Se cuenta la cantidad, se distingue la diferencia y se piensa la
cualidad. No es lo mismo contar que distinguir, medir que meditar,
pesar que ponderar, ni calcular que pensar. Hay una razón que
calcula pero no piensa y otra que distingue y piensa lo que es bueno.
Lo que hoy llaman “pensamiento único” reduce el valor al precio,
calcula pero no piensa. Ni escucha, ni dialoga, ni habla propiamente
hablando. El “pensamiento único” es la derrota del
pensamiento. Y de la moral, porque “el principio de la moral es el
pensamiento” como decía Pascal. Sólo el principio, claro, que la
moral es praxis; pero cuando ni siquiera se piensa, ya no hay por
donde empezar a vivir humanamente. Una reforma educativa que relegue
las humanidades se equivoca y nos confunde cuando llama “excelencia”
a los excesos de la razón calculadora.
Mi
hermano conoció a un granjero que fue a comprar un blanco belga en
el país de origen, hablaba solo catalán y chapurreaba el
castellano; pero volvió a los pocos días con un magnífico semental
que sirvió para regenerar la población porcina del Matarraña.
“¿Cómo te has entendido con los belgas?”, le preguntó mi
hermano. “Muy sencillo - le contestó- vi lo que quería y al
que quería venderlo, y empecé a sacar billetes hasta que hubo
bastantes. Y nos entendimos sin mediar palabra” Pero eso que basta
para comprar cerdos en cualquier mercado, no basta para entendernos
en la Europa del Mercado Común.
No
obstante la cantidad es objetiva y los números no engañan.
Salvo estafa o error y de haber lo que se dice en la caja, en las
urnas o en en la cesta de de la compra, siempre habrá una cantidad
exacta: ni más ni menos. Por eso la información que se difunde en
los medios es preferentemente cuantitativa. Por eso y porque la
cualidad no importa; es decir, se supone cuando algo se vende y
porque se vende. Y todas las campañas se parecen a la de Navidad.
Ya se vendan programas políticos, periódicos, chorizos o pan
bendito, todas las campañas son iguales.
¿Qué
es la verdad? Ni se sabe, ni se busca. Todas las opiniones son
respetables, pero de hecho cuentan solo las que se venden y las
otras no valen nada. En una sociedad de mercado la verdad no se
discute, se cuenta. Y las opiniones suben y bajan como la prima de
riesgo. Es una pena que muchos lean al que más vende y pocos
escuchen al que no cobra, que triunfen los sofistas en vida y los
sabios acaso después de muertos. Es lamentable que la retórica
haya desplazado al diálogo, la propaganda a la retórica y la
publicidad a la propaganda. Pero esa es la tendencia que ha triunfado
en la historia europea y se ha difundido por el mundo: se comenzó
con el diálogo y el argumento en el ágora y hemos terminando
todos tragando lo que nos echen en la pantalla. Agotada la
modernidad y oscurecida la Ilustración, nos hemos quedado sin
palabra y ,a la postre, como un tiro en la nuca, con el impacto
visual y un ruido que ensordece. Ni siquiera nos queda el silencio
para comenzar de nuevo.
No
es casual que sea la obesidad un error de bulto en las naciones más
desarrolladas y una epidemia la sordera. El guirigay de la crisis,
que no cesa, no nos deja escuchar el grito del hambre en el Tercer
Mundo. El triunfo de la imagen acaba con la palabra y la boca sirve
solo para comer. Viendo lo que hay que ver, fomentar el consumo de
los hartos es una huida hacia delante. Pero estamos ciegos y sordos,
y la derrota del pensamiento es aplastante.
Es
más fácil contar que pensar, y más seguro a corto plazo. El
imperativo de la urgencia aconseja no pensar dos veces lo que hace la
mayoría. La vida es breve, y tonto el último. La dictadura es más
rápida y más económica que la democracia deliberativa. Argumentar
y deliberar requiere tiempo y algo más si todos pensamos con
nuestra cabeza, pero no hay otro modo de hacerlo. Sin embargo en una
sociedad de ciudadanos activos solo es posible la convivencia
humana si participamos todos en la actividad legislativa y nadie
se sitúa por encima de la ley.
Cuando
el cálculo desplaza al pensamiento, la política se subordina a la
economía y los votos se adquieren en el mercado político. La
mayor ganancia de los ganaderos depende de que hagamos todos como
Vicente, que va donde va la gente. Y la mayor pérdida de la gente
también, pues todos los rebaños acaban en el matadero. Pero en
términos humanos, no contables, perdemos todos lo que más vale:
la dignidad. Y vendemos la democracia que es por un plato de
lentejas.
José
Bada
15-1-
2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario