Somos mortales, y eso es
lo que nos pasa: que morimos. Sin embargo, como decía Hanna
Arendt, “no nacemos para acabar sino para comenzar”. Morir es un
accidente de la naturaleza. Vivir, en cambio, es para los hombres lo
que hacemos en vida y por la vida y nunca lo que nos pasa. La muerte viene sola el
día menos pensado, como un ladrón. Pero la muerte llega siempre
tarde para quitar la vida a quien la da y se desvive por otros. Si
vivir es desvivirse, el que se desvive no muere.
Y el que conserva la vida solo para sí mismo, aunque sobreviva, la pierde. Como dijo Cristo.
Y el que conserva la vida solo para sí mismo, aunque sobreviva, la pierde. Como dijo Cristo.
¿Qué es un hombre solo para sí
mismo? Una mota de polvo en el vacío, una casa sin puerta ni
camino, un agujero, una tumba cerrada, una rutina de ciclo corto, es
el que va a ningún destino, el que vuelve sin haber salido, un caso
aislado, un punto y aparte, un punto final sin precedentes: un
silencio perverso sin ningún misterio, un silencio que no dice
palabra ni la escucha, un corazón descorazonado sin acuerdos ni
recuerdos. Un cuerpo sin alma, dentro de la propia piel. Algo sin
duda , y nadie sin duda alguna.
Desvivirse es vivir al
día, hoy. ¿Cuándo si no? Y aquí, ¿dónde si no? Aquí no es
cualquier lugar: no es andar por ahí sin saber donde, ni estar en
casa sin estar para nadie. Que eso es andar por los cerros de Úbeda
o por las nubes, estar en Babia a cuerpo de rey o en la higuera como
los viejos.
Aquí es el lugar del
hombre en el mundo como persona responsable. La gente no está nunca
aquí cuando se la necesita y huye de la responsabilidad como alma
que lleva el diablo. La gente, es decir, la masa: no muchas
personas, que las hay, claro, pero cada una en su sitio: en sí ante
los otros y, con los otros, aquí para lo que haga falta. La vida
humana es convivencia y desvivirse por otros, que eso es para los
hombres vivir y lo otro es simplemente durar. No estamos ahí como
las piedras si estamos aquí como personas.
Pero si el lugar del
hombre es aquí, si esa es la situación, ahora mismo es el día en
que vivimos. No no el pasado que ya fue ni el futuro que no es
todavía. Y el fin del mundo, del mundo de la vida, no es lo que
será el último día del calendario. Ni es prorrogable como el fin
del mundo del mundo de los mayas. Porque hoy es el día. Y los
límites de la libertad, que los hay, son los límites del mundo que
está en nuestras manos: de nuestro mundo.
En todo eso pensaba al
terminar el año y a la vista del año nuevo que comienza. En todo
eso pensaba cuando puse la radio y escuché lo que cabía esperar de
los tertulianos: sobre el balance de lo que que fue, ya sin remedio,
y sobre el futuro que será probablemente si se cumplen las
expectativas “racionales” del presente. Uno de ellos anunció
previsibles avances de la ciencia en los próximos años y “puso en
ellos su esperanza”. Otros predijeron la superación de la crisis
económica para volver a empezar a largo plazo. Como si la historia
fuera cíclica por ventura y siempre bueno el progreso de la ciencia
para la humanidad entera. Como si todo lo que está por venir fuera
consecuencia de lo que pasa, dependiera de los medios disponibles y
de los avances previsibles de la ciencia. Como si todo lo que cabe
esperar razonablemente fueran expectativas racionales del presente.
Nada nuevo, por tanto, y más de lo mismo en todo caso si el presente
no cambia. Otra cesta con los mismos mimbres.
Y pensé que la
esperanza no es eso. Y quise creer que los pobres, que solo tienen
esperanza, poseerán la tierra. Y que las expectativas - contra toda
esperanza- las tienen siempre los ricos que están a la espera, al
acecho, para ver lo que pasa con el tiempo a la vuelta de un año, de
dos, de tres o de lo que haga falta porque a ellos por ahora no les
falta nada salvo la esperanza que no pueden comprar. ¡Ah si
pudieran! Porque entonces no la tendrían los pobres. Pero no
pueden.Y me dije que hoy es el día para comenzar. Porque otro mundo
es posible.
Y recordé que no
estamos aquí para acabar -que eso viene solo- ni para sobrevivir,
sino para comenzar y desvivirse por la humanidad entera. Y al pensar
tan alto, me hundí en la miseria de un predicador impertinente.
Feliz año nuevo de todos modos, aunque no lo sea en un mundo viejo.
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