida si no hay pacto de entrada: si no hay acuerdo
en absoluto, y ni siquiera se reconocen las reglas fundamentales: las
que no se discuten, las que siempre se suponen para cualquier otro
acuerdo. Las primeras, pues ya no hay reglas para llegar a ese
acuerdo fundamental.
4.5.2013
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