viernes, 15 de febrero de 2013

PARA COMENZAR


        Somos mortales, y eso es lo que nos pasa: que morimos. Sin embargo, como decía Hanna Arendt, “no nacemos para acabar sino para comenzar”. Morir es un accidente de la naturaleza. Vivir, en cambio, es para los hombres lo que hacemos en vida y por la vida y nunca lo que nos pasa. La muerte viene sola el día menos pensado, como un ladrón. Pero la muerte llega siempre tarde para quitar la vida a quien la da y se desvive por otros. Si vivir es desvivirse, el que se desvive no muere.
Y el que conserva la vida solo para sí mismo, aunque sobreviva, la pierde. Como dijo Cristo.

¿Qué es un hombre solo para sí mismo? Una mota de polvo en el vacío, una casa sin puerta ni camino, un agujero, una tumba cerrada, una rutina de ciclo corto, es el que va a ningún destino, el que vuelve sin haber salido, un caso aislado, un punto y aparte, un punto final sin precedentes: un silencio perverso sin ningún misterio, un silencio que no dice palabra ni la escucha, un corazón descorazonado sin acuerdos ni recuerdos. Un cuerpo sin alma, dentro de la propia piel. Algo sin duda , y nadie sin duda alguna.

Desvivirse es vivir al día, hoy. ¿Cuándo si no? Y aquí, ¿dónde si no? Aquí no es cualquier lugar: no es andar por ahí sin saber donde, ni estar en casa sin estar para nadie. Que eso es andar por los cerros de Úbeda o por las nubes, estar en Babia a cuerpo de rey o en la higuera como los viejos.
Aquí es el lugar del hombre en el mundo como persona responsable. La gente no está nunca aquí cuando se la necesita y huye de la responsabilidad como alma que lleva el diablo. La gente, es decir, la masa: no muchas personas, que las hay, claro, pero cada una en su sitio: en sí ante los otros y, con los otros, aquí para lo que haga falta. La vida humana es convivencia y desvivirse por otros, que eso es para los hombres vivir y lo otro es simplemente durar. No estamos ahí como las piedras si estamos aquí como personas.
Pero si el lugar del hombre es aquí, si esa es la situación, ahora mismo es el día en que vivimos. No no el pasado que ya fue ni el futuro que no es todavía. Y el fin del mundo, del mundo de la vida, no es lo que será el último día del calendario. Ni es prorrogable como el fin del mundo del mundo de los mayas. Porque hoy es el día. Y los límites de la libertad, que los hay, son los límites del mundo que está en nuestras manos: de nuestro mundo.

En todo eso pensaba al terminar el año y a la vista del año nuevo que comienza. En todo eso pensaba cuando puse la radio y escuché lo que cabía esperar de los tertulianos: sobre el balance de lo que que fue, ya sin remedio, y sobre el futuro que será probablemente si se cumplen las expectativas “racionales” del presente. Uno de ellos anunció previsibles avances de la ciencia en los próximos años y “puso en ellos su esperanza”. Otros predijeron la superación de la crisis económica para volver a empezar a largo plazo. Como si la historia fuera cíclica por ventura y siempre bueno el progreso de la ciencia para la humanidad entera. Como si todo lo que está por venir fuera consecuencia de lo que pasa, dependiera de los medios disponibles y de los avances previsibles de la ciencia. Como si todo lo que cabe esperar razonablemente fueran expectativas racionales del presente. Nada nuevo, por tanto, y más de lo mismo en todo caso si el presente no cambia. Otra cesta con los mismos mimbres.
Y pensé que la esperanza no es eso. Y quise creer que los pobres, que solo tienen esperanza, poseerán la tierra. Y que las expectativas - contra toda esperanza- las tienen siempre los ricos que están a la espera, al acecho, para ver lo que pasa con el tiempo a la vuelta de un año, de dos, de tres o de lo que haga falta porque a ellos por ahora no les falta nada salvo la esperanza que no pueden comprar. ¡Ah si pudieran! Porque entonces no la tendrían los pobres. Pero no pueden.Y me dije que hoy es el día para comenzar. Porque otro mundo es posible.
Y recordé que no estamos aquí para acabar -que eso viene solo- ni para sobrevivir, sino para comenzar y desvivirse por la humanidad entera. Y al pensar tan alto, me hundí en la miseria de un predicador impertinente. Feliz año nuevo de todos modos, aunque no lo sea en un mundo viejo.






















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