viernes, 19 de abril de 2013

LA DEMOCRACIA QUE NO ES






Se cuenta la cantidad, se distingue la diferencia y se piensa la cualidad. No es lo mismo contar que distinguir, medir que meditar, pesar que ponderar, ni calcular que pensar. Hay una razón que calcula pero no piensa y otra que distingue y piensa lo que es bueno. Lo que hoy llaman “pensamiento único” reduce el valor al precio, calcula pero no piensa. Ni escucha, ni dialoga, ni habla propiamente hablando. El “pensamiento único” es la derrota del pensamiento. Y de la moral, porque “el principio de la moral es el pensamiento” como decía Pascal. Sólo el principio, claro, que la moral es praxis; pero cuando ni siquiera se piensa, ya no hay por donde empezar a vivir humanamente. Una reforma educativa que relegue las humanidades se equivoca y nos confunde cuando llama “excelencia” a los excesos de la razón calculadora.


Mi hermano conoció a un granjero que fue a comprar un blanco belga en el país de origen, hablaba solo catalán y chapurreaba el castellano; pero volvió a los pocos días con un magnífico semental que sirvió para regenerar la población porcina del Matarraña. “¿Cómo te has entendido con los belgas?”, le preguntó mi hermano. “Muy sencillo - le contestó- vi lo que quería y al que quería venderlo, y empecé a sacar billetes hasta que hubo bastantes. Y nos entendimos sin mediar palabra” Pero eso que basta para comprar cerdos en cualquier mercado, no basta para entendernos en la Europa del Mercado Común.
No obstante la cantidad es objetiva y los números no engañan. Salvo estafa o error y de haber lo que se dice en la caja, en las urnas o en en la cesta de de la compra, siempre habrá una cantidad exacta: ni más ni menos. Por eso la información que se difunde en los medios es preferentemente cuantitativa. Por eso y porque la cualidad no importa; es decir, se supone cuando algo se vende y porque se vende. Y todas las campañas se parecen a la de Navidad. Ya se vendan programas políticos, periódicos, chorizos o pan bendito, todas las campañas son iguales.
¿Qué es la verdad? Ni se sabe, ni se busca. Todas las opiniones son respetables, pero de hecho cuentan solo las que se venden y las otras no valen nada. En una sociedad de mercado la verdad no se discute, se cuenta. Y las opiniones suben y bajan como la prima de riesgo. Es una pena que muchos lean al que más vende y pocos escuchen al que no cobra, que triunfen los sofistas en vida y los sabios acaso después de muertos. Es lamentable que la retórica haya desplazado al diálogo, la propaganda a la retórica y la publicidad a la propaganda. Pero esa es la tendencia que ha triunfado en la historia europea y se ha difundido por el mundo: se comenzó con el diálogo y el argumento en el ágora y hemos terminando todos tragando lo que nos echen en la pantalla. Agotada la modernidad y oscurecida la Ilustración, nos hemos quedado sin palabra y ,a la postre, como un tiro en la nuca, con el impacto visual y un ruido que ensordece. Ni siquiera nos queda el silencio para comenzar de nuevo.
No es casual que sea la obesidad un error de bulto en las naciones más desarrolladas y una epidemia la sordera. El guirigay de la crisis, que no cesa, no nos deja escuchar el grito del hambre en el Tercer Mundo. El triunfo de la imagen acaba con la palabra y la boca sirve solo para comer. Viendo lo que hay que ver, fomentar el consumo de los hartos es una huida hacia delante. Pero estamos ciegos y sordos, y la derrota del pensamiento es aplastante.
Es más fácil contar que pensar, y más seguro a corto plazo. El imperativo de la urgencia aconseja no pensar dos veces lo que hace la mayoría. La vida es breve, y tonto el último. La dictadura es más rápida y más económica que la democracia deliberativa. Argumentar y deliberar requiere tiempo y algo más si todos pensamos con nuestra cabeza, pero no hay otro modo de hacerlo. Sin embargo en una sociedad de ciudadanos activos solo es posible la convivencia humana si participamos todos en la actividad legislativa y nadie se sitúa por encima de la ley.
Cuando el cálculo desplaza al pensamiento, la política se subordina a la economía y los votos se adquieren en el mercado político. La mayor ganancia de los ganaderos depende de que hagamos todos como Vicente, que va donde va la gente. Y la mayor pérdida de la gente también, pues todos los rebaños acaban en el matadero. Pero en términos humanos, no contables, perdemos todos lo que más vale: la dignidad. Y vendemos la democracia que es por un plato de lentejas.
José Bada
15-1- 2013


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